sábado, 30 de noviembre de 2024

El benjamín

 


En casa, las costumbres eran más sagradas que cualquier oración. Nuestra madre las recitaba como quien enumera los mandamientos de una ley inquebrantable. «Las costumbres son las columnas de las leyes de esta casa», solía decir, con la misma firmeza con la que doblaba las cobijas. Mi padre, sin embargo, nos enseñó la única costumbre que jamás mencionamos delante de mamá: la de no someternos a ninguna. Éramos diez hermanos y él se encargó de recordarnos, en susurros, que las reglas estaban para romperse.

Cada noche, íbamos a dormir cuando las gallinas buscaban su refugio en el árbol del mango. Mientras la oscuridad engullía la casa y las paredes crujían al menor bostezo del viento, nosotros, los hermanos, oíamos las voces de los adultos desde nuestras camas. La única luz en nuestro cuarto era un anémico bombillo que colgaba del techo como una fruta solitaria, el famoso «benjamín». Bastaba un tirón para apagar la noche, bastaba otro para devolvernos al día.

Una de esas noches, mi hermano Ignacio y yo decidimos que el sueño era opcional y la diversión, necesaria. «Cuando apagues la luz, le pasas una mano a cualquiera de nuestros hermanos», le susurré. Mateo, nuestro hermano sordo mudo, era el primero en caer en un sueño profundo y, para nosotros, era el candidato perfecto, pero no contábamos con lo que vendría después.

Ignacio tiró de la cadena, sumiendo el cuarto en penumbra. Entonces, con mucho sigilo, deslizó su mano como una sombra sobre el rostro de Mateo. El alarido que soltó fue desgarrador. Sonaba como un gato pisado por un elefante, pero con eco. Jamás habíamos oído algo tan profundo, una mezcla de miedo y dolor que atravesó las paredes. Antes de que el eco muriera, nuestra madre irrumpió en la habitación, con los ojos desorbitados. Mamá llegó volando, literalmente, porque nadie la vio tocar el suelo, solo su camisón flotaba detrás de ella como un espectro.

—¿Qué pasó? —gritó, mientras nos miraba a todos.

Mateo, todavía temblando, intentó explicarse con señas desesperadas. Señalaba su cara, el aire, y luego a todos nosotros. No hizo falta entender su lenguaje para saber que alguien sería castigado.

Mamá buscó un culpable, pero ninguno confesó. No éramos tan valientes como para contrariarla en forma abierta. Entonces, su mirada se detuvo en la más pequeña, Mary, quien observaba todo desde un rincón donde estaba su cama, demasiado inocente para comprender.

—Tú lo hiciste Mary —sentenció mamá.

—¿Qué? —dijo ella con ojos como platos.

Antes de que Mary pudiera protestar, recibió la reprimenda que debía ser nuestra. En silencio, Ignacio y yo observamos cómo su llanto llenaba el cuarto, incapaces de admitir la verdad. Cuando todo terminó, mamá se fue, llevándose con ella el eco de sus pasos.

Mary nunca nos preguntó por qué, ni aquella noche ni las siguientes. Pero cada vez que apagaban la luz y el «benjamín» colgaba inmóvil, sabíamos que había algo más colgando sobre nuestras cabezas: la culpa, invisible y eterna, como una sombra que se niega a desaparecer.

viernes, 22 de noviembre de 2024

El susurro



La habitación estaba envuelta en penumbra. Apenas un rayo de luna se colaba por las oquedades de la persiana, iluminando el contorno de su figura inmóvil. Santos avanzó despacio, como quien pisa un sueño, con la respiración entre cortada, los dedos temblorosos de anticipación y un aire reverencial.

«La Maga», como él la llamaba, no decía nada, pero no hacía falta. Su silencio era una melodía que lo envolvía, que lo llamaba a descubrir los secretos que ocultaba bajo su vestido. Con un gesto cuidadoso, deslizó la primera cinta, revelando un hombro liso y fresco.

La prenda cayó como un río mudo, abrazando el suelo, y la textura de su piel, tan tersa, tan irreal, lo deslumbró. Con cada botón desabrochado, con cada aderezo liberado, su corazón latía más rápido. Era como si deshojara un poema, verso a verso, buscando el núcleo del misterio.

La falda se deslizó hasta sus pies, revelando piernas perfectas, inmóviles, casi etéreas. Sus manos recorrieron aquel cuerpo con devoción, sintiendo la dureza bajo la ilusión de humanidad. Pero Santos no quería detenerse, no podía.

Al final, cuando la luz de la luna iluminó su rostro sin expresión, el hechizo se rompió. Allí estaba, desnuda y hermosa, pero nunca había estado viva.

Suspiró y se dejó caer en la silla junto a ella. La soledad de sus días había vuelto a tejer una fantasía. Acarició con ternura el rostro del maniquí, con una mezcla de amor y derrota.

—Eres perfecta —murmuró, y el eco de su voz fue la única respuesta.

sábado, 16 de noviembre de 2024

¿Un café?

 


Elkin se acercó a la joven viuda mientras ella permanecía sentada mirando al vacío. Su mirada, aunque triste, no dejaba de destilar una fuerza contenida, una mezcla de furia y resignación. A su lado, las cenizas de su marido descansaban en una urna modesta, con la tapa ligeramente entreabierta, casi como si el difunto quisiera seguir observando la vida.

