domingo, 31 de julio de 2022

Chek in

 

Danilito, para sus amigos, llegó con suficiente tiempo al área de migración para evitar el estrés que le causa el represamiento de vuelos, la demora en las requisas y las largas filas para entregar el equipaje.

Complacido por la implementación de un nuevo sistema de identificación a través de la mirada del viajero, Danilito, tras haber sido revisado su pasaporte, se dirigió a la zona de reconocimiento biométrico tarareando:

Afuera
Afuera tú no existes, solo adentro
Afuera

¡Oiga, señor!, ¿usted a dónde cree que va? —Le gritó la oficial de Migración. Pero Danilito no la escuchó, siguió cantando manteniendo la cabeza erguida en un intento por sacar pecho, mientras mantenía las manos entrelazadas detrás de la espalda, pero en realidad, la que sobresalía era su protuberancia abdominal:

Y uno cree que puede creer
Y tener todo el poder
Y de repente
No tienes nada

—¡Regrese! ¿Acaso no entiende que debe ir por este pasillo? —le dijo la oficial tomándolo con fuerza de un brazo.

Danilito, casi aturdido por el grito de la mujer, y sorprendido por su fuerza, solo atinó a quitarse las gafas oscuras para decir.

—¿Qué sucede?

—Usted no está autorizado para ir a ese sector. Regrese por donde se le indicó antes de que lo arreste por desacato de una orden.

—¿Desacato?, pero como así, solo voy a inscribirme para el reconocimiento biométrico. —le explicó Danielito molesto por el trato de la oficial—. Es mi derecho como migrante. —Agregó ofuscado. Pero la oficial de Migración lo miró de tal forma que Danilito sintió que lo fulminaba.

Danilito, se encaminó por dónde correspondía, sintiendo que todas las miradas caían sobre él, pero como si nada hubiera ocurrido, siguió adelante con su caminar ensayado y como el conocedor de todos los humores y hábitos, actitudes y maneras que cada viajero tiene con significado propio. Al final sonrío sabiendo que volvería a ingresar al país con tal solo una mirada.

viernes, 22 de julio de 2022

Espíritus del viento

No importó

qué parte del tiempo
prosiguió
o se detuvo

ni a cuántos pies

de altura volamos

el mismo vuelo

 

ni qué tanto fue rutilante

el sol sobre aquel pájaro

mecánico

 

solo vimos deslizarse sobre él
sus brillos,
sus destellos de oro
nácar
nube

 

Ninguno de los dos

habíamos

elevado alto

la copa de la vida

 

Vimos cómo en el océano del cielo
nuestras
palabras
encendieron en silencio
nuestros labios

 

Si importó 


—que no hubo horizonte

capaz de ennegrecer la noche

de nuestros 

sueños—


Ya fuera del tiempo
tan

solo 

seguimos 

nuestros pasos




























sábado, 9 de julio de 2022

Tan solo un grito se escuchó

 

Aunque sus manos temblaron, Teresa Carter con un movimiento lento apuntó. Fue un acto reflejo el suyo cuando inclinó la cabeza hacia atrás y abrió los ojos el doble de su tamaño. No pensó en nada, solo su pulgar y dos primeros dedos entraron en acción. El impacto fue certero, aunque por su tamaño y forma amorfa perdió estabilidad. Tras la rápida e inadvertida refracción del agua y del aire, solo se escuchó el grito causado por el ardor de las gotas lubricantes en su ojo sentido.

lunes, 4 de julio de 2022

Suicida


Esa soleada mañana, después de repasar el sin sentido de su vida, Felipe De Brigard se colocó la pistola en el hueso parietal, no obstante, una pregunta lo hizo desistir.

¿Pagué la factura del teléfono? Con la intención de dejar todo al día fue a verificar si la obligación tenía sello de «Cancelado».

Una vez regresó, tomó el arma en su temblorosa mano y cerró los ojos, apuntó a su cabeza, mas una pregunta se interpuso en su nueva intención.

¿Le puse la comida a los turpiales? Fustigado por una voz maternal que resonó en su mente, subió a la terraza y confirmó el deber cumplido.

Regresó a su aposento, y después de tomarse el último trago de güisqui, puso el arma en su parietal derecho, pero el frío del arma lo estremeció hasta los pies, tanto como un nuevo interrogante.

¿Cargué la pistola? Buscó la respuesta entre los retratos de sus extintos parientes, sin embargo, ante lo adusto de sus rostros, sus ojos se posaron en la semiautomática buscando una afirmación.

Felipe De Brigard, en pijama de seda y pantuflas forradas con peluche, sintió que un escalofrío se apoderó de él, aun así, cerró los ojos y tiró del gatillo.

—Clic, clic.

Loco de felicidad, salió corriendo de casa,  atravesó la congestionada avenida de Los Cauchos. Besó a su exsuegra, abrazó al cura que siempre lo sermoneó por exceso de pesimismo. Le dio en la frente un sonoro beso al usurero de Ramón. Gesticuló, quiso articular algo porque, al fin y al cabo, ese tampoco no era el día para morir.