domingo, 29 de agosto de 2021

Breves consejos para sobrevivir en un bloqueo policial

                                                        


No esperes la comprensión policial, podrían mirarte con extrañeza.

No confíes en su retirada de tu calle o de tu barrio.

No confundas un pájaro volando con un helicóptero sobrevolando.

No les regales libros a los ociosos policías, son en potencia pirómanos.

No te iguales con La Ley podrían confundirte con su líder.

Reseña literaria




MOISÉS PEREA, EL CUENTISTA DEL GUATAPURÍ. Nico Duba et al. Valledupar: Primera edición 2021. 117 págs. ISBN: 978-958-49-2973-0.

Libro homenaje póstumo al narrador oral Moisés Gregorio Perea Manjarrés (1947-2020), quien con natural estilo contaba las historias de su provincia disponiendo de su voz y de la palabra en otrora respetada porque el hombre valía lo que valía su palabra. En las páginas preliminares del libro se relacionan algunas de las historias que nunca en vida escribió, pero que están cargadas de cierta nostalgia por el país vallenato o por el lugar de sus historias, de sus costumbres que, pronto el lector infiere, pues pudieron tomar forma el día en que la vida pasó contenida en los ojos tristes de una mujer.
La narración oral es una actividad expresivo-creadora más antigua de la historia del ser humano y con diversas variaciones la encontramos en el mundo. El libro da cuenta de ello, pues las semblanzas contenidas se reafirman al eximio contador de historias como aquel juglar que, al contar, lo hacía, no por el aplauso que necesitan tanto los actores como los músicos, aunque en su saber contar y su saber actuar, estos, al final terminan en Perea siendo uno solo, cerrando su actuación con una silenciosa sonrisa, según dice, el columnista y amigo personal suyo, Augusto Aponte Sierra.
Aunque las emociones nunca podrán escucharse ni verse en el noble papel, porque ellas surgen de la participación que se tiene en la historia, las narraciones contenidas en el libro dedicado a Perea Manjarrés, esbozan la realidad actual entre la picaresca y el temor a abrir los ojos porque la vida escasea; pero que invitan a interrogarnos no solo sobre cómo hemos sido, sino también sobre cómo somos nosotros, o si nuestra identidad es algo que en parte nos viene dado o porque nos es imposible sustraernos de nuestras tradiciones.
No hay libro perfecto, pero este está bien hecho y bien pensado, aunque tiene sus yerros. Predominan los textos sobre el juglar, sin embargo, para el lector que espera encontrar los rasgos del narrador, esto es, el tono picaresco, el volumen y el ritmo al hablar, resultan pocos. Brilla con luz propia El Expreso Barbacoa. En suma, el libro es fruto de un esfuerzo conjunto para rescatar del olvido al amanuense vallenato antes de que sus historias se pierdan en la maleza.

sábado, 21 de agosto de 2021

Los presagios y las suertes

                                    

Los presagios se distinguían de los augurios en que estos dependían de los signos buscados e interpretados según las reglas del arte augural, mientras que los presagios, que se ofrecían fortuitamente, eran interpretados por cada particular de una manera más vaga y arbitraria. Podía reducírseles a: las palabras fortuitas; la conmoción de algunas partes del cuerpo, el corazón; las caídas imprevistas; el recuerdo de personas extrañas y también de algunos animales. Puede considerarse también la observación de la luz de una lámpara, la pueril costumbre de contar los pétalos de ciertas flores o las pepitas de un fruto. Se echaban suertes por medio de dados generalmente; de aquí el origen de esta frase: «La suerte está echada». Si encuentras a una persona a quien puedas abrazar y con la que puedas cerrar los ojos a todo lo demás, puedes considerarte afortunado.

sábado, 14 de agosto de 2021

Decidí no reconocerla

 

 

En ese momento decidí no reconocerla, hacerme el perturbado, tratarla como a una desconocida y ofrecerme, en compensación por lo ocurrido, a cargar con las bolsas de víveres hasta uno de los taxis parqueados a la salida del supermercado. Para mi sorpresa y consternación, la mujer aceptó. Yo, en el fondo, habría querido escuchar su negativa mientras se alejaba malhumorada con los víveres estropeados en el interior de las bolsas. Pero, ahí estaba yo, caminando al lado de quien era mi atracción. Ella de manos blancas, a lo sumo, frías y con esa presunción de siempre. Y yo, cargando con las bolsas de la compra, con los dedos tallados y entumecidos, transpirando esa mañana sabatina, calculando qué tanto puede comer una mujer fina, de delicada fragancia; un ser etéreo, un ente alimentado por el mundo empresarial y el poder para tomar decisiones.

La estaba aguardando, pero su voz me tomó por sorpresa y fui yo, quien casi deja caer las bolsas de la compra. Luego, por segunda vez, al dejar de sentir los dedos de las manos y tener la impresión que, en lugar de mis brazos, tenía dos muñones, como si esas bolsas y su contenido prefirieran derramarse sobre las calles de esta ciudad acorralada en lugar de permanecer en mis manos. Sentía el peso inconmensurable de las bolsas, y ahora más, cuando la jefa me tomó por un brazo para evitar irme de bruces por causa de un tropezón. Minutos después, y antes de empujar la puerta, se giró hacia mí y con esa expresión que no podía tildarse de seria, pero tampoco podría decirse que estuviera iluminada por el ramalazo de una sonrisa, se acercó a mi oído. Fue tan desequilibrante la sensación producida por su dulce voz que estuve a punto de dejar caer por tercera vez aquellas bolsas. Las risitas de unos niños y el rebote contra el suelo de una pelota dejaron en la mitad del trayecto su indudable invitación a seguir, cuando la puerta se cerró ante mis propias narices. Ven que modesto soy. 

sábado, 7 de agosto de 2021

Gota a gota



Siempre tan puntual, en punto de las siete, a través de la ventana lo veo llegar. Se orilla justo en el andén y se apoya con su pie izquierdo. Observa, se baja de su bicicleta y se acerca a la reja metálica que delimita el antejardín. Escruta con detenimiento, da la impresión de estar buscar algo.

Permanece así, hasta no mirar toda la fachada de mi casa, no se suelta de la reja. Mira con cierta incredulidad. Lleva su mano derecha hasta su ancha frente y protege sus ojos de la luz del sol que apenas se despereza. Se cerciora de haber llegado a donde debe llegar. Perdón, me dijo una vez. No es la casa que busco. Disculpe.


Aquel hombre, mejor dicho, aquel anciano de contextura recia, como una forma de expiación o como una forma de recobrar el aliento seguirá viniendo a mi casa, antes de ahogarse en una deuda a pagar gota a gota.