viernes, 29 de diciembre de 2023
martes, 26 de diciembre de 2023
sábado, 23 de diciembre de 2023
De fuera vendrán...
Todos duermen. Se escucha el descorrer de un cerrojo. Alguien se detiene. Mira hacia los extremos de la pequeña habitación. Todos duermen acusados de las cosas más terribles por sus propios ronquidos. Con ayuda de una luz líquida que entró anticipada por la ventana, reconoce algunos objetos dejados en el perchero. Toma el sombrero, la ruana y el machete. Sale con su propio ruido. Nadie escuchó ni vio nada. Tan solo el recién llegado se preguntó quien era ese que iba con su sombrero puesto.
sábado, 16 de diciembre de 2023
Ansiado amor
La besó, pero aquel ansiado amor no salió del vaho de los suspiros. Entonces descubrió que el amor de aquella dama, no era tan angelical como el de Desdémona, ni tan gentil como el de Porcia, era puro cuento.
sábado, 9 de diciembre de 2023
En el valle de HaElah
David tomó la honda y buscó una piedra, se plantó frente al gigante Goliat. El hijo de Jesé estiró el cuerpo, giró, la piedra salió disparada. Todo Israel miraba fascinado en vivo aquella proeza ignorando que los filisteos, tras aparentar incapacidad, con el tiempo se darían cuenta de que las ruedas de la justicia giran lentamente, pero giran bien.
sábado, 2 de diciembre de 2023
La niña y el cristal
Aquella niña que recorre el bosque encuentra un espejo esferoidal. Inclinada sobre el espejo, ve un rostro que la mira con curiosidad.
—¿Cómo te caíste al pozo, lobito? —pregunta la pequeña al que emerge
entre la lámina incolora.
No le contesta. Y la niña que camina a casa de su abuelita divulga con cierta animación:
—El muy confiado quedó con los ojos
abiertos.
domingo, 26 de noviembre de 2023
Del saber tanto y no tener dominio de nada
Napoleón Bonaparte en Egipto
(Fuente: iStock)
¹Me veo en
el deber de referir lo que se me cuenta, pero no a creérmelo todo.
Esta afirmación es aplicable a la totalidad de mi obra.
(VII, 151, 3)
domingo, 19 de noviembre de 2023
Diatriba de un concurso literario.
Aunque en la segunda parte, del capítulo XVIII, don Quijote aconseja que en los versos de justa literaria «procure vuesa merced llevar el segundo premio; que el primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la persona; el segundo se lo lleva la mera justicia; y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las universidades. Pero, con todo esto, gran personaje es el nombre de primero».
Pero ¿vale o no la pena participar en los concursos literarios? Cuando se es un joven con ilusiones, sin reconocimiento alguno, los pequeños premios son una de las oportunidades de salir lleno de vanidad en los bolsillos. Sin embargo, para esos autores novatos, sus cuentos inéditos encuentran a veces un jurado atento, sin sesgos ni prejuicios, capaz de encontrar nuevos talentos. Cuando uno es mayor, y ha ganado y perdido suficientes concursos, el dilema es otro: ¿vale la pena seguir escribiendo y participando en un concurso literario?
El oficio de jurado de concursos suele o debe ser ingrato. Sin embargo, por creer, quizá de manera ingenua, que también el mérito literario debe ser reconocido, quienes ofician de jurado se vuelven ciegos ante los procesos de escritura escolar y los inconvenientes que conllevan, a los absurdos, a los sinsabores y errores de que están llenos este tipo de actividades a las que, casi por obligación, debemos hacer presencia en nombre de la institución donde nos desempeñamos como maestros.
Es irremediable, en todo premio hay muchísimos más participantes que ganadores, habrá siempre muchos más concursantes desilusionados que concursantes complacidos con el fallo. Eso acarrea celos profesionales, suspicacias entre los acompañantes de los niños concursantes. Genera, además, comentarios contradictorios: si el ganador resultó ser de un colegio privado o de una institución pública. La conclusión más común, sin embargo, es el desdén: los grandes escritores no necesitan premios, los que apenas empiezan a mostrar el don para narrar, sí. El gran cuento se impone por encima la inútil vanidad de los concursos. Estoy en parte de acuerdo con todas estas opiniones, pues yo mismo las he tenido, sobre todo como un método de consolación cuando no gano nada, o cuando los que ganan (qué raro es compartir la alegría de los ganadores) parece que carecen de los méritos suficientes.
Hay peligros todavía más personales, de conciencia podría también decirse: después del durísimo oficio de leer cientos de originales, el jurado nunca estará completamente seguro de haber sido del todo justo. Es poco común que entre las obras finalistas haya una que sea —de lejos— mucho mejor que las otras; todo en el arte tiende a la medianía y lo genial es escaso casi por definición. Así que siempre puede quedar el posible temor de no haber sido totalmente ecuánime, de haberse dejado influir por el juicio de los demás, por la personalidad dominante de otro jurado, por una preferencia o antipatía personal por el tema o el tono, inclinaciones siempre demasiado subjetivas. Un jurado sensible también sufre con su imaginación: piensa en todos aquellos talentos destruidos porque no los escogieron entre los finalistas; se imagina las vocaciones truncadas, los llantos. Ser jurado es durísimo, a no ser que se tenga el corazón de piedra. Y todo por el dudoso prestigio de poder juzgar, o por recibir reconocimientos o palmaditas en el hombro, o por la ilusoria recompensa de imponer el propio gusto "por las lecturas personales" realizadas de algún jurado.
La prudencia, el compromiso guían casi siempre el fallo final de un concurso por categorías. Pocas veces se corre el riesgo de premiar la obra más novedosa; se prefiere dar a ésta una mención y acogerse a alguna de mérito que genere menos polémica.
