viernes, 29 de diciembre de 2023

Mago sin destino

                                                                                     https://www.facebook.com/BreveMente.micros

sábado, 23 de diciembre de 2023

De fuera vendrán...


Todos duermen. Se escucha el descorrer de un cerrojo. Alguien se detiene. Mira hacia los extremos de la pequeña habitación. Todos duermen acusados de las cosas más terribles por sus propios ronquidos.
 Con ayuda de una luz líquida que entró anticipada por la ventana, reconoce algunos objetos dejados en el perchero. Toma el sombrero, la ruana y el machete. Sale con su propio ruido. Nadie escuchó ni vio nada. Tan solo el recién llegado se preguntó quien era ese que iba con su sombrero puesto.

sábado, 16 de diciembre de 2023

Ansiado amor

 


La besó, pero aquel ansiado amor no salió del vaho de los suspiros. Entonces descubrió que el amor de aquella dama, no era tan angelical como el de Desdémona, ni tan gentil como el de Porcia, era puro cuento.

sábado, 9 de diciembre de 2023

En el valle de HaElah

 


David tomó la honda y buscó una piedra, se plantó frente al gigante Goliat. El hijo de Jesé estiró el cuerpo, giró, la piedra salió disparada. Todo Israel miraba fascinado en vivo aquella proeza ignorando que los filisteos, tras aparentar incapacidad, con el tiempo se darían cuenta de que las ruedas de la justicia giran lentamente, pero giran bien.

sábado, 2 de diciembre de 2023

La niña y el cristal

 



 
 Aquella niña que recorre el bosque encuentra un espejo esferoidal. Inclinada sobre el espejo, ve un rostro que la mira con curiosidad.

   —¿Cómo te caíste al pozo, lobito? —pregunta la pequeña al que emerge entre la lámina incolora.
   No le contesta. Y la niña que camina a casa de su abuelita divulga con cierta animación:
   —El muy confiado quedó con los ojos abiertos.

domingo, 26 de noviembre de 2023

Del saber tanto y no tener dominio de nada

 

Napoleón Bonaparte en Egipto (Fuente: iStock)


El faraón Keops mandó a construir una enorme pirámide como monumento mortuorio personal fruto de una idea muy humana: que su nombre no se borrara jamás de la historia. Keops que era un gobernante despiadado, obligó a su propia hija a prostituirse para sufragar los gastos de la construcción del sepulcro. La hija cumplió la orden, sin embargo, ella por su cuenta quiso también dejar un monumento igual, por tal razón, le pidió a cada uno de los hombres que la visitaban que le regalaran una sola piedra. Con ellas se construyó la pirámide que está en medio de las tres. Sea como fuere, el gran poliedro principal, ha sido testigo mudo del devenir de la historia, tanto que ha fascinado a grandes hombres por ser la representación de un tiempo exótico y pasado, uno de ellos fue Napoleón Bonaparte. Miles de años después de que Keops, su hija y todos los demás protagonistas del mundo antiguo pasaran a la historia, el general francés llegó a Egipto, concretamente en el verano de 1798.

El corso que era un gran fanático de la figura de Alejandro Magno, y de otros grandes hombres como Julio César, quiso emularlos en ese curioso viaje y realizó no solo una conquista, sino algo más trascendental. Así pues, regresó a El Cairo para pasar la noche en el interior de la pirámide de Keops. Su séquito, junto con un religioso musulmán, le acompañaron a la Cámara del Rey, donde no era sencillo pasar. Todo el grupo tuvo que atravesar los estrechos pasadizos hasta llegar al corazón de la Gran Pirámide, y después dejaron al corso a solas con sus pensamientos, en aquel sagrado lugar, durante toda una noche.

Napoleón salió al cabo de siete horas, cuando despuntaba el alba, completamente pálido y desencajado. Cuando sus soldados le preguntaron qué había visto, negó con la cabeza: «Aunque os lo dijera no me creeríais, vi el ayer y conocí el mañana». 

Este testimonio vino de Heródoto quien se encargó de divulgarlo como relato razonado a otro1, y éste, deberá hacérselo llegar a un tercero con el propósito de darle conocer a otros las resplandecientes palabras de la historia de un anhelo hasta más allá de nuestros días.

¹Me veo en el deber de referir lo que se me cuenta, pero no a creérmelo todo. Esta afirmación es aplicable a la totalidad de mi obra.

(VII, 151, 3)

domingo, 19 de noviembre de 2023

Diatriba de un concurso literario.

      

              
      

    Ser segundo, ser tercero, o semifinalista casi nunca sirve de nada. Es como en la Vuelta a Colombia: sólo el primero se recuerda, por mucho que los subcampeones no hayan sudado menos ni —tal vez— merecido menos el triunfo que el ganador. Muchas veces las etapas y las vueltas, así como los concursos literarios, se ganan por el favor del nombre, como dice Cervantes, o también por azar.

     Aunque en la segunda parte, del capítulo XVIII, don Quijote aconseja que en los versos de justa literaria «procure vuesa merced llevar el segundo premio; que el primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la persona; el segundo se lo lleva la mera justicia; y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las universidades. Pero, con todo esto, gran personaje es el nombre de primero».

     Pero ¿vale o no la pena participar en los concursos literarios? Cuando se es un joven con ilusiones, sin reconocimiento alguno, los pequeños premios son una de las oportunidades de salir lleno de vanidad en los bolsillos. Sin embargo, para esos autores novatos, sus cuentos inéditos encuentran a veces un jurado atento, sin sesgos ni prejuicios, capaz de encontrar nuevos talentos. Cuando uno es mayor, y ha ganado y perdido suficientes concursos, el dilema es otro: ¿vale la pena seguir escribiendo y participando en un concurso literario?

     El oficio de jurado de concursos suele o debe ser ingrato. Sin embargo, por creer, quizá de manera ingenua, que también el mérito literario debe ser reconocido, quienes ofician de jurado se vuelven ciegos ante los procesos de escritura escolar y los inconvenientes que conllevan, a los absurdos, a los sinsabores y errores de que están llenos este tipo de actividades a las que, casi por obligación, debemos hacer presencia en nombre de la institución donde nos desempeñamos como maestros.

