Tembló horrorizado. No se atrevió a pensar, y menos, a pronunciar palabra alguna sobre lo ocurrido anoche. Mantuvo el paso resuelto, pero silencioso antes de llegar. Le asaltó un pensamiento que lo hizo estremecer: aquella mujer que había dejado en la habitación estaría allí, bajo el efecto de aquellos albos néctares compartidos. Una hora antes, aquella joven le había animado a lanzarle la flecha correcta, eso fue cuando su pupila se proyectó en la de ella y el arco del amor se formó en una mutua sonrisa. Brindaron, bebieron y bailaron hasta el cansancio. Ahora le acobardaba pensar en volverla a ver. La despertó casi con una violencia inusitada. Tras un café bien cargado, le pidió esperar unos minutos para dejar todo en orden. Subió hasta la habitación, hizo una pausa entre las gradas. Se detuvo y sintió un sudor frío que lo obligó a dejar la puerta abierta, como cuando se cree que puede haber alguien desconocido aguardando. Nada extraño ocurrió. Comprobó que la habitación estaba vacía. Ninguna mujer había estado allí, solo él o ella con el color de los labios desvanecido.
Un texto muy bueno. El final lo borda. Pero seguramente él sí sintió todo lo que creía que fue la velada.
ResponderBorrarUn abrazo, amigo
La impresión de una dama puede ser más valiosa que un análisis razonable. Un abrazo.
BorrarCuántas veces la fantasía supera a la triste realidad...
ResponderBorrarSaludos,
J.
La fantasía, aislada de la razón, sólo produce monstruos imposibles, estimó Goya. Saludos.
Borrar¡Muy bueno!
ResponderBorrarAlgo me dice que esa mujer cobrará cada vez más presencia. Tal vez un día sea él quien no ha estado en esa habitación
Un abrazo
Su presencia y su ausencia sombra son una de otra sombra. Un abrazo.
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