Tomar la decisión de participar en un concurso literario tampoco es fácil, sobre todo a partir de ciertas edades a nivel escolar. Se corre el riesgo de perder si uno no está dispuesto a acoger con un ánimo muy por igual la derrota o el triunfo, lo mejor es no exponerse a los juicios de los demás. Si uno es muy joven, y dado a la vanagloria, un premio puede terminar con su posible talento. Igual si es muy joven y dado a la autocrítica, un desaire puede acabar con un talento real. Concursar es entender que el horizonte más probable es seguir escribiendo, como forma de afinar, de seguir aprendiendo en nosotros los mediadores en la escritura y lectura de cuentos y en los estudiantes siempre nuestra razón de ser.
domingo, 12 de noviembre de 2023
El muerto vivo
Por el alboroto que están haciendo, y por la forma
que me están tirando las paladas de tierra, deduzco que tienen afán de deshacerme
de mí con tal de irse a beber en mi nombre. Estoy muerto y ahora me encuentro
agotado en un ataúd y en un mundo tenebroso, sin tictacs ni compases. Los que
se acercan a observar el hueco donde me dejaron, no saben que todavía puedo
verles los ojos. Los vivos aseguran que el muerto, muerto está, pero no tienen
idea de la muerte, solo saben votar corriente mientras están en el velorio o lo
llevan a uno al horno. ¿Ya escogerían a la que va rezar por mi eterno descanso?
Las cosas de la vida... yo debí irme a dormir en lugar de quedarme en
el lenocinio de Luisa Collantes. Fui porque siempre he sostenido que los deseos
deben obedecer a la razón, así que pedí una cerveza
bien fría y la canción Borracho no vale
de Daniel Santos. No se había terminado esa guaracha cuando ya estaba exigiéndole
a la vieja que la repitiera. Las voces altisonantes ahí mismo salieron a
imponer otra. Así que, con botella en mano, me paré para silenciar aquellos
azorados tipos gritándoles: Les guste o no les guste, les cuadre o no les
cuadre Daniel es el padre, y si no miéntense la madre. Entonces empezaron las
amenazas y los insultos; pero a mí, a Fidel nada atemoriza. Por cosas como esas
me conseguí la antipatía de unos y la oculta hostilidad de Pablo Totes. La copa
se rebosó ayer cuando una lengüicaliente me vio tocándole una nalga a su querida.
El reclamo no tardó mucho, Pablo me desafió y yo lo enfrenté.
Profético le salió a la Bernardina lo que me gritó
aquel día que me echó de la casa: ¡Lárgate desvergonzado, vos solo sabes beber
con tus amigotes, pero un día de estos, te van a matar por culpa de esas putas! Así fue mi sentencia. Por mi condición de contratista de Finca comenzaba a
tomar el viernes por la tarde y terminaba el lunes. A la Dina ofendía con la
borrachera, y le pagaba con el guayabo. Ja, ja, ja. Ah, mujer esa. La amé tanto
como a una cerveza bien helada. Ahora que la observo de frente a mí, me
estremezco, parece triste y compungida, pero no le observo lágrimas, debe estar
alegre, o en estado de gozo contenido. Me lo merezco, por eso aquí estoy,
pagando por mis errores y por mis determinaciones. Bien dijo mi compadre que le
mermara a tomadera de trago, pero ¿quién le escucha consejos a un borracho?,
nadie. Después me vino con otra perorata, que dejara a mi exmujer tranquila
porque esa hembra ahora cohabita con Pablo Totes. Recuerdo que también me dijo
que no olvidara que ella todo lo había soportado hasta que terminó yéndose de
mi lado. Sí, es cierto, yo llegué a pasarle a otras zánganas por su propia nariz por la sencilla razón de que a mí me gustan los tríos: una vieja, yo y
una cerveza. Pero el compadre no paraba. Ayer quiso venir con la misma
cantaleta, pero lo paré de una: ¡Espere, espere, no me diga más lo que ya sé, mejor
dese cuenta que cuanto peor es pensando, mejor es bebiendo! ¡Oigan,
sepultureros que profundizan mi ruina en este silencio sepulcral entre inútiles
rezos y sollozos, no olviden decirles a mis dolientes que me pongan A la Memoria del Muerto de Fruko! ¿O es
que acaso ustedes son los mismos que en la esquina de La Charanga decían que no
es tanto morirse, sino lo que dura el estar muerto?. Ríanse maricas, a mí por lo menos el
infierno me puede salvar del aburrimiento de la muerte.