     Es irremediable, en todo premio hay muchísimos más participantes que ganadores, habrá siempre muchos más concursantes desilusionados que concursantes complacidos con el fallo. Eso acarrea celos profesionales, suspicacias entre los acompañantes de los niños concursantes. Genera, además, comentarios contradictorios: si el ganador resultó ser de un colegio privado o de una institución pública. La conclusión más común, sin embargo, es el desdén: los grandes escritores no necesitan premios, los que apenas empiezan a mostrar el don para narrar, sí. El gran cuento se impone por encima la inútil vanidad de los concursos. Estoy en parte de acuerdo con todas estas opiniones, pues yo mismo las he tenido, sobre todo como un método de consolación cuando no gano nada, o cuando los que ganan (qué raro es compartir la alegría de los ganadores) parece que carecen de los méritos suficientes. 

   Hay peligros todavía más personales, de conciencia podría también decirse: después del durísimo oficio de leer cientos de originales, el jurado nunca estará completamente seguro de haber sido del todo justo. Es poco común que entre las obras finalistas haya una que sea —de lejos— mucho mejor que las otras; todo en el arte tiende a la medianía y lo genial es escaso casi por definición. Así que siempre puede quedar  el posible temor de no haber sido totalmente ecuánime, de haberse dejado influir por el juicio de los demás, por la personalidad dominante de otro jurado, por una preferencia o antipatía personal por el tema o el tono, inclinaciones siempre demasiado subjetivas. Un jurado sensible también sufre con su imaginación: piensa en todos aquellos talentos destruidos porque no los escogieron entre los finalistas; se imagina las vocaciones truncadas, los llantos. Ser jurado es durísimo, a no ser que se tenga el corazón de piedra. Y todo por el dudoso prestigio de poder juzgar, o por recibir reconocimientos o palmaditas en el hombro, o por la ilusoria recompensa de imponer el propio gusto "por las lecturas personales" realizadas de algún jurado.

     La prudencia, el compromiso guían casi siempre el fallo final de un concurso por categorías. Pocas veces se corre el riesgo de premiar la obra más novedosa; se prefiere dar a ésta una mención y acogerse a alguna de mérito que genere menos polémica.

     Tomar la decisión de participar en un concurso literario tampoco es fácil, sobre todo a partir de ciertas edades a nivel escolar. Se corre el riesgo de perder si uno no está dispuesto a acoger con un ánimo muy por igual la derrota o el triunfo, lo mejor es no exponerse a los juicios de los demás. Si uno es muy joven, y dado a la vanagloria, un premio puede terminar con su posible talento. Igual si es muy joven y dado a la autocrítica, un desaire puede acabar con un talento real. Concursar es entender que el horizonte más probable es seguir escribiendo, como forma de afinar, de seguir aprendiendo en nosotros los mediadores en la escritura y lectura de cuentos y en los estudiantes siempre nuestra razón de ser.

domingo, 12 de noviembre de 2023

El muerto vivo

                                        


Por el alboroto que están haciendo, y por la forma que me están tirando las paladas de tierra, deduzco que tienen afán de deshacerme de mí con tal de irse a beber en mi nombre. Estoy muerto y ahora me encuentro agotado en un ataúd y en un mundo tenebroso, sin tictacs ni compases. Los que se acercan a observar el hueco donde me dejaron, no saben que todavía puedo verles los ojos. Los vivos aseguran que el muerto, muerto está, pero no tienen idea de la muerte, solo saben votar corriente mientras están en el velorio o lo llevan a uno al horno. ¿Ya escogerían a la que va rezar por mi eterno descanso? Las cosas de la vida... yo debí irme a dormir en lugar de quedarme en el lenocinio de Luisa Collantes. Fui porque siempre he sostenido que los deseos deben obedecer a la razón, así que pedí una cerveza bien fría y la canción Borracho no vale de Daniel Santos. No se había terminado esa guaracha cuando ya estaba exigiéndole a la vieja que la repitiera. Las voces altisonantes ahí mismo salieron a imponer otra. Así que, con botella en mano, me paré para silenciar aquellos azorados tipos gritándoles: Les guste o no les guste, les cuadre o no les cuadre Daniel es el padre, y si no miéntense la madre. Entonces empezaron las amenazas y los insultos; pero a mí, a Fidel nada atemoriza. Por cosas como esas me conseguí la antipatía de unos y la oculta hostilidad de Pablo Totes. La copa se rebosó ayer cuando una lengüicaliente me vio tocándole una nalga a su querida. El reclamo no tardó mucho, Pablo me desafió y yo lo enfrenté.

Profético le salió a la Bernardina lo que me gritó aquel día que me echó de la casa: ¡Lárgate desvergonzado, vos solo sabes beber con tus amigotes, pero un día de estos, te van a matar por culpa de esas putas! Así fue mi sentencia. Por mi condición de contratista de Finca comenzaba a tomar el viernes por la tarde y terminaba el lunes. A la Dina ofendía con la borrachera, y le pagaba con el guayabo. Ja, ja, ja. Ah, mujer esa. La amé tanto como a una cerveza bien helada. Ahora que la observo de frente a mí, me estremezco, parece triste y compungida, pero no le observo lágrimas, debe estar alegre, o en estado de gozo contenido. Me lo merezco, por eso aquí estoy, pagando por mis errores y por mis determinaciones. Bien dijo mi compadre que le mermara a tomadera de trago, pero ¿quién le escucha consejos a un borracho?, nadie. Después me vino con otra perorata, que dejara a mi exmujer tranquila porque esa hembra ahora cohabita con Pablo Totes. Recuerdo que también me dijo que no olvidara que ella todo lo había soportado hasta que terminó yéndose de mi lado. Sí, es cierto, yo llegué a pasarle a otras zánganas por su propia nariz por la sencilla razón de que a mí me gustan los tríos: una vieja, yo y una cerveza. Pero el compadre no paraba. Ayer quiso venir con la misma cantaleta, pero lo paré de una: ¡Espere, espere, no me diga más lo que ya sé, mejor dese cuenta que cuanto peor es pensando, mejor es bebiendo! ¡Oigan, sepultureros que profundizan mi ruina en este silencio sepulcral entre inútiles rezos y sollozos, no olviden decirles a mis dolientes que me pongan A la Memoria del Muerto de Fruko! ¿O es que acaso ustedes son los mismos que en la esquina de La Charanga decían que no es tanto morirse, sino lo que dura el estar muerto?. Ríanse maricas, a mí por lo menos el infierno me puede salvar del aburrimiento de la muerte.