—¿Le gustaría aceptarme un café? —preguntó el hombre, con voz suave, pero firme.

Magreb lo miró, sorprendida por la pregunta, y luego, al notar su tono, una chispa de indignación brilló en sus ojos.

—¿Café? —repitió, con una sonrisa que más bien parecía una mueca—. ¿A usted le parece el momento adecuado para invitarme a tomar un café? Mi marido acaba de ser incinerado, y lo único que se le ocurre es hacerme una invitación a un café. ¿No le parece un poco… fuera de lugar?

Elkin, un tanto desconcertado, dio un paso atrás. Era un hombre de buena apariencia, con un traje a medida y una corbata que no hacía justicia al momento tan incómodo en el que se encontraba.

—Perdón, señora, no era mi intención ofenderla —dijo, levantando las manos en señal de disculpa—. Pero mi invitación es solo para usted, no para su difunto esposo.

La joven viuda lo miró fijamente, como si no pudiera decidir si debía reír o abofetearlo.

—¡Ah! ¡Ya veo! —exclamó, sin contener la ironía en su voz—. Entonces, ¿usted cree que en medio de mi dolor y mi llanto debo dejar las cenizas de mi difunto esposo aquí y tomarme un café con un extraño? ¿Es eso lo que me está sugiriendo? ¿De verdad no ve lo inapropiado de la situación?

El hombre tragó saliva, incómodo, pero no dio su brazo a torcer.

—No, no, claro que no —respondió rápidamente, sin querer meterse en más problemas—. Solo quiero decir que su marido, bueno, él no podría aceptar la invitación, ¿verdad? Pero usted sí. Quiero que sepa que lo mío es simplemente un gesto de cortesía. Algo ligero para… alivianar el ánimo, si me comprende.

La viuda lo miró en silencio durante unos segundos. Luego, con calma, recogió sus cosas, hizo la caja hacia un lado y se levantó. El hombre dio un paso hacia ella, dispuesto a disculparse nuevamente, pero ella no le dio la oportunidad.

—Bien —dijo ella, ya caminando hacia la cafetería del parque—. Le concederé el beneficio de la duda. Pero espero que no me vuelva a invitar a su «café» y me recuerde que «su difunto esposo» no tiene derecho a acompañarnos.

Elkin, ya sin palabras, la siguió. De algún modo, no podía dejar de pensar que, al menos por una vez, la joven viuda lo había hecho sentir como si el único muerto allí fuera él.

viernes, 8 de noviembre de 2024

En situación de riesgo

 


Cuando la noche dibujó sus propias sombras y las hizo escuchar con su silencio, un fantasma aterrado y sin tan siquiera ser capaz de poder flotar, se preguntó:               

—¿Dónde estoy? Y una voz ensordecedora que se elevó de una cripta respondió:

—Donde inmóviles dormimos y donde la luz nocturna nos hace desvelar. Pero, ¿de qué tienes miedo? ¿Acaso de verte como un cuerpo vacío?

En: Candelaria Radio. Tenerife, España. 

https://www.ivoox.com/historias-minimas-07-11-24-audios-mp3_rf_135718550_1.html?fbclid=IwY2xjawGfcDFleHRuA2FlbQIxMAABHYi6ApqjU8kCLIz2o1fDXJZ3Za3uisyz4MXSqA6Ueoo5hyVczTwPMqPNEw_aem_85U5ZQ08FuoCUuGOawTenQ

viernes, 1 de noviembre de 2024

Arritmia

Sin mirarme me preguntó que me había traído a consulta. Sin observar mi semblante escuchó el recuento de mi quebranto. Sin verificar mis signos vitales se limitó a escribir un nuevo episodio en mi historia clínica. Sus preguntas pronto fueron un largo reproche. Sin poner los ojos en mí, me informó de las ordenes de nuevos exámenes y de algunas medicinas. Con una despedida de buena tarde, me remitió a la recepción sin siquiera haber escuchado mi voz interior siempre clamando que ella es la causa del acelere de mi corazón.

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Microrrelato participante en: "Historias mínimas", sección de microficción del Programa radial "La Caracola" con Paola Tena en Candelaria Radio, Tenerife, Islas Canarias - España.  

Reproducir audio en: https://go.ivoox.com/rf/135224882

viernes, 25 de octubre de 2024

Escudero

 

—¿Queréis ser un Caballero?”.

—No entiendo vuestra pregunta—. En el momento más vehemente lo interrumpí para matarle un mosquito.

sábado, 19 de octubre de 2024

Antecedentes

 


La riqueza de Al-Hakam II se extendía hasta las puertas del desierto, donde se dominaba la ciudad de Sijilmasa, cabeza de las rutas caravaneras del norte africano con el rigor que ello suponía. Pero todo cambió tras la muerte del califa, quien había mantenido la unidad y la estabilidad del califato de Córdoba mediante expediciones militares y una fuerte administración. El reino se dividió en numerosos dominios independientes llamados taifas, cada uno gobernado por diferentes familias o facciones. Todos compitieron entre ellos por recursos, territorio, ideología y poder político. Lo que llevó a las taifas a una dependencia cada vez mayor de mercenarios y alianzas externas. Todo era tan confuso que los cronistas de la época, decidieron que los interesados encontraran los corchetes de esas revueltas en las páginas en blanco de los incontables y voluminosos libros escritos sobre esta tumultuosa época.