Pues sí, ese día queriendo recapacitar y, sobre
todo, congraciarme con Pablo Totes, le pedí permiso para sentarme a la mesa que
él ocupaba. Como si fuera poco, tenía sentada sobre sus piernas a mi exmujer. El
tipo deduciendo mi sincera intención, aceptó brindándome un aguardiente. La
ojihundida de Mariela con una nalgada suya nos dejó a solas. Hablamos largo y
tendido en buenos términos. Fue así como recordamos nuestra niñez, nuestra
orfandad, la escuela y hasta el terror que le teníamos al mono Parra en la
clase. También recordamos cómo eran nuestras riñas callejeras contra las
galladas de la veintiuna y alrededores. Incluso, hablamos en términos lascivos
de Nidia, la más bonita de nuestra calle. Nos reímos de cuando a escondidas del
papá, jugábamos al beso robado. También hicimos mención de nuestro mayor rival,
el que se la supo llevar a pesar del machete que le siempre sacaba el viejo a
quien se le acercara. En todo caso, quedó completamente aclarada la situación
con Pablo Totes. Esa gentil remembranza nos ayudó a reconciliar nuestros
ánimos, nuestras animadversiones. En un sonoro abrazo, él se ofreció llenar mi
copa para vaciar la suya. Comulgamos con el verbo. A propósito de comulgar, el
cura dijo que todo muerto escapa del tiempo presente de los vivos, porque él es
una entidad atemporal despojado ya de las acciones del pecado. Dijo también que
ya no valía la pena persistir con los rencores de los vivos, que hay que
dejarlos ir con el muerto, para descargarse de los odios y la venganza. «Concédale,
Señor el perdón eterno». Así que nos dirigimos a la puerta de salida de la casa
de citas de Luisa Collantes. Nadie creía lo que estaban viendo. Salimos
abrazados como para que el mismo diablo no nos hallara ociosos. Caminamos unos
metros en busca de algún cenadero con tal de mitigar el hambre y disminuir nuestra
embriaguez. Pero siempre hay tribulación en la casa del ebrio: A Bernardina, mi
‘Dina’, le fueron a avisar lo acontecido. No podía creerles a las bochincheras
que fueron por consideración a buscarla a la casa. Como dije, Pablo Totes me puso
un brazo sobre mis hombros, tal vez lo hizo porque era más conveniente para él
disimular que vengar el honor de su amante. Como el maldito no podía permitirse
la agresión del insulto y la burla, con aquel disimulado abrazo dirigió, sin que
me diera cuenta, la almarada a mi corazón y lo agujereó por dentro. Sus ojos se
negaron a mirar los míos, tenían la frialdad del verdadero asesino. Tuve miedo
porque me abrazó como a un amigo. Cuando dejó de hacerlo continuó su camino, y por
la amenaza del castigo sintió el placer de su fuga. Alcancé a dar unos cuantos
pasos, me sentí débil cuando mi alma escapaba por causa de mi rostro languidecido.
Vino la muerte y me preguntó que, si estaba listo para despedirte definitivamente
del mundo de los vivos, yo le contesté: Estoy listo. Entre luces y sombras, le
vi a la calavera su sonrisa de siempre, su sonrisa de muerte. Oigan, ustedes,
allá afuera, ante la escasa alegría de mi sepulcro, les pido que me pongan El muerto vivo de Rolando Laserie.
___________
El muerto vivo. Letra y acordes del colombiano Guillermo González Arenas:
https://www.cancioneros.com/letras/cancion/32965/el-muerto-vivo-guillermo-gonzalez-arenas
Interpretación del cubano Rolando Laserie:
https://www.youtube.com/watch?v=vAg7NKPxx9k&list=RDvAg7NKPxx9k&index=1
sábado, 4 de noviembre de 2023
Nada es perfecto
Tembló horrorizado. No se atrevió a pensar, y menos, a pronunciar palabra alguna sobre lo ocurrido anoche. Mantuvo el paso resuelto, pero silencioso antes de llegar. Le asaltó un pensamiento que lo hizo estremecer: aquella mujer que había dejado en la habitación estaría allí, bajo el efecto de aquellos albos néctares compartidos. Una hora antes, aquella joven le había animado a lanzarle la flecha correcta, eso fue cuando su pupila se proyectó en la de ella y el arco del amor se formó en una mutua sonrisa. Brindaron, bebieron y bailaron hasta el cansancio. Ahora le acobardaba pensar en volverla a ver. La despertó casi con una violencia inusitada. Tras un café bien cargado, le pidió esperar unos minutos para dejar todo en orden. Subió hasta la habitación, hizo una pausa entre las gradas. Se detuvo y sintió un sudor frío que lo obligó a dejar la puerta abierta, como cuando se cree que puede haber alguien desconocido aguardando. Nada extraño ocurrió. Comprobó que la habitación estaba vacía. Ninguna mujer había estado allí, solo él o ella con el color de los labios desvanecido.
domingo, 29 de octubre de 2023
Claroscuro
En definitiva, en la plenitud de lo que ahora llaman «adulto mayor», he tenido la tentación de volver a la niñez, al comienzo de casi todo.
La casa se conservaba igual, lo diferente era la puerta. Ya no era de nogal rojo, ni una insignificancia de barniz tenía. En el reseco patio, los árboles eran los mismos: el mango, el achiote, el brevo, el limonar... Pero la gente —todos los habitantes del pasado— ya no estaban: fallecidos, desaparecidos, asentados en otra parte.
En fotografías caracterizadas por la ausencia de colorido, niños en grupo, con ropas humildes sin estar mal vestidos, hombres y mujeres arrugados. El sol era el mismo, el solar posterior enmontado, las plantas medicinales abatidas por la larga sequía. Un presente lleno de extraños.
En cierta forma todo correspondía, tal y como lo recordaba: la casa, la calle, el incipiente pueblo donde se legitimó el silencio, la distancia, el tiempo y las desconcertantes tradiciones amarradas por el bejuco de la imaginación y el ensueño.
Recuerdo mi infancia con la simpleza
que da el olvido; evoco aquella inocencia como un largo deseo de estar en otra
parte. Ésa era la casa; aquella debió ser la infancia de la que hablaba para no ser un viejo hoy.
sábado, 21 de octubre de 2023
Hechos de ausencia
Apenas pasó la puerta de
la droguería vio a Susana revisar el impreso expedido por la máquina
dispensadora de turnos. Al verlo le sonrió y fueron a encontrarse en un abrazo.