Pues sí, ese día queriendo recapacitar y, sobre todo, congraciarme con Pablo Totes, le pedí permiso para sentarme a la mesa que él ocupaba. Como si fuera poco, tenía sentada sobre sus piernas a mi exmujer. El tipo deduciendo mi sincera intención, aceptó brindándome un aguardiente. La ojihundida de Mariela con una nalgada suya nos dejó a solas. Hablamos largo y tendido en buenos términos. Fue así como recordamos nuestra niñez, nuestra orfandad, la escuela y hasta el terror que le teníamos al mono Parra en la clase. También recordamos cómo eran nuestras riñas callejeras contra las galladas de la veintiuna y alrededores. Incluso, hablamos en términos lascivos de Nidia, la más bonita de nuestra calle. Nos reímos de cuando a escondidas del papá, jugábamos al beso robado. También hicimos mención de nuestro mayor rival, el que se la supo llevar a pesar del machete que le siempre sacaba el viejo a quien se le acercara. En todo caso, quedó completamente aclarada la situación con Pablo Totes. Esa gentil remembranza nos ayudó a reconciliar nuestros ánimos, nuestras animadversiones. En un sonoro abrazo, él se ofreció llenar mi copa para vaciar la suya. Comulgamos con el verbo. A propósito de comulgar, el cura dijo que todo muerto escapa del tiempo presente de los vivos, porque él es una entidad atemporal despojado ya de las acciones del pecado. Dijo también que ya no valía la pena persistir con los rencores de los vivos, que hay que dejarlos ir con el muerto, para descargarse de los odios y la venganza. «Concédale, Señor el perdón eterno». Así que nos dirigimos a la puerta de salida de la casa de citas de Luisa Collantes. Nadie creía lo que estaban viendo. Salimos abrazados como para que el mismo diablo no nos hallara ociosos. Caminamos unos metros en busca de algún cenadero con tal de mitigar el hambre y disminuir nuestra embriaguez. Pero siempre hay tribulación en la casa del ebrio: A Bernardina, mi ‘Dina’, le fueron a avisar lo acontecido. No podía creerles a las bochincheras que fueron por consideración a buscarla a la casa. Como dije, Pablo Totes me puso un brazo sobre mis hombros, tal vez lo hizo porque era más conveniente para él disimular que vengar el honor de su amante. Como el maldito no podía permitirse la agresión del insulto y la burla, con aquel disimulado abrazo dirigió, sin que me diera cuenta, la almarada a mi corazón y lo agujereó por dentro. Sus ojos se negaron a mirar los míos, tenían la frialdad del verdadero asesino. Tuve miedo porque me abrazó como a un amigo. Cuando dejó de hacerlo continuó su camino, y por la amenaza del castigo sintió el placer de su fuga. Alcancé a dar unos cuantos pasos, me sentí débil cuando mi alma escapaba por causa de mi rostro languidecido. Vino la muerte y me preguntó que, si estaba listo para despedirte definitivamente del mundo de los vivos, yo le contesté: Estoy listo. Entre luces y sombras, le vi a la calavera su sonrisa de siempre, su sonrisa de muerte. Oigan, ustedes, allá afuera, ante la escasa alegría de mi sepulcro, les pido que me pongan El muerto vivo de Rolando Laserie.


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El muerto vivo. Letra y acordes del colombiano Guillermo González Arenas:

https://www.cancioneros.com/letras/cancion/32965/el-muerto-vivo-guillermo-gonzalez-arenas

Interpretación del cubano Rolando Laserie:

https://www.youtube.com/watch?v=vAg7NKPxx9k&list=RDvAg7NKPxx9k&index=1

sábado, 4 de noviembre de 2023

Nada es perfecto

Tembló horrorizado. No se atrevió a pensar, y menos, a pronunciar palabra alguna sobre lo ocurrido anoche. Mantuvo el paso resuelto, pero silencioso antes de llegar. Le asaltó un pensamiento que lo hizo estremecer: aquella mujer que había dejado en la habitación estaría allí, bajo el efecto de aquellos albos néctares compartidos. Una hora antes, aquella joven le había animado a lanzarle la flecha correcta, eso fue cuando su pupila se proyectó en la de ella y el arco del amor se formó en una mutua sonrisa. Brindaron, bebieron y bailaron hasta el cansancio. Ahora le acobardaba pensar en volverla a ver. La despertó casi con una violencia inusitada. Tras un café bien cargado, le pidió esperar unos minutos para dejar todo en orden. Subió hasta la habitación, hizo una pausa entre las gradas. Se detuvo y sintió un sudor frío que lo obligó a dejar la puerta abierta, como cuando se cree que puede haber alguien desconocido aguardando. Nada extraño ocurrió. Comprobó que la habitación estaba vacía. Ninguna mujer había estado allí, solo él o ella con el color de los labios desvanecido.

domingo, 29 de octubre de 2023

Claroscuro

 

                                                                                        El camino al jardín del paraíso (1946), de Eugene Smith

En definitiva, en la plenitud de lo que ahora llaman «adulto mayor», he tenido la tentación de volver a la niñez, al comienzo de casi todo. 

