Por el alboroto que están haciendo, y por la forma
que me están tirando las paladas de tierra, deduzco que tienen afán de deshacerme
de mí con tal de irse a beber en mi nombre. Estoy muerto y ahora me encuentro
agotado en un ataúd y en un mundo tenebroso, sin tictacs ni compases. Los que
se acercan a observar el hueco donde me dejaron, no saben que todavía puedo
verles los ojos. Los vivos aseguran que el muerto, muerto está, pero no tienen
idea de la muerte, solo saben votar corriente mientras están en el velorio o lo
llevan a uno al horno. ¿Ya escogerían a la que va rezar por mi eterno descanso?
Las cosas de la vida... yo debí irme a dormir en lugar de quedarme en
el lenocinio de Luisa Collantes. Fui porque siempre he sostenido que los deseos
deben obedecer a la razón, así que pedí una cerveza
bien fría y la canción Borracho no vale
de Daniel Santos. No se había terminado esa guaracha cuando ya estaba exigiéndole
a la vieja que la repitiera. Las voces altisonantes ahí mismo salieron a
imponer otra. Así que, con botella en mano, me paré para silenciar aquellos
azorados tipos gritándoles: Les guste o no les guste, les cuadre o no les
cuadre Daniel es el padre, y si no miéntense la madre. Entonces empezaron las
amenazas y los insultos; pero a mí, a Fidel nada atemoriza. Por cosas como esas
me conseguí la antipatía de unos y la oculta hostilidad de Pablo Totes. La copa
se rebosó ayer cuando una lengüicaliente me vio tocándole una nalga a su querida.
El reclamo no tardó mucho, Pablo me desafió y yo lo enfrenté.
Profético le salió a la Bernardina lo que me gritó
aquel día que me echó de la casa: ¡Lárgate desvergonzado, vos solo sabes beber
con tus amigotes, pero un día de estos, te van a matar por culpa de esas putas! Así fue mi sentencia. Por mi condición de contratista de Finca comenzaba a
tomar el viernes por la tarde y terminaba el lunes. A la Dina ofendía con la
borrachera, y le pagaba con el guayabo. Ja, ja, ja. Ah, mujer esa. La amé tanto
como a una cerveza bien helada. Ahora que la observo de frente a mí, me
estremezco, parece triste y compungida, pero no le observo lágrimas, debe estar
alegre, o en estado de gozo contenido. Me lo merezco, por eso aquí estoy,
pagando por mis errores y por mis determinaciones. Bien dijo mi compadre que le
mermara a tomadera de trago, pero ¿quién le escucha consejos a un borracho?,
nadie. Después me vino con otra perorata, que dejara a mi exmujer tranquila
porque esa hembra ahora cohabita con Pablo Totes. Recuerdo que también me dijo
que no olvidara que ella todo lo había soportado hasta que terminó yéndose de
mi lado. Sí, es cierto, yo llegué a pasarle a otras zánganas por su propia nariz por la sencilla razón de que a mí me gustan los tríos: una vieja, yo y
una cerveza. Pero el compadre no paraba. Ayer quiso venir con la misma
cantaleta, pero lo paré de una: ¡Espere, espere, no me diga más lo que ya sé, mejor
dese cuenta que cuanto peor es pensando, mejor es bebiendo! ¡Oigan,
sepultureros que profundizan mi ruina en este silencio sepulcral entre inútiles
rezos y sollozos, no olviden decirles a mis dolientes que me pongan A la Memoria del Muerto de Fruko! ¿O es
que acaso ustedes son los mismos que en la esquina de La Charanga decían que no
es tanto morirse, sino lo que dura el estar muerto?. Ríanse maricas, a mí por lo menos el
infierno me puede salvar del aburrimiento de la muerte.