Dando un paso atrás, resonaron los ¿Tú aquí? Pero fueron los ojos a modo de preludio,
los que llevaron al brindis con sonados besos en las mejillas. El calor los
abrigó de forma llameante. Se interrogaron sobre el porqué de la mutua ausencia,
como si uno supiera lo que se piensa del otro. Se sentaron entre cansadas voces
y la impaciencia de otras. Por momentos dejaron de cruzar palabras, tan solo sus
manos se buscaron y sus cuerpos indagaron por reconocidas caricias. Suspiraron y
se volvieron a interrogar razonablemente, a escucharse con atención, a
responder con serenidad y callar cuando uno de los dos no tuvo nada que decir. Fueron
los ojos los que hablaron y también sonrieron por ellos, los ausentes; todo estaba dicho.
domingo, 15 de octubre de 2023
Un día soleado
¿Te
llegó a suceder que por más que estuvieras advertido de no hacer algo
terminaste haciéndolo? Me llamo José Vaquero, y no es por eso que me gustan los
perros. Tengo uno que adopté desde que llegó a implorar agua y algo de comer en
la puerta de la de casa de mis padres. Jamás habíamos tenido mascota alguna;
bueno sí, tuvimos un canario, pero mi papá, días después, en un acto heroico le
dio la libertad. Ese día, él estaba en su escritorio leyendo cuando sintió que
algo cayó a sus pies. Era un canario despistado que entró por la ventana. Era uno
de aquellos canarios que siempre vienen en pareja a comerse alguna de las gramíneas
de las que se abren paso entre las ranuras del andén de nuestra casa. Pero, no
es eso lo que quiero contar. Resulta que un lunes festivo, decidí sacar a mi
perro Maximiliano. Max, como lo llamamos en familia, él es un perro criollo, aunque
hay quienes, con su arribismo estirado, a los sin raza conocida los llaman «chandas».
Nuestro perro es dócil, dormilón y rezongón cuando no le comparten algún
alimento; eso sí, no gusta de los ancianos, a quienes les ladra cuando al
pasar, arrastran los pies. Por esa inexcusable actitud, un viejito que anda
siempre con un saco colgado de un hombro, lo amenazó con encenderlo a pedradas todas
las veces que le llegara a ladrar. La risa de mi abuelita no se hizo esperar
cuando escuchó la advertencia del «viejo chancletudo», como lo llamó ella que
es buena para poner apodos.
Bueno,
para no darle más vueltas al asunto, a Max acostumbro a llevarlo al parque de
nuestro barrio. A ambos nos gusta hacerlo después de las cuatro de la tarde
porque casi siempre ventea. A mí, en particular, me gusta el ulular del viento
travieso entre mis ondulados cabellos. Es cuando invoco al Niño poeta y digo lo
que aprendí en la Primaria:
El día es lindo / no ha hecho más que
crecer / como si fuera un árbol, / y tiene a esta hora / una rama que canta en
forma de pájaro / y una fruta que vuela en forma de avión / y un perfume que
trepa en forma de sol.
Todo
estaba tranquilo, algunos niños con su algarabía jugaban, otros, apenas reconocieron
a Max se acercaron a invitarlo a jugar con ellos. Mi viejo solo labraba y les
correspondía a ellos corriendo y saltando. De pronto, y sin saber cómo ni por
qué, mi perro se transformó al ver a un gato. Nadie pudo evitar que Max saliera
en su persecución, mis llamados a gritos fueron insuficientes. Nunca vi a mi
perro tan furioso y tan resuelto a atacar a un felino que, a duras penas, tenía
doce bigotes en cada lado de su hocico. Algo me decía que algo andaba mal
cuando vi a Max olisqueando debajo de una veranera, por más que lo vi
concentrado buscando información con su desarrollado olfato, jamás me imaginé
que todo fuera por causa de un gato. Lo cierto es que apenas le llegó la
información sensorial a su cerebro, Max salió en estampida.
—¡Te
encontré gato asqueroso! —le gritaba entre ladridos—. Pero Pelusa al reconocer
a quien lo perseguía exclamó:
—¡No
puede ser, hoy no es día de suerte, ni que hubiera pasado por debajo de una escalera!
Mejor me devuelvo para evitarse molestias.
Y
diciendo y haciendo, comencé a emitir sonidos inarticulados como si los pájaros
del lugar gorjearan dentro de mí en mi afán de detener al desobediente Max,
quien sin darse por enterado de lo que había hecho, solo atinó a mirarme con
desconcierto animal. En cuanto se detuvo, sus desmesurados ojos negros lo
decían todo de mí: Jamás me había visto salido de la ropa gritando como un
demente:
—¡Perro
tonto, mira cómo me amarraste a este árbol!
Por la
forma como había quedado amarrado al amancayo donde se refugió el gato, fui
objeto de la burla de los mocosos que animaron a Max para que saliera a
perseguirlo. Sólo los traviesos aceptan las sorpresas por el placer de las
sorpresas.
Julieth
Andrea Ramírez Vásquez
Grado 7-1
Colegio Académico de Buga
sábado, 7 de octubre de 2023
El extraño quinientos dos
Estaba
a punto de subirme a un bus cuando escuché la voz detrás de mí que me decía:
“Mejor espera al siguiente que está por llegar”. Busqué con la mirada a quien
me habló, y solo vi a un anciano enfermizo que me extendía la mano con la
intención de que le diera alguna moneda. Estaba segura que él no fue quien me
habló.
Estaba
con mucho azar porque aquella espera significaba llegar tarde. La impaciencia
me comenzó a intranquilizar; para colmo, el anciano no me quitaba de encima
aquella ,mirada suplicante que todo méndigo sabe poner para hacer que se
apiaden de él y así lograr su propósito.
El
viejo, tal vez leyendo en mi cara mi contrariedad, se me acercó diciéndome:
“Señorita no pierda la calma”. Con mi rabia contenida sólo pude responder con
una pregunta: “¿Acaso no se da cuenta lo que significa llegar tarde a alguna
parte? El anciano un poco más confiado, se me acercó aún más diciéndome: Son
las 5:02 de la mañana, ¿acaso no conoce la leyenda?
