Salvador Álamos
iba a su ritmo por las inclementes aceras, gracias a sus muletas: «Nos lo
entregaron por partes», concretó su hermano.
Salvador Álamos
iba a su ritmo por las inclementes aceras, gracias a sus muletas: «Nos lo
entregaron por partes», concretó su hermano.
Vivimos acostumbrados a que nos muestren lo que pasará cuando vemos el futuro con demasiada certeza, esta aseveración se confirma, por ejemplo, cuando lleguemos casi al último enunciado de un relato, y descubrimos que entre los personajes que concurren en la superficie de una historia, uno puede ser el villano. Por esta simplicidad en el primer libro de Heródoto podemos leer la historia de Creso. Los oráculos le aseguran que «si emprende una guerra contra los persas, destruirá un gran imperio». Se lanza a la invasión con gran codicia y resulta correcto el augurio, pues Creso acabó destruyendo su propio gran imperio.
La luna comenzó a abrirse campo entre las nubes ondulantes, y en el ámbito de la noche callada, los grillos y las ranas imponían su perturbadora presencia. Pedro José no sabía bien si era la luna la que rodaba bajo las nubes, o si eran las nubes algodonadas las que