sábado, 12 de agosto de 2023

En el diván de Sigismund

 



—Estábamos bajo tierra, las paredes de concreto parecían haber sudado por años en harapienta soledad. La escasa luz mostraba las formas, pero no los colores. Todos estábamos muy nerviosos, había una bomba a punto de estallar. Calculando el tiempo y lo encerrado del lugar no quedaba esperanza de salir ileso. La idea de agonizar mutilado era insoportable, mucho más que la muerte misma, por eso, consideré que era mejor desaparecer de súbito que languidecer miserablemente. Sin pretender ser un héroe, pero movido simplemente por el terror al dolor me lancé a cubrir la bomba con mi cuerpo, por un instante me consolé vanidosamente pensando que quizá salvaría la vida de varios compañeros. Un breve silencio y comenzó el sonido de la explosión. Digo que comenzó porque duró una fracción de segundo. He escuchado varias explosiones en la vida y esta se cortó de tajo apenas comenzó. Me alivió pensar que había evitado el dolor de los demás, era un hecho que la bomba había explotado y que había muerto al momento, pero inmediatamente me asaltó una verdad escalofriante.  

—Por esa razón se considera que la muerte sea en esencia inimaginable, —indicó Freud—. Cuando la describen, las personas lo hacen desde la perspectiva de lo que les quedan, no desde su propia desaparición. Por ejemplo, Descartes verificó su propia existencia cuando se dio cuenta de que no podía imaginar que no existía, —explicó el afamado psicoanalista cuando el paciente intentaba infructuosamente acomodarse sobre el sillón victoriano.

—Pero, siga usted con el relato de su experiencia, —solicitó el neurólogo.

—Yo pensaba en la bomba que, inevitablemente, había acabado conmigo. Pero significaba que, de alguna manera yo seguía existiendo: esto me horrorizó mucho. Solamente percibía una total oscuridad. No era para mí la permanencia psicodélica de los párpados cerrados, ni la fantasmagórica irrealidad de un apagón: solo era una cerrada negrura sin matices que me rodeaba…

—Continúe.

—Doctor, yo no tenía la más mínima sensación de mi cuerpo. Fue cuando el mismo terror me susurró que eso podría ser la muerte, pues, estaba atrapado en el limbo de una conciencia aislada por toda la eternidad…

El paciente volvió a moverse, pero continuó en su reflexión.

—…Era una muerte lenta, se iba avivando como si fuera un fuego, una locura, abrazándome desde mi interior. En realidad, sentía que terminaría siendo devorado por ella. Tuve miedo… la oscuridad contiene lo oculto, incluso, lo fascinante, lo misterioso, lo ctónico, según he leído; por tanto, era el escenario de mi horror.

—Tranquílese, ahora está usted en buenas manos, —le susurró el doctor Sigismund— Es muy comprensible que la noción de una existencia reducida a sus propios pensamientos haya sido una monstruosidad indigerible.

—Doctor, ¿cómo puede considerar así de simple mis palabras? Mi experiencia no fue cualquier cosa, —advirtió algo molesto el paciente.

—No se turbe usted. Siga, siga, por favor.

—Como le estaba diciendo, uno piensa que tarde o temprano todo llegará a su fin; que las cosas se desmoronan y no se creará nada nuevo. Era imposible para mí sofocar la angustia creciente, mi desesperación se convirtió en calor, no sentía ni veía nada salvo un calor negro, abrazador, activo, no sentía ni mi piel ni mis extremidades y, aun así, sentía cómo me quemaba, mi propio pánico no lograba concebir un infierno, quería correr, pero no tenía piernas, quería golpear algo, pero no tenía manos, quería gritar, pero…

En el tercer piso sonó un grito de desesperación. La habitación en penumbras se distorsionó con el paso de las luces brillantes de una patrulla por la calle. No había vida en las luminarias de la vía ni en las ventanas de los apartamentos vecinos. Arley Cipión miró aliviado el sistema de ventilación entumecido por el apagón, el calor comenzaba a ser una pesadilla. Aunque, en la suya, la cuestión, en apariencia, era más fácil al hacer desaparecer a un muerto, pues un cadáver se entierra, un fantasma, nunca.

10 comentarios:

  1. Muy buen relato: intrigante hasta la penúltima palabra.
    SAludos.

    ResponderBorrar
  2. Gracias por tu comentario. Nunca un comentario dejará de ser halagador. Saludos.

    ResponderBorrar
  3. Qué desasosiego transmites. Morirse y seguir en parte vivo. Un relato aterrador.

    Un abrazo, amigo

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Hola Mari: Quién se queda perplejo soy yo. Saludo grande desde la otra orilla del hemisferio.

      Borrar
  4. Qué será después de la muerte, seguiremos fantasmeando por ahí?
    Un abrazo.

    ResponderBorrar
  5. Esa es y será nuestra constante hasta cuando aclaremos muchas dudas. Un abrazo para ti. Gracias.

    ResponderBorrar
  6. Nada más difícil que deshacerse de un fantasma que no se reconoce como tal, es cierto.

    Saludos,
    J.

    ResponderBorrar
  7. El saber ser no puede ser negado, y más cuando se es un fantasma. Dejo mi saludo.

    ResponderBorrar
  8. Hola Guillermo , me temo que mi comentario sea perdido o sea ido a spam
    puedes mirar a ver si esta allí , un relato angustioso , saludos de flor.

    ResponderBorrar
  9. Hola estimada Flor, dice Stephen King que los monstruos son reales y los fantasmas también. Esa fue la idea. Saludo te dejo.

    ResponderBorrar