Con
más rabia y con tono de reproche le pregunté que de qué me hablaba. El viejo se
quedó un momento en silencio, luego miró a los lados como queriendo asegurarse
de algo antes de responderme:
En aquel
bus que pasó antes de que usted le hiciera la señal de pare, no iba nadie, es
más, no era conducido por nadie. Por esa, y otras razones, la previeron de no
abordar ese bus. Me hizo quedar muda lo que aquel desconocido me decía. Jamás
imaginé que en estos tiempos todavía pasaran cosas absurdas, mejor dicho, fuera
de todo entendimiento.
Tuve miedo, el terror se adueñó de mí cuando advertí que aquel anciano tenía los ojos abiertos; Ese intento de mirar suyo no correspondía a una mirada normal. Sus ojos me daban la impresión de desvío, era una mirada sin rumbo, de desvío sin duda alguna. Mi curiosidad fue mayor, así que le pedí me contara más de esa absurda historia, propia de un viejo fantasioso.
Ya
casi la oscuridad le da paso a la luz…, comenzó diciendo, luego se llevó una
mano al bolsillo de la camisa color mugre y sacó algo y se lo llevó a la boca,
juzgué que era un cigarrillo, pues acto seguido lo encendió. Al hacerlo, en la
semi penumbra tan solo se dejó ver un punto rojo, casi azuloso.
“Es el
“bus maldito”, agregó, nunca lo abordes cuando lo veas venir, y menos a la hora
en que suele pasar. Grábate este número 502, es su placa. Si lo abordas, me
veré obligado a llevarte al más allá, hacia un lugar sin retorno. Hoy, estoy en
mi día de descanso porque en el más allá también uno de cansa de la monotonía
de lo eterno. Así que es tu día de suerte. Tan solo espera, ya pasará otro bus.”
Esto
lo cuento ahora, lo que no puedo recordar es que pasó con ese viejo fantasioso,
pues cuando abordé el siguiente bus, él se quedó allí parado, mirando, o tal
vez, sintiendo su desvío mental. Era, sin duda, un loco, de esos que llegan a
esta ciudad por voluntad propia o, en el peor de los casos, es uno de los
tantos indigentes que, por camionados, descargan en las afueras para librarse
de sus pestilencias.
Cada
vez que cuento lo sucedido como una advertencia, los incrédulos se ríen de mí.
No creen que lo que les cuento sea cierto. Que el bus 502 pasa puntual por mí
y, el viejo, me invita a subir en su siniestro bus a cambio de una sucia moneda.
por María José Cárdenas Cañas
Colegio Académico de Buga, grado 7-3
sábado, 30 de septiembre de 2023
Judicial
Salvador Álamos
iba a su ritmo por las inclementes aceras, gracias a sus muletas: «Nos lo
entregaron por partes», concretó su hermano.
sábado, 23 de septiembre de 2023
sábado, 16 de septiembre de 2023
Presagio
Vivimos acostumbrados a que nos muestren lo que pasará cuando vemos el futuro con demasiada certeza, esta aseveración se confirma, por ejemplo, cuando lleguemos casi al último enunciado de un relato, y descubrimos que entre los personajes que concurren en la superficie de una historia, uno puede ser el villano. Por esta simplicidad en el primer libro de Heródoto podemos leer la historia de Creso. Los oráculos le aseguran que «si emprende una guerra contra los persas, destruirá un gran imperio». Se lanza a la invasión con gran codicia y resulta correcto el augurio, pues Creso acabó destruyendo su propio gran imperio.
sábado, 9 de septiembre de 2023
Titilar de la noche
La luna comenzó a abrirse campo entre las nubes ondulantes, y en el ámbito de la noche callada, los grillos y las ranas imponían su perturbadora presencia. Pedro José no sabía bien si era la luna la que rodaba bajo las nubes, o si eran las nubes algodonadas las que iban dejando atrás a la luna, eso da fe de su gran misterio.
sábado, 2 de septiembre de 2023
Confesión
Mi hermana una vez me contó que nuestra
mamá la asesinó. Mi mamá me juró que no tenía dos hijas. Podría volver a
dormirme si mi hermana dejara de llorar y de gritar en mitad de la noche.
viernes, 25 de agosto de 2023
Este es Aureliano
Fue Aureliano, después de meses de olvido, quien habría de recordar los valores de la letra escrita para reconocer todos sus bienes, y ser en el futuro el más afamado acumulador de calamidades.
sábado, 19 de agosto de 2023
El monstruo
Que viene el Coco, de Goya (1797).
Solo porque el monstruo viva
dentro de mi cabeza no significa que sea irreal. Esta noche lo vas a comprobar.
No te preocupes por la oscuridad, sólo debes tener miedo, mucho miedo.
sábado, 12 de agosto de 2023
En el diván de Sigismund
—Estábamos bajo tierra, las paredes de concreto parecían haber sudado
por años en harapienta soledad. La escasa luz mostraba las formas, pero no los
colores. Todos estábamos muy nerviosos, había una bomba a punto de estallar. Calculando
el tiempo y lo encerrado del lugar no quedaba esperanza de salir ileso. La idea
de agonizar mutilado era insoportable, mucho más que la muerte misma, por eso,
consideré que era mejor desaparecer de súbito que languidecer miserablemente.
Sin pretender ser un héroe, pero movido simplemente por el terror al dolor me
lancé a cubrir la bomba con mi cuerpo, por un instante me consolé vanidosamente
pensando que quizá salvaría la vida de varios compañeros. Un breve silencio y
comenzó el sonido de la explosión. Digo que comenzó porque duró una fracción de
segundo. He escuchado varias explosiones en la vida y esta se cortó de tajo
apenas comenzó. Me alivió pensar que había evitado el dolor de los demás, era
un hecho que la bomba había explotado y que había muerto al momento, pero
inmediatamente me asaltó una verdad escalofriante.