Pues sí, ese día queriendo recapacitar y, sobre
todo, congraciarme con Pablo Totes, le pedí permiso para sentarme a la mesa que
él ocupaba. Como si fuera poco, tenía sentada sobre sus piernas a mi exmujer. El
tipo deduciendo mi sincera intención, aceptó brindándome un aguardiente. La
ojihundida de Mariela con una nalgada suya nos dejó a solas. Hablamos largo y
tendido en buenos términos. Fue así como recordamos nuestra niñez, nuestra
orfandad, la escuela y hasta el terror que le teníamos al mono Parra en la
clase. También recordamos cómo eran nuestras riñas callejeras contra las
galladas de la veintiuna y alrededores. Incluso, hablamos en términos lascivos
de Nidia, la más bonita de nuestra calle. Nos reímos de cuando a escondidas del
papá, jugábamos al beso robado. También hicimos mención de nuestro mayor rival,
el que se la supo llevar a pesar del machete que le siempre sacaba el viejo a
quien se le acercara. En todo caso, quedó completamente aclarada la situación
con Pablo Totes. Esa gentil remembranza nos ayudó a reconciliar nuestros
ánimos, nuestras animadversiones. En un sonoro abrazo, él se ofreció llenar mi
copa para vaciar la suya. Comulgamos con el verbo. A propósito de comulgar, el
cura dijo que todo muerto escapa del tiempo presente de los vivos, porque él es
una entidad atemporal despojado ya de las acciones del pecado. Dijo también que
ya no valía la pena persistir con los rencores de los vivos, que hay que
dejarlos ir con el muerto, para descargarse de los odios y la venganza. «Concédale,
Señor el perdón eterno». Así que nos dirigimos a la puerta de salida de la casa
de citas de Luisa Collantes. Nadie creía lo que estaban viendo. Salimos
abrazados como para que el mismo diablo no nos hallara ociosos. Caminamos unos
metros en busca de algún cenadero con tal de mitigar el hambre y disminuir nuestra
embriaguez. Pero siempre hay tribulación en la casa del ebrio: A Bernardina, mi
‘Dina’, le fueron a avisar lo acontecido. No podía creerles a las bochincheras
que fueron por consideración a buscarla a la casa. Como dije, Pablo Totes me puso
un brazo sobre mis hombros, tal vez lo hizo porque era más conveniente para él
disimular que vengar el honor de su amante. Como el maldito no podía permitirse
la agresión del insulto y la burla, con aquel disimulado abrazo dirigió, sin que
me diera cuenta, la almarada a mi corazón y lo agujereó por dentro. Sus ojos se
negaron a mirar los míos, tenían la frialdad del verdadero asesino. Tuve miedo
porque me abrazó como a un amigo. Cuando dejó de hacerlo continuó su camino, y por
la amenaza del castigo sintió el placer de su fuga. Alcancé a dar unos cuantos
pasos, me sentí débil cuando mi alma escapaba por causa de mi rostro languidecido.
Vino la muerte y me preguntó que, si estaba listo para despedirte definitivamente
del mundo de los vivos, yo le contesté: Estoy listo. Entre luces y sombras, le
vi a la calavera su sonrisa de siempre, su sonrisa de muerte. Oigan, ustedes,
allá afuera, ante la escasa alegría de mi sepulcro, les pido que me pongan El muerto vivo de Rolando Laserie.
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El muerto vivo. Letra y acordes del colombiano Guillermo González Arenas:
https://www.cancioneros.com/letras/cancion/32965/el-muerto-vivo-guillermo-gonzalez-arenas
Interpretación del cubano Rolando Laserie:
https://www.youtube.com/watch?v=vAg7NKPxx9k&list=RDvAg7NKPxx9k&index=1
Un relato que daría para una novela con esos personajes entre cómicos y penosos. Estar vivo mientras te sepultan debe dar para recordar la historia de cómo te moriste, de muerte natural, además. :-). Los hay con suerte.
ResponderBorrarUn abrazo, amigo
Suerte la mía por contar con una voz autorizada como la tuya. Muchas gracias por tu visita. Por cierto, la idea de una novela es una campana a repicar.
ResponderBorrarEl texto podría dar para largo, me gusta el tema.
ResponderBorrarSaludos.
Bienvenida a este blog de microficción. Gracias por tu amable comentario. Saludo literario hasta Michoacán.
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