Apenas pasó la puerta de
la droguería vio a Susana revisar el impreso expedido por la máquina
dispensadora de turnos. Al verlo le sonrió y fueron a encontrarse en un abrazo.
Dando un paso atrás, resonaron los ¿Tú aquí? Pero fueron los ojos a modo de preludio,
los que llevaron al brindis con sonados besos en las mejillas. El calor los
abrigó de forma llameante. Se interrogaron sobre el porqué de la mutua ausencia,
como si uno supiera lo que se piensa del otro. Se sentaron entre cansadas voces
y la impaciencia de otras. Por momentos dejaron de cruzar palabras, tan solo sus
manos se buscaron y sus cuerpos indagaron por reconocidas caricias. Suspiraron y
se volvieron a interrogar razonablemente, a escucharse con atención, a
responder con serenidad y callar cuando uno de los dos no tuvo nada que decir. Fueron
los ojos los que hablaron y también sonrieron por ellos, los ausentes; todo estaba dicho.
Ese encuentro sirvió, sin palabras, para ponerse al día.
ResponderBorrarMuy bien narrado. Me encantó. Un abrazo, amigo
Muchas gracias estimada Maripau. Un abrazo grande para ti.
BorrarLas miradas, en silencio, son muy expresivas, lo dicen todo.
ResponderBorrarUn abrazo.
Así es, y más, cuando es de enamorados empedernidos. Un abrazo don Alfred.
ResponderBorrarDifícil seguir hablando cuando ya todo esta o fue dicho. Difícil continuar.
ResponderBorrarSaludos,
J.
Tan difícil como entender: "Necesito tiempo para poder ordenar mis ideas". Saludos.
ResponderBorrarA veces las ausencias sirven para echar de menos y tomar conciencia de qué queremos en realidad. Otras veces son sólo el preludio del adiós definitivo. Parece que en este caso el encuentro fue grato y los imagino deseando que no llegase nunca su turno.
ResponderBorrarUn abrazo
Hola Alís, qué gusto verte de nuevo por aquí. Gracias por tu comentario. Te dejo mi saludo.
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