—Por esa razón se considera que la muerte sea en esencia inimaginable,
—indicó Freud—. Cuando la describen, las personas lo hacen desde la perspectiva
de lo que les quedan, no desde su propia desaparición. Por ejemplo, Descartes
verificó su propia existencia cuando se dio cuenta de que no podía imaginar que
no existía, —explicó el afamado psicoanalista cuando el paciente intentaba
infructuosamente acomodarse sobre el sillón victoriano.
—Pero, siga usted con el relato de su experiencia, —solicitó el
neurólogo.
—Yo pensaba en la bomba que, inevitablemente, había acabado conmigo.
Pero significaba que, de alguna manera yo seguía existiendo: esto me horrorizó
mucho. Solamente percibía una total oscuridad. No era para mí la permanencia
psicodélica de los párpados cerrados, ni la fantasmagórica irrealidad de un
apagón: solo era una cerrada negrura sin matices que me rodeaba…
—Continúe.
—Doctor, yo no tenía la más mínima sensación de mi cuerpo. Fue cuando el
mismo terror me susurró que eso podría ser la muerte, pues, estaba atrapado en
el limbo de una conciencia aislada por toda la eternidad…
El paciente volvió a moverse, pero continuó en su reflexión.
—…Era una muerte lenta, se iba avivando como si fuera un fuego, una
locura, abrazándome desde mi interior. En realidad, sentía que terminaría
siendo devorado por ella. Tuve miedo… la oscuridad contiene lo oculto, incluso,
lo fascinante, lo misterioso, lo ctónico, según he leído; por tanto, era el
escenario de mi horror.
—Tranquílese, ahora está usted en buenas manos, —le susurró el doctor
Sigismund— Es muy comprensible que la noción de una existencia reducida a sus
propios pensamientos haya sido una monstruosidad indigerible.
—Doctor, ¿cómo puede considerar así de simple mis palabras? Mi
experiencia no fue cualquier cosa, —advirtió algo molesto el paciente.
—No se turbe usted. Siga, siga, por favor.
—Como le estaba diciendo, uno piensa que tarde o temprano todo llegará a
su fin; que las cosas se desmoronan y no se creará nada nuevo. Era imposible
para mí sofocar la angustia creciente, mi desesperación se convirtió en calor,
no sentía ni veía nada salvo un calor negro, abrazador, activo, no sentía ni mi
piel ni mis extremidades y, aun así, sentía cómo me quemaba, mi propio pánico
no lograba concebir un infierno, quería correr, pero no tenía piernas, quería
golpear algo, pero no tenía manos, quería gritar, pero…
En el tercer piso sonó un grito de desesperación. La habitación en penumbras se distorsionó con el paso de las luces brillantes de una patrulla por la calle. No había vida en las luminarias de la vía ni en las ventanas de los apartamentos vecinos. Arley Cipión miró aliviado el sistema de ventilación entumecido por el apagón, el calor comenzaba a ser una pesadilla. Aunque, en la suya, la cuestión, en apariencia, era más fácil al hacer desaparecer a un muerto, pues un cadáver se entierra, un fantasma, nunca.
sábado, 5 de agosto de 2023
Orígen
El hombre brotó de un aliento de vida y fue avivado por el sol. Así, su naturaleza participa
de todos los elementos. Con los años muere, entonces es amortajado y se le incinera
a fuego lento. Cuando se desconoce su procedencia, se le llama hijo de la
Tierra.
sábado, 29 de julio de 2023
Perdidos en el mismo camino
Ezequiel en posición de duelo,
con las piernas separadas y las manos en la cintura, se plantó frente a la
casa. ¿Qué es una casa?, se preguntó en voz alta. ¿Acaso un lugar donde uno es
esperado? ¿O es lumbre que no abrasa?, sopesó. Ezequiel, un hombre comedido,
llegó a mediados de marzo después de reclamar su derecho por herencia causada
sobre la propiedad que ahora observa. Cuando llegó, encontró la vivienda en
pésimas condiciones que demandaba mucho trabajo de reparación en el interior
como en cercados y desmonte del terrero. Aun así, se propuso tener todo listo
para Semana Santa. Trabajó, arduamente, reparó los alambrados, repelló con
boñiga las paredes y después pintó con cal. Para el miércoles santo ya había
concluido casi todos los trabajos convenidos. Por el día viernes cayó un
terrible aguacero. Dos días después de pasado el aluvión, Ezequiel fue a ver la
casa, pero su alma se contrajo cuando vio cómo el agua se había filtrado a
través del techo. En la pieza principal había una enorme mancha en el abovedado
recién pintado. Para evitar que algunas de sus palabras fueran signos
de animadversión, comenzó a limpiar el desastre en el piso adoquinado y en
los alrededores de la casa, y sin tener qué más hacer, aparte de esperar el buen tiempo, salió en dirección a la casa de sus compadres para tomarse
un cafecito endulzado con panela.
Al llegar a la plaza del pueblo
recordó el tan perifoneado mercado de las pulgas, y decidió detenerse a
curiosear. Dos cachivaches, como él acostumbra llamar, convocaron su
atención. Una brillante lámpara Coleman de arco colgante y una mesa hecha de
madera de pino silvestre, a simple vista, un trabajo de carpintería de
irregular aserrado, pero de buen secado y de inmejorable cepillado sobre los
nudos de las ligeras deformaciones. Era justo la mesa para la habitación
principal. Se hizo a los dos artículos sin regatear un mínimo de esfuerzo para
conseguirlos. Logrado su propósito, regresó por donde vino cuando el cielo
estaba pintado de tonos naranja y amarillo cuando el sol se ocultaba tras
las montañas, lanzando sus últimos rayos hacia la tupida floresta cercana de la
casa.
Una mujer mayor casi corriendo
trataba de forma infructuosa de salirle al paso al único bus que pasaba a esa
hora por la vereda Diostedé. Ezequiel, al verla agitada, la invitó a esperar
bajo el cobertizo de la casa donde podría sentarse y esperar el próximo bus que
tardaría más de media hora en volver a pasar. La señora con palabras de
agradecimiento se sentó en un banco a descansar, sin advertir que Ezequiel colocaba sobre la mesa la Coleman dispuesta a lanzar una luz blanca y
brillante. Ezequiel, con las manos en la cintura, apenas podía creer lo bien
iluminada que quedaba la casa. Fue cuando vio a la mujer entrar con manifiesta
agitación. En su rostro se dibujaba un innegable signo de sorpresa: «Señor,
¿usted dónde consiguió esa lámpara?». Ezequiel algo extrañado por la pregunta,
le explicó. La mujer, aun así, le pidió que la dejara revisar la base de la
lámpara para ver si tenía las iniciales JMRV escritas. Sí, allí estaban
escritas. Era el mismo monograma escrito por su marido cuando la compró con
motivo del primer viaje hecho por los dos a la capital. La mujer apenas podía
creerlo cuando Ezequiel le contó que acababa de obtenerla junto con la mesa de
pino. Lorena, sin pensarlo mucho, le reveló lo ocurrido antes de aquella
histórica masacre en la vereda. Ella y su esposo tenían una posición económica
desahogada. Fue cuando compraron una casita, pero en menos de un año de vivir
en ella los forzaron a irse. Su esposo debía alcanzarla la semana siguiente.
Ella fue retenida y utilizada, junto a otros vecinos, como escudo humano por un
grupo de delincuentes que huía. Con los días nunca volvió a saber de su esposo
ni de su casa.
Minutos más tarde, Ezequiel la
ayudó abordar el bus y ofreció entregarle la lámpara de gasolina, pero ella la
declinó porque era lo menos que podía hacer después de haberla atendido con
deferencia. Se sentía muy agradecida, pues vivía a los dos kilómetros de allí, y
solamente iría al pueblo por motivo de la Semana Santa, se haría cargo de
una venta de empanadas ofrecidas por una conocida suya.
Días después, «¡qué meritorio fue
el oficio de reparación de esa casa por la que nadie ofrecía un peso!», pensó
Ezequiel. Y era cierto, la vivienda estaba transformada. Habían concurrido en
ella la perseverancia y el vigor puestos al servicio de un bien personal, pues
toda lumbre, bien abrasa. Tras darse por satisfecho, Ezequiel salió al
cobertizo y se sentó en una silla a contemplar en silencio el manto extendido
de la noche. Cuando sus pensamientos lo regresaron a la realidad, le llamó la
atención un hombre que lo miraba sin reserva alguna, tanto que lo obligó a
preguntarle qué era lo que tanto le miraba. El hombre, dándose por descubierto,
acortó la distancia entre ellos, se aproximó a la casa y le preguntó que por
curiosidad dónde había obtenido la lámpara que colgaba del cobertizo, pues era
idéntica a una que había comprado años atrás en un viaje, antes de la
sonada matanza que marcó y cambió el destino de todos los pobladores del lugar. ¿Era
posible que pudiera haber dos lámparas de tan singular luminosidad?, se
preguntaba aquel desconocido. El hombre, ya más sosegado, le relató a Ezequiel cómo le dijo, antes de que llegaran aquellas consabidas fuerzas irregulares al poblado, a su mujer que se fuera primero por cuestiones de seguridad, mientras tanto, él
esperaría el momento para encontrarse de nuevo con ella. Pero no fue así, el
hombre fue arrestado y enviado a una prisión de la remota selva por haber sido acusado de ser
colaborador de la insurgencia. Nunca más volvió a saber de su esposa en todos
esos años que estuvo preso. Ezequiel, cuando escuchó aquella historia dentro de
esta historia, le preguntó si le permitiría acompañarlo a donde sus compadres,
pues ellos llevaban mucho tiempo viviendo en la vereda y podrían darle algún
tipo de información. Sin perder tiempo subieron al sempiterno Willis, que, al ser
encendido, el motor comenzó a toser como si fuera la tos de un fumador
empedernido. Kilómetros después, entraron por la vía principal de Diostedé y se
detuvieron frente a la misma casa donde Ezequiel había dejado a una mujer días
antes. Aquel desconocido, sabiendo que la esperanza y el temor son inseparables, se adelantó y llamó a la puerta. Ezequiel solo sonrió al presenciar allí el
encuentro de aquel hombre y su mujer, cuando el sol arrojó todas las
sombras de la noche delante de ellos.
«¿Qué es una casa?, se respondió
así mismo: Un lugar donde uno es esperado, donde la lumbre de un abrazo nos
abrasa».
sábado, 22 de julio de 2023
Antípoda
Mi padre siempre
me advirtió que con la que se me atravesara no perdiera la oportunidad. Esa
exhortación suya nunca olvidé. Ahora, con sesenta y más años de inanidad, y cuando
ya no tengo fuego en los ojos, mientras pienso en cuestiones inadmisibles, me
pregunto qué sentido tiene ahora lo que tantas veces me dijo.
sábado, 15 de julio de 2023
Sordera
Algo quiso decirle, pero ella era sorda. Sin embargo, cuando
dicho susurro redujo tamaña desinencia, Eugenia estupefacta, sonrío ante
aquella inconfidencia.
sábado, 8 de julio de 2023
Tiempo aciago
Para aquellos que no me conocen, mi nombre es Telémaco, hijo de Odiseo y Penélope. Al menos así fue como ellos me llamaron. Sin embargo, dicen que mi verdadero padre fue Homero, otros han llegado incluso a escribir, que fue un bibliotecario de Alejandría. En todo caso, mi vida ha transcurrido como la de los caminos cruzados donde el tiempo es la corriente y el fragor del viejo mar que corta la mudez del sendero.
sábado, 1 de julio de 2023
Anverso y reverso
Cuando lo
saludo, el hombre me mira con esa particular cara de bobo que le moldearon. Contalo, me dice. Ya llegó la factura
del gas, así que falta tu aporte de acuerdo al consumo de este mes. En la juega, vecino. En sus cuatro palabras
percibo una sombra atravesando su cerebro: ¿Cuánto
fue el consumo del mes pasado? La lectura anterior del consumo fue de 3112
m₃ y la actual es de 3099 m₃ ¿Ve, y por qué
tanto? Le explico que si bien, el consumo bajó, el valor del servicio de
gas aumentó. El tipo me mira, tiene la boca entre abierta, como si su materia
gris estuviera a punto de emanar por culpa del aliento a cebolla cruda. No hay una
respuesta. El hombre se agita en el mar de la duda, se muestra resignado como
el sol en un mismo lugar, así que opta por limpiar con un trapo el tablero de
instrumentos de su moto. Le aplica al espejo retrovisor vaho caliente y lo
fricciona con otro paño. Vuelve y lo mira con esos culos de botellas que tiene
por lentes en una montura Timberlam chiviada. Se acomoda la gorra bajo la cual siempre
se esconde para que no lo vean echar gafa en el vecindario. Vecino, todo bien, —me dice—. Podes preguntarle
a mi mujer, nosotros no permanecemos en casa ni cocinamos mucho, escasamente
dos huevos fritos para el desayuno; así que mínimo me corresponde darte tres
mil pesos. Miro rayado al bobo por su poco fundamento. Pareciera que sólo espera
mi humilde consideración por su inopinado drama, pero le hablo sin miramiento
alguno. En los negocios no cabe el
sentimentalismo. Me amonestó una vez mi ex, sin más ni más. Después entendí
la intención del mensaje que, me sonó altisonante, fue porque le miré con reiteración las apetitosas
nalgas a su hermana. El hombre por momentos vacila, sigue restregándole el trapo
sucio a los espejos retrovisores; los sopla y luego, arguye: ¿No será que el incremento del servicio es por
causa del recalentamiento del gasoducto Mariquita-Cali al pasar por la ladera
del volcán Cerro Bravo? Esa dizque es la causa de la escasez del combustible ¿Oís?
Le digo que, con todo y eso, la fecha de facturación, es anterior al problema
del suministro del gas. Le pido que no le dé vueltas al asunto y que me pague. Sintiéndose
en una sin salida, es cuando retumba desde los parlantes de un descapotado
prestado al lavaperros que lo conduce: Salí
jodido la última vez que en alguien yo confié / Me compré una forty y a cupido
se la vacié / Pero el hombre, desde su altura corporal, pone una patética cara
de imbécil por lo asoliado que lo tengo. Yo me pregunto por qué los adultos dejan
de tener fe en lo que creían de niños, ¿no se supone que somos
más listos ahora? Si algo detesto, es cobrar, tanto como tener deudas. Y
éste tipo, posa de chichipato ante una poquedad por entregar. Pienso que sólo esto
me pasa a mí por creer en la buena voluntad de la gente. Lo vuelvo a recatar: ¿Entonces
en qué quedamos? El hombre al advertir que la factura ya tiene su respectivo
impreso de «Cancelado», es quien ahora me pasa su respectiva cuenta de cobro: Mañana te pago, es que dejé la billetera
allá arriba.
«¿Y éste qué?
¿Quién lo trajo al barrio o quién lo inventó? No pelao, conmigo
cójala suave. Con esa cara agria cree que me va a impresionar. Yo no le como de
cuento a nadie. Al fin y cabo, yo soy el cuñado de la dueña de la casa donde ese man vive. ¡Qué facturas ni qué nada! Se le ve lo muy urgido que está de "pagar la
cuenta". ¿Acaso me vio cara de güevón? Ya pagó la puta factura, y quiere venir a
azararme a mí por tres mil pesos, ja. Menos mal que me la pillé de una. Vivezas
a mí… Ese man lo que está es encañengado. Eso le pasa a todo garoso ¿Oís? Lo
dejé sano cuando le dije que no tenía la billetera. Nos merecemos una disculpa
de parte de ambos: de él y de su mujer. Esa hembra también retaca feo con la sola
mirada. Ambos creen
que son de oro y que hay oro en todas las demás personas. El aletoso ese creía que yo
de noticias ando mal sintonizado, pero cuando se dio cuenta de lo actualizado
que estoy, quiso alebrestarse conmigo. Mejor dicho, se tuvo que patrasiar,
porque me quiso coger de parche, pero en juego largo hay desquite».
«Bien o
qué».
***
Coloquialismos empleados:
En la Juega: estar en
el asunto que es correcto
Culos de botellas: Lentes gruesos.
Chiviado (a):
algo adulterado; imitación de mala calidad.
Echar gafa: observar con disimulo o con sospecha.
Mirar Rayado: mirar con enojo.
Lavaperros: Empleado servil de un rico o poderoso.
Asoliado: mirar a alguien con rabia.
Chichipato: persona tacaña.
Pelao: niño, joven
Cogerla Suave: tener
tranquilidad.
Azarar: Causar alguien o algo fastidio o malestar a una
persona.
Encañengado: Algo de
lo que es difícil deshacerse.
Garoso: Referido a persona, que come mucho y
desordenadamente.
Dejarlo(a) Sano(a):
dejar sorprendido(a)
Aletoso: enojarse por
todo.
Alebrestarse: agitarse,
alborotarse.
Patrasiar: Volver hacia atrás,
retroceder.
Parche: grupo de
amigos.
Comer cuento: hacer creer algo que generalmente es mentira.