La imagen colinda entre el silencio del recinto y el murmullo de la evidencia. De golpe, el tiempo se detiene. El abogado, mientras viaja por los recuerdos regresa al pasado y desempolva la prueba que presentó al jurado.
Veintitrés años atrás, vestido casi igual con un traje oscuro, corbata y un pañuelo en el bolsillo, entró a una sala del juzgado. Un recinto “sobrio y cuadrado” para armar el rompecabezas sobre la muerte de su defendida.
“Son balas de punta hueca que cuando entran al cuerpo se expanden para crear mayor daño”, explica. El silencio regresa a la oficina y solo se interrumpe con el chillido de una voz que al salir de una grabadora reproduce las palabras de la asesina antes de su arresto: "La maté por él y me condenaron a mí".