domingo, 29 de mayo de 2022

Pueblo dormido



Durante años, un pueblo permaneció dormido. La causa, eran sus propios e innombrables males. Cierto día, alguien amaneció lleno de palabras y desató las tinieblas que los cubrían. En medio de esa inmovilidad de piedra, apenas lograban respirar. Luego, se observaron convertidos en la misma huella de sus pesadillas. Fue entonces cuando sus manos comenzaron a despeinar la cabellera de aquel conformismo que no cesaba de pasar por sus espejos.

miércoles, 18 de mayo de 2022

De Antología



Revista Brevilla
tiene el agrado de presentar «Tigres para Juan. Homenaje a Juan A. Epple», antología de microrrelatos que reúne a 141 autoras y autores de las Américas, Europa, Australia y Nueva Zelanda.

Nuestros agradecimientos a quienes confiaron e hicieron posible esta maravillosa selección, escritoras y escritores de muchos países que aún creen en la literatura como un arma cargada de futuro, parafraseando a Celaya.

Gracias a la Revista Brevilla por incluir un texto de mi autoría.

DESCARGA, AQUÍ:

sábado, 14 de mayo de 2022

El Charro

 


Con estilo extremadamente emocional, el charro interpretó aquellas canciones rancheras de compases rápidos y lentos. Entre tequilas, pasó del romance feliz a los amores no correspondidos, de los caballos legendarios a las tragedias amorosas contadas en las cantinas. Delante de aquella multitud con botella en mano, los balazos quemaron su cuerpo, pero eso no fue nada, fueron los recuerdos amargos de su vida los que se encargaron de ultimarlo.

domingo, 8 de mayo de 2022

Confesión inesperada

 


Solo coincidíamos en el bus antes de la aurora para ir a la universidad. Resaltaban su figura los vestidos ajustados y las faldas atrevidas. Al abordar el vehículo, en cuestión de minutos el cansancio y el trasnocho la vencían. Incapaz de hacer lo mismo cuidaba de su sueño, y con suma complacencia, seguía el movimiento de sus pechos a punto de desbordarse de su profundo escote. Igual me ocurría cuando fijaba mis ojos en sus piernas cortas y bien torneadas en las continuas rumbas a las que asistía en algún lugar y calle nocturnal. Pasaba saliva cuando sus piernas se abrían permitiéndole el paso a mis dedos exploradores debajo de su diminuta tanga. En su estado de desamparo la comencé a besar, le inundé con mi lengua su boca mientras mis dedos sabían lo que hacían hasta hacerla estremecer en su placentera agonía.

Fuimos los mejores compañeros: donde estaba el uno, no podía faltar el otro; aunque nunca hubo para mí una tocadita, me dijo al despedirse después de nuestra graduación.