La casa se conservaba igual, lo diferente era la puerta. Ya no era de nogal rojo, ni una insignificancia de barniz tenía. En el reseco patio, los árboles eran los mismos: el mango, el achiote, el brevo, el limonar... Pero la gente —todos los habitantes del pasado— ya no estaban: fallecidos, desaparecidos, asentados en otra parte. 

En fotografías caracterizadas por la ausencia de colorido, niños en grupo, con ropas humildes sin estar mal vestidos, hombres y mujeres arrugados. El sol era el mismo, el solar posterior enmontado, las plantas medicinales abatidas por la larga sequía. Un presente lleno de extraños. 

En cierta forma todo correspondía, tal y como lo recordaba: la casa, la calle, el incipiente pueblo donde se legitimó el silencio, la distancia, el tiempo y las desconcertantes tradiciones amarradas por el bejuco de la imaginación y el ensueño. 

Recuerdo mi infancia con la simpleza que da el olvido; evoco aquella inocencia como un largo deseo de estar en otra parte. Ésa era la casa; aquella debió ser la infancia de la que hablaba para no ser un viejo hoy. 

sábado, 21 de octubre de 2023

Hechos de ausencia

 


A Ana P.

Apenas pasó la puerta de la droguería vio a Susana revisar el impreso expedido por la máquina dispensadora de turnos. Al verlo le sonrió y fueron a encontrarse en un abrazo. Dando un paso atrás, resonaron los ¿Tú aquí? Pero fueron los ojos a modo de preludio, los que llevaron al brindis con sonados besos en las mejillas. El calor los abrigó de forma llameante. Se interrogaron sobre el porqué de la mutua ausencia, como si uno supiera lo que se piensa del otro. Se sentaron entre cansadas voces y la impaciencia de otras. Por momentos dejaron de cruzar palabras, tan solo sus manos se buscaron y sus cuerpos indagaron por reconocidas caricias. Suspiraron y se volvieron a interrogar razonablemente, a escucharse con atención, a responder con serenidad y callar cuando uno de los dos no tuvo nada que decir. Fueron los ojos los que hablaron y también sonrieron por ellos, los ausentes; todo estaba dicho.

domingo, 15 de octubre de 2023

Un día soleado

 




¿Te llegó a suceder que por más que estuvieras advertido de no hacer algo terminaste haciéndolo? Me llamo José Vaquero, y no es por eso que me gustan los perros. Tengo uno que adopté desde que llegó a implorar agua y algo de comer en la puerta de la de casa de mis padres. Jamás habíamos tenido mascota alguna; bueno sí, tuvimos un canario, pero mi papá, días después, en un acto heroico le dio la libertad. Ese día, él estaba en su escritorio leyendo cuando sintió que algo cayó a sus pies. Era un canario despistado que entró por la ventana. Era uno de aquellos canarios que siempre vienen en pareja a comerse alguna de las gramíneas de las que se abren paso entre las ranuras del andén de nuestra casa. Pero, no es eso lo que quiero contar. Resulta que un lunes festivo, decidí sacar a mi perro Maximiliano. Max, como lo llamamos en familia, él es un perro criollo, aunque hay quienes, con su arribismo estirado, a los sin raza conocida los llaman «chandas». Nuestro perro es dócil, dormilón y rezongón cuando no le comparten algún alimento; eso sí, no gusta de los ancianos, a quienes les ladra cuando al pasar, arrastran los pies. Por esa inexcusable actitud, un viejito que anda siempre con un saco colgado de un hombro, lo amenazó con encenderlo a pedradas todas las veces que le llegara a ladrar. La risa de mi abuelita no se hizo esperar cuando escuchó la advertencia del «viejo chancletudo», como lo llamó ella que es buena para poner apodos.

Bueno, para no darle más vueltas al asunto, a Max acostumbro a llevarlo al parque de nuestro barrio. A ambos nos gusta hacerlo después de las cuatro de la tarde porque casi siempre ventea. A mí, en particular, me gusta el ulular del viento travieso entre mis ondulados cabellos. Es cuando invoco al Niño poeta y digo lo que aprendí en la Primaria:

El día es lindo / no ha hecho más que crecer / como si fuera un árbol, / y tiene a esta hora / una rama que canta en forma de pájaro / y una fruta que vuela en forma de avión / y un perfume que trepa en forma de sol.

Todo estaba tranquilo, algunos niños con su algarabía jugaban, otros, apenas reconocieron a Max se acercaron a invitarlo a jugar con ellos. Mi viejo solo labraba y les correspondía a ellos corriendo y saltando. De pronto, y sin saber cómo ni por qué, mi perro se transformó al ver a un gato. Nadie pudo evitar que Max saliera en su persecución, mis llamados a gritos fueron insuficientes. Nunca vi a mi perro tan furioso y tan resuelto a atacar a un felino que, a duras penas, tenía doce bigotes en cada lado de su hocico. Algo me decía que algo andaba mal cuando vi a Max olisqueando debajo de una veranera, por más que lo vi concentrado buscando información con su desarrollado olfato, jamás me imaginé que todo fuera por causa de un gato. Lo cierto es que apenas le llegó la información sensorial a su cerebro, Max salió en estampida.

—¡Te encontré gato asqueroso! —le gritaba entre ladridos—. Pero Pelusa al reconocer a quien lo perseguía exclamó:

—¡No puede ser, hoy no es día de suerte, ni que hubiera pasado por debajo de una escalera! Mejor me devuelvo para evitarse molestias.

Y diciendo y haciendo, comencé a emitir sonidos inarticulados como si los pájaros del lugar gorjearan dentro de mí en mi afán de detener al desobediente Max, quien sin darse por enterado de lo que había hecho, solo atinó a mirarme con desconcierto animal. En cuanto se detuvo, sus desmesurados ojos negros lo decían todo de mí: Jamás me había visto salido de la ropa gritando como un demente:

—¡Perro tonto, mira cómo me amarraste a este árbol!

Por la forma como había quedado amarrado al amancayo donde se refugió el gato, fui objeto de la burla de los mocosos que animaron a Max para que saliera a perseguirlo. Sólo los traviesos aceptan las sorpresas por el placer de las sorpresas.

 

Julieth Andrea Ramírez Vásquez

Grado 7-1

Colegio Académico de Buga

sábado, 7 de octubre de 2023

El extraño quinientos dos

 


Estaba a punto de subirme a un bus cuando escuché la voz detrás de mí que me decía: “Mejor espera al siguiente que está por llegar”. Busqué con la mirada a quien me habló, y solo vi a un anciano enfermizo que me extendía la mano con la intención de que le diera alguna moneda. Estaba segura que él no fue quien me habló.

Estaba con mucho azar porque aquella espera significaba llegar tarde. La impaciencia me comenzó a intranquilizar; para colmo, el anciano no me quitaba de encima aquella ,mirada suplicante que todo méndigo sabe poner para hacer que se apiaden de él y así lograr su propósito.

El viejo, tal vez leyendo en mi cara mi contrariedad, se me acercó diciéndome: “Señorita no pierda la calma”. Con mi rabia contenida sólo pude responder con una pregunta: “¿Acaso no se da cuenta lo que significa llegar tarde a alguna parte? El anciano un poco más confiado, se me acercó aún más diciéndome: Son las 5:02 de la mañana, ¿acaso no conoce la leyenda?

Con más rabia y con tono de reproche le pregunté que de qué me hablaba. El viejo se quedó un momento en silencio, luego miró a los lados como queriendo asegurarse de algo antes de responderme:

En aquel bus que pasó antes de que usted le hiciera la señal de pare, no iba nadie, es más, no era conducido por nadie. Por esa, y otras razones, la previeron de no abordar ese bus. Me hizo quedar muda lo que aquel desconocido me decía. Jamás imaginé que en estos tiempos todavía pasaran cosas absurdas, mejor dicho, fuera de todo entendimiento.

Tuve miedo, el terror se adueñó de mí cuando advertí que aquel anciano tenía los ojos abiertos; Ese intento de mirar suyo no correspondía a una mirada normal. Sus ojos me daban la impresión de desvío, era una mirada sin rumbo, de desvío sin duda alguna. Mi curiosidad fue mayor, así que le pedí me contara más de esa absurda historia, propia de un viejo fantasioso. 

Ya casi la oscuridad le da paso a la luz…, comenzó diciendo, luego se llevó una mano al bolsillo de la camisa color mugre y sacó algo y se lo llevó a la boca, juzgué que era un cigarrillo, pues acto seguido lo encendió. Al hacerlo, en la semi penumbra tan solo se dejó ver un punto rojo, casi azuloso.   

“Es el “bus maldito”, agregó, nunca lo abordes cuando lo veas venir, y menos a la hora en que suele pasar. Grábate este número 502, es su placa. Si lo abordas, me veré obligado a llevarte al más allá, hacia un lugar sin retorno. Hoy, estoy en mi día de descanso porque en el más allá también uno de cansa de la monotonía de lo eterno. Así que es tu día de suerte. Tan solo espera, ya pasará otro bus.”

Esto lo cuento ahora, lo que no puedo recordar es que pasó con ese viejo fantasioso, pues cuando abordé el siguiente bus, él se quedó allí parado, mirando, o tal vez, sintiendo su desvío mental. Era, sin duda, un loco, de esos que llegan a esta ciudad por voluntad propia o, en el peor de los casos, es uno de los tantos indigentes que, por camionados, descargan en las afueras para librarse de sus pestilencias.

Cada vez que cuento lo sucedido como una advertencia, los incrédulos se ríen de mí. No creen que lo que les cuento sea cierto. Que el bus 502 pasa puntual por mí y, el viejo, me invita a subir en su siniestro bus a cambio de una sucia moneda.

por María José Cárdenas Cañas

Colegio Académico de Buga, grado 7-3

sábado, 30 de septiembre de 2023

Judicial

 


Salvador Álamos iba a su ritmo por las inclementes aceras, gracias a sus muletas: «Nos lo entregaron por partes», concretó su hermano.


sábado, 16 de septiembre de 2023

Presagio

 


Vivimos acostumbrados a que nos muestren lo que pasará cuando vemos el futuro con demasiada certeza, esta aseveración se confirma, por ejemplo, cuando lleguemos casi al último enunciado de un relato, y descubrimos que entre los personajes que concurren en la superficie de una historia, uno puede ser el villano. Por esta simplicidad en el primer libro de Heródoto podemos leer la historia de Creso. Los oráculos le aseguran que «si emprende una guerra contra los persas, destruirá un gran imperio». Se lanza a la invasión con gran codicia y resulta correcto el augurio, pues Creso acabó destruyendo su propio gran imperio.

sábado, 9 de septiembre de 2023

Titilar de la noche




La luna comenzó a abrirse campo entre las nubes ondulantes, y en el ámbito de la noche callada, los grillos y las ranas imponían su perturbadora presencia. Pedro José no sabía bien si era la luna la que rodaba bajo las nubes, o si eran las nubes algodonadas las que iban dejando atrás a la luna, eso da fe de su gran misterio.

sábado, 2 de septiembre de 2023

Confesión

 


Mi hermana una vez me contó que nuestra mamá la asesinó. Mi mamá me juró que no tenía dos hijas. Podría volver a dormirme si mi hermana dejara de llorar y de gritar en mitad de la noche.

viernes, 25 de agosto de 2023

Este es Aureliano

 


Fue Aureliano, después de meses de olvido, quien habría de recordar los valores de la letra escrita para reconocer todos sus bienes, y ser en el futuro el más afamado acumulador de calamidades.

sábado, 19 de agosto de 2023

El monstruo

 

                                                                     Que viene el Coco, de Goya (1797).


Solo porque el monstruo viva dentro de mi cabeza no significa que sea irreal. Esta noche lo vas a comprobar. No te preocupes por la oscuridad, sólo debes tener miedo, mucho miedo.

sábado, 12 de agosto de 2023

En el diván de Sigismund

 



—Estábamos bajo tierra, las paredes de concreto parecían haber sudado por años en harapienta soledad. La escasa luz mostraba las formas, pero no los colores. Todos estábamos muy nerviosos, había una bomba a punto de estallar. Calculando el tiempo y lo encerrado del lugar no quedaba esperanza de salir ileso. La idea de agonizar mutilado era insoportable, mucho más que la muerte misma, por eso, consideré que era mejor desaparecer de súbito que languidecer miserablemente. Sin pretender ser un héroe, pero movido simplemente por el terror al dolor me lancé a cubrir la bomba con mi cuerpo, por un instante me consolé vanidosamente pensando que quizá salvaría la vida de varios compañeros. Un breve silencio y comenzó el sonido de la explosión. Digo que comenzó porque duró una fracción de segundo. He escuchado varias explosiones en la vida y esta se cortó de tajo apenas comenzó. Me alivió pensar que había evitado el dolor de los demás, era un hecho que la bomba había explotado y que había muerto al momento, pero inmediatamente me asaltó una verdad escalofriante.  

—Por esa razón se considera que la muerte sea en esencia inimaginable, —indicó Freud—. Cuando la describen, las personas lo hacen desde la perspectiva de lo que les quedan, no desde su propia desaparición. Por ejemplo, Descartes verificó su propia existencia cuando se dio cuenta de que no podía imaginar que no existía, —explicó el afamado psicoanalista cuando el paciente intentaba infructuosamente acomodarse sobre el sillón victoriano.

—Pero, siga usted con el relato de su experiencia, —solicitó el neurólogo.

—Yo pensaba en la bomba que, inevitablemente, había acabado conmigo. Pero significaba que, de alguna manera yo seguía existiendo: esto me horrorizó mucho. Solamente percibía una total oscuridad. No era para mí la permanencia psicodélica de los párpados cerrados, ni la fantasmagórica irrealidad de un apagón: solo era una cerrada negrura sin matices que me rodeaba…

—Continúe.

—Doctor, yo no tenía la más mínima sensación de mi cuerpo. Fue cuando el mismo terror me susurró que eso podría ser la muerte, pues, estaba atrapado en el limbo de una conciencia aislada por toda la eternidad…

El paciente volvió a moverse, pero continuó en su reflexión.

—…Era una muerte lenta, se iba avivando como si fuera un fuego, una locura, abrazándome desde mi interior. En realidad, sentía que terminaría siendo devorado por ella. Tuve miedo… la oscuridad contiene lo oculto, incluso, lo fascinante, lo misterioso, lo ctónico, según he leído; por tanto, era el escenario de mi horror.

—Tranquílese, ahora está usted en buenas manos, —le susurró el doctor Sigismund— Es muy comprensible que la noción de una existencia reducida a sus propios pensamientos haya sido una monstruosidad indigerible.

—Doctor, ¿cómo puede considerar así de simple mis palabras? Mi experiencia no fue cualquier cosa, —advirtió algo molesto el paciente.

—No se turbe usted. Siga, siga, por favor.

—Como le estaba diciendo, uno piensa que tarde o temprano todo llegará a su fin; que las cosas se desmoronan y no se creará nada nuevo. Era imposible para mí sofocar la angustia creciente, mi desesperación se convirtió en calor, no sentía ni veía nada salvo un calor negro, abrazador, activo, no sentía ni mi piel ni mis extremidades y, aun así, sentía cómo me quemaba, mi propio pánico no lograba concebir un infierno, quería correr, pero no tenía piernas, quería golpear algo, pero no tenía manos, quería gritar, pero…

En el tercer piso sonó un grito de desesperación. La habitación en penumbras se distorsionó con el paso de las luces brillantes de una patrulla por la calle. No había vida en las luminarias de la vía ni en las ventanas de los apartamentos vecinos. Arley Cipión miró aliviado el sistema de ventilación entumecido por el apagón, el calor comenzaba a ser una pesadilla. Aunque, en la suya, la cuestión, en apariencia, era más fácil al hacer desaparecer a un muerto, pues un cadáver se entierra, un fantasma, nunca.

sábado, 5 de agosto de 2023

Orígen

 


El hombre brotó de un aliento de vida y fue avivado por el sol. Así, su naturaleza participa de todos los elementos. Con los años muere, entonces es amortajado y se le incinera a fuego lento. Cuando se desconoce su procedencia, se le llama hijo de la Tierra.

sábado, 29 de julio de 2023

Perdidos en el mismo camino

 


 

Ezequiel en posición de duelo, con las piernas separadas y las manos en la cintura, se plantó frente a la casa. ¿Qué es una casa?, se preguntó en voz alta. ¿Acaso un lugar donde uno es esperado? ¿O es lumbre que no abrasa?, sopesó. Ezequiel, un hombre comedido, llegó a mediados de marzo después de reclamar su derecho por herencia causada sobre la propiedad que ahora observa. Cuando llegó, encontró la vivienda en pésimas condiciones que demandaba mucho trabajo de reparación en el interior como en cercados y desmonte del terrero. Aun así, se propuso tener todo listo para Semana Santa. Trabajó, arduamente, reparó los alambrados, repelló con boñiga las paredes y después pintó con cal. Para el miércoles santo ya había concluido casi todos los trabajos convenidos. Por el día viernes cayó un terrible aguacero. Dos días después de pasado el aluvión, Ezequiel fue a ver la casa, pero su alma se contrajo cuando vio cómo el agua se había filtrado a través del techo. En la pieza principal había una enorme mancha en el abovedado recién pintado. Para evitar que algunas de sus palabras fueran signos de animadversión, comenzó a limpiar el desastre en el piso adoquinado y en los alrededores de la casa, y sin tener qué más hacer, aparte de esperar  el buen tiempo, salió en dirección a la casa de sus compadres para tomarse un cafecito endulzado con panela.

Al llegar a la plaza del pueblo recordó el tan perifoneado mercado de las pulgas, y decidió detenerse a curiosear. Dos cachivaches, como él acostumbra llamar, convocaron su atención. Una brillante lámpara Coleman de arco colgante y una mesa hecha de madera de pino silvestre, a simple vista, un trabajo de carpintería de irregular aserrado, pero de buen secado y de inmejorable cepillado sobre los nudos de las ligeras deformaciones. Era justo la mesa para la habitación principal. Se hizo a los dos artículos sin regatear un mínimo de esfuerzo para conseguirlos. Logrado su propósito, regresó por donde vino cuando el cielo estaba pintado de tonos naranja y amarillo cuando el sol se ocultaba tras las montañas, lanzando sus últimos rayos hacia la tupida floresta cercana de la casa.

Una mujer mayor casi corriendo trataba de forma infructuosa de salirle al paso al único bus que pasaba a esa hora por la vereda Diostedé. Ezequiel, al verla agitada, la invitó a esperar bajo el cobertizo de la casa donde podría sentarse y esperar el próximo bus que tardaría más de media hora en volver a pasar. La señora con palabras de agradecimiento se sentó en un banco a descansar, sin advertir que Ezequiel colocaba sobre la mesa la Coleman dispuesta a lanzar una luz blanca y brillante. Ezequiel, con las manos en la cintura, apenas podía creer lo bien iluminada que quedaba la casa. Fue cuando vio a la mujer entrar con manifiesta agitación. En su rostro se dibujaba un innegable signo de sorpresa: «Señor, ¿usted dónde consiguió esa lámpara?». Ezequiel algo extrañado por la pregunta, le explicó. La mujer, aun así, le pidió que la dejara revisar la base de la lámpara para ver si tenía las iniciales JMRV escritas. Sí, allí estaban escritas. Era el mismo monograma escrito por su marido cuando la compró con motivo del primer viaje hecho por los dos a la capital. La mujer apenas podía creerlo cuando Ezequiel le contó que acababa de obtenerla junto con la mesa de pino. Lorena, sin pensarlo mucho, le reveló lo ocurrido antes de aquella histórica masacre en la vereda. Ella y su esposo tenían una posición económica desahogada. Fue cuando compraron una casita, pero en menos de un año de vivir en ella los forzaron a irse. Su esposo debía alcanzarla la semana siguiente. Ella fue retenida y utilizada, junto a otros vecinos, como escudo humano por un grupo de delincuentes que huía. Con los días nunca volvió a saber de su esposo ni de su casa.

Minutos más tarde, Ezequiel la ayudó abordar el bus y ofreció entregarle la lámpara de gasolina, pero ella la declinó porque era lo menos que podía hacer después de haberla atendido con deferencia. Se sentía muy agradecida, pues vivía a los dos kilómetros de allí, y solamente iría al pueblo por motivo de la Semana Santa, se haría cargo de una venta de empanadas ofrecidas por una conocida suya.

Días después, «¡qué meritorio fue el oficio de reparación de esa casa por la que nadie ofrecía un peso!», pensó Ezequiel. Y era cierto, la vivienda estaba transformada. Habían concurrido en ella la perseverancia y el vigor puestos al servicio de un bien personal, pues toda lumbre, bien abrasa. Tras darse por satisfecho, Ezequiel salió al cobertizo y se sentó en una silla a contemplar en silencio el manto extendido de la noche. Cuando sus pensamientos lo regresaron a la realidad, le llamó la atención un hombre que lo miraba sin reserva alguna, tanto que lo obligó a preguntarle qué era lo que tanto le miraba. El hombre, dándose por descubierto, acortó la distancia entre ellos, se aproximó a la casa y le preguntó que por curiosidad dónde había obtenido la lámpara que colgaba del cobertizo, pues era idéntica a una que había comprado años atrás en un viaje, antes de la sonada matanza que marcó y cambió el destino de todos los pobladores del lugar. ¿Era posible que pudiera haber dos lámparas de tan singular luminosidad?, se preguntaba aquel desconocido. El hombre, ya más sosegado, le relató a Ezequiel cómo le dijo, antes de que llegaran aquellas consabidas fuerzas irregulares al poblado, a su mujer que se fuera primero por cuestiones de seguridad, mientras tanto, él esperaría el momento para encontrarse de nuevo con ella. Pero no fue así, el hombre fue arrestado y enviado a una prisión de la remota selva por haber sido acusado de ser colaborador de la insurgencia. Nunca más volvió a saber de su esposa en todos esos años que estuvo preso. Ezequiel, cuando escuchó aquella historia dentro de esta historia, le preguntó si le permitiría acompañarlo a donde sus compadres, pues ellos llevaban mucho tiempo viviendo en la vereda y podrían darle algún tipo de información. Sin perder tiempo subieron al sempiterno Willis, que, al ser encendido, el motor comenzó a toser como si fuera la tos de un fumador empedernido. Kilómetros después, entraron por la vía principal de Diostedé y se detuvieron frente a la misma casa donde Ezequiel había dejado a una mujer días antes. Aquel desconocido, sabiendo que la esperanza y el temor son inseparables, se adelantó y llamó a la puerta. Ezequiel solo sonrió al presenciar allí el encuentro de aquel hombre y su mujer, cuando el sol arrojó todas las sombras de la noche delante de ellos.

«¿Qué es una casa?, se respondió así mismo: Un lugar donde uno es esperado, donde la lumbre de un abrazo nos abrasa».

sábado, 22 de julio de 2023

Antípoda

 


Mi padre siempre me advirtió que con la que se me atravesara no perdiera la oportunidad. Esa exhortación suya nunca olvidé. Ahora, con sesenta y más años de inanidad, y cuando ya no tengo fuego en los ojos, mientras pienso en cuestiones inadmisibles, me pregunto qué sentido tiene ahora lo que tantas veces me dijo.

sábado, 15 de julio de 2023

Sordera

 


Algo quiso decirle, pero ella era sorda. Sin embargo, cuando dicho susurro redujo tamaña desinencia, Eugenia estupefacta, sonrío ante aquella inconfidencia.

sábado, 8 de julio de 2023

Tiempo aciago


Para aquellos que no me conocen, mi nombre es Telémaco, hijo de Odiseo y Penélope. Al menos así fue como ellos me llamaron. Sin embargo, dicen que mi verdadero padre fue Homero, otros han llegado incluso a escribir, que fue un bibliotecario de Alejandría. En todo caso, mi vida ha transcurrido como la de los caminos cruzados donde el tiempo es la corriente y el fragor del viejo mar que corta la mudez del sendero.

sábado, 1 de julio de 2023

Anverso y reverso

 




Cuando lo saludo, el hombre me mira con esa particular cara de bobo que le moldearon. Contalo, me dice. Ya llegó la factura del gas, así que falta tu aporte de acuerdo al consumo de este mes. En la juega, vecino. En sus cuatro palabras percibo una sombra atravesando su cerebro: ¿Cuánto fue el consumo del mes pasado? La lectura anterior del consumo fue de 3112 m₃ y la actual es de 3099 m₃ ¿Ve, y por qué tanto? Le explico que si bien, el consumo bajó, el valor del servicio de gas aumentó. El tipo me mira, tiene la boca entre abierta, como si su materia gris estuviera a punto de emanar por culpa del aliento a cebolla cruda. No hay una respuesta. El hombre se agita en el mar de la duda, se muestra resignado como el sol en un mismo lugar, así que opta por limpiar con un trapo el tablero de instrumentos de su moto. Le aplica al espejo retrovisor vaho caliente y lo fricciona con otro paño. Vuelve y lo mira con esos culos de botellas que tiene por lentes en una montura Timberlam chiviada. Se acomoda la gorra bajo la cual siempre se esconde para que no lo vean echar gafa en el vecindario. Vecino, todo bien, —me dice—. Podes preguntarle a mi mujer, nosotros no permanecemos en casa ni cocinamos mucho, escasamente dos huevos fritos para el desayuno; así que mínimo me corresponde darte tres mil pesos. Miro rayado al bobo por su poco fundamento. Pareciera que sólo espera mi humilde consideración por su inopinado drama, pero le hablo sin miramiento alguno. En los negocios no cabe el sentimentalismo. Me amonestó una vez mi ex, sin más ni más. Después entendí la intención del mensaje que, me sonó altisonante, fue porque le miré con reiteración las apetitosas nalgas a su hermana. El hombre por momentos vacila, sigue restregándole el trapo sucio a los espejos retrovisores; los sopla y luego, arguye: ¿No será que el incremento del servicio es por causa del recalentamiento del gasoducto Mariquita-Cali al pasar por la ladera del volcán Cerro Bravo? Esa dizque es la causa de la escasez del combustible ¿Oís? Le digo que, con todo y eso, la fecha de facturación, es anterior al problema del suministro del gas. Le pido que no le dé vueltas al asunto y que me pague. Sintiéndose en una sin salida, es cuando retumba desde los parlantes de un descapotado prestado al lavaperros que lo conduce: Salí jodido la última vez que en alguien yo confié / Me compré una forty y a cupido se la vacié / Pero el hombre, desde su altura corporal, pone una patética cara de imbécil por lo asoliado que lo tengo. Yo me pregunto por qué los adultos dejan de tener fe en lo que creían de niños, ¿no se supone que somos más listos ahora? Si algo detesto, es cobrar, tanto como tener deudas. Y éste tipo, posa de chichipato ante una poquedad por entregar. Pienso que sólo esto me pasa a mí por creer en la buena voluntad de la gente. Lo vuelvo a recatar: ¿Entonces en qué quedamos? El hombre al advertir que la factura ya tiene su respectivo impreso de «Cancelado», es quien ahora me pasa su respectiva cuenta de cobro: Mañana te pago, es que dejé la billetera allá arriba.

«¿Y éste qué? ¿Quién lo trajo al barrio o quién lo inventó? No pelao, conmigo cójala suave. Con esa cara agria cree que me va a impresionar. Yo no le como de cuento a nadie. Al fin y cabo, yo soy el cuñado de la dueña de la casa donde ese man vive. ¡Qué facturas ni qué nada! Se le ve lo muy urgido que está de "pagar la cuenta". ¿Acaso me vio cara de güevón? Ya pagó la puta factura, y quiere venir a azararme a mí por tres mil pesos, ja. Menos mal que me la pillé de una. Vivezas a mí… Ese man lo que está es encañengado. Eso le pasa a todo garoso ¿Oís? Lo dejé sano cuando le dije que no tenía la billetera. Nos merecemos una disculpa de parte de ambos: de él y de su mujer. Esa hembra también retaca feo con la sola mirada. Ambos creen que son de oro y que hay oro en todas las demás personas. El aletoso ese creía que yo de noticias ando mal sintonizado, pero cuando se dio cuenta de lo actualizado que estoy, quiso alebrestarse conmigo. Mejor dicho, se tuvo que patrasiar, porque me quiso coger de parche, pero en juego largo hay desquite».

«Bien o qué».


***

Coloquialismos empleados:

En la Juega: estar en el asunto que es correcto

Culos de botellas: Lentes gruesos.

Chiviado (a): algo adulterado; imitación de mala calidad.

Echar gafa: observar con disimulo o con sospecha.

Mirar Rayado: mirar con enojo.

Lavaperros: Empleado servil de un rico o poderoso.

Asoliado: mirar a alguien con rabia.

Chichipato: persona tacaña.

Pelao: niño, joven

Cogerla Suave: tener tranquilidad.

Azarar: Causar alguien o algo fastidio o malestar a una persona.

Encañengado: Algo de lo que es difícil deshacerse.

Garoso: Referido a persona, que come mucho y desordenadamente.

Dejarlo(a) Sano(a): dejar sorprendido(a)

Aletoso: enojarse por todo.

Alebrestarse: agitarse, alborotarse.

Patrasiar: Volver hacia atrás, retroceder.

Parche: grupo de amigos.

Comer cuento: hacer creer algo que generalmente es mentira.