sábado, 25 de mayo de 2024

Jazzeando

 



Joyce empezó el concierto muy arriba. Sin temor, como un buen trapecista. Muchos se preguntaron cómo iba a mantener esa intensidad sonora. Pregunta innecesaria. Tantos años de carrera y una veintena vinilos no se hacen así de buenas a primera. Si lo has inventado todo, o casi todo, si has transitado por todos los géneros para regresar a la furia original aguantas arriba lo que haga falta. Esa facilidad suya hacía que aquellas melodías y armonías intrigantes fueran como su vida.

Lo fueron a ver, lo escucharon sin necesidad de tener el conocimiento profundo del instrumento, les resultaba igual como el que aprecia una pintura sin ser pintor, sin conocer a fondo la escuela que distingue una pintura de otra o, como aquel que disfruta a fondo un texto en prosa poética, aunque nunca haya escrito nada parecido en su vida.

En todo caso, sabían que la melodía no giraba en torno a la armonía, sino que era la propia melodía la que generaba progresivamente las distintas armonías. Joyce era el epicentro de aquella estructura armónica. Ellos solo disfrutaban, eso era lo esencial, tanto como es la curiosidad y la exigencia de la concurrencia.

Joyce terminó por darse cuenta que esa multitud era un espectro que no debía perder de vista en ese claroscuro donde surgen ciertos monstruos.

sábado, 18 de mayo de 2024

Extravío

 



De pronto no coinciden mi percepción del tiempo y los datos arbitrarios que me ofrece el reloj. Es de día, una mañana rara y nublada de Viena, fría, con aristas de lluvia, a modo de invierno regresado, aunque el calendario indique un día de pleno florecimiento. Calendarios y relojes no dejan de ser, al fin y al cabo, instrumentos rudimentarios, vinculados a primitivos ritos, a una idea estática y circular del tiempo. Quizás por eso, tantas veces, me siento perdido como si intentara navegar guiándome con el mapamundi de Ptolomeo, o basándome en las categorías de los bestiarios medievales.

Es pleno día, los relojes marcan las ocho de la mañana, pero en mi reloj son las tres, y en mi conciencia todavía tengo la sensación precisa de la noche plena, de la honda tiniebla en la que, sin embargo, apenas he logrado sumergirme en el sueño. No hace mucho era medianoche, yo apenas cerraba los ojos, respirando aire un tanto enrarecido por la humedad. Me dejé adormecer por el ruido de la cuadrilla de maquinaria amarilla con que procuraban nuestro rescate. Alcé la vista para mirar por el hueco perforado, pero sólo pude distinguir una negrura insondable, era la noche más cerrada que puede concebir desde la imaginación, en medio de un revoloteo perdido en el tiempo.

Pronto, cuando parecía que por fin se acercaba el sueño por físico agotamiento, se encendieron unas crudas luces fluorescentes muy dilatadas en mis pupilas dementes. Pero lo más desconcertante de todo es que en aquel óvalo del agujero han aparecido de golpe un cielo azul y una claridad solar rigurosamente inverosímiles, que hace tan sólo unos minutos era una negrura sin el menor indicio de amanecer.

Más grave que no saber dónde es no saber cuándo se está. En los sueños me he acostumbrado a yuxtaposiciones imposibles de lugares o identidades, como entrar en la lejana infancia, y mirar una cara que me es desconocida y saber al mismo tiempo que pertenece a un compañero de juegos. Pero es mucho más difícil de sobrellevar las distorsiones temporales, la medianoche que de pronto deja de serlo para convertirse en mañana soleada, incluso esa hora de ayer que hoy, por los perversos cambios oficiales del reloj, es una hora más tarde, aunque la luz sea idéntica.

Doctor Freud, he vuelto a la ciudad que me vio espigarme, después de una ausencia más o menos larga, y aunque me acostumbro enseguida a los lugares, me cuesta mucho más instalarme en el tiempo. Las horas que perdí en algún momento son como un espacio en blanco, un hueco en la conciencia y en la memoria. En vano miro relojes que mienten, en la plaza principal, en la torre de la iglesia, en los péndulos oscilantes de las joyerías, en los bares pronto a silenciarse. En todo caso, con disciplina me acuesto a una hora en la que no viene el sueño, o me despierto en mitad de la noche con una inútil lucidez matinal. Hay un reloj dentro de mí que ha sido trastornado por un viaje demasiado veloz y demasiado largo para los hábitos y los metabolismos propios de la especie humana, es un reloj más primitivo, cuyo mecanismo se puso tal vez en marcha en esa lejanía de miles de millones de años en la que por primera vez un organismo desarrolló células sensibles a la luz y empezó a adaptarse al lento ritmo binario de la claridad y las sombras. Hay quienes aseguran haber encontrado en el cerebro los haces de neuronas en los que reside exactamente ese reloj inmemorial. El mío, después de una noche de rareza y de insomnio, fue en una mañana que tiene algo de mañana soñada, pero que no he logrado devolverme al tiempo real, a la ocurrente rutina de las noches y los días. La cuestión es que un cadáver se entierra, un fantasma como yo, nunca.

viernes, 10 de mayo de 2024

Condescendencia


 

«¡Ponele bolas a la vida, ponele cuidado a la hijueputa vida porque no la rifan dos veces!», me gritó mi hermano cuando me vio llegar como si nada sucediera. Había regresado a la ciudad tras haberme aprovechado de la confianza de algunos allegados míos. «Irresponsable, vos sabes —me dijo pateando un asiento— que esa gente es de la crema y nata de la región y, por esa gracia tienen suficiente poder para remover cielo y tierra con tal de dar con tu paradero. Seguí tu camino porque te están buscando y no será para saludarte. Yo apenas le contestaba: «No tengo porque huir de nadie; todo no son sino habladurías del detestable ese que tiene por marido nuestra madre. Todos saben de la animadversión que siempre me ha tenido, tanta que cuando estudiaba me quitó todo respaldo para que le trabajara a cambio de comida y de posada, siendo en ese entonces, un menor de edad. Ahora, si huyo, no será por lo que me persigue; más bien voy detrás de lo que huye de mí. Todo mi delito fue haber trabajado como jardinero en esa casa y haber intentado mancillar a la única flor de esa familia solariega. «¿Te estás dando cuenta que me estás dando la razón?, será mejor que no te confíes. Claro que, al fin al cabo, el malvado siempre huye, aunque nadie lo persiga» —agregó, entregándome un rollito de billetes—. «Así que cuando pregunten por la razón de tu viaje les contestaré que sé bien de qué huyes, pero que ignoro lo que buscas».

sábado, 4 de mayo de 2024

Lógica

 


¿Para qué cerrar la puerta al vivo durante el día, si ha de venir el muerto cada noche a sentarse al borde de la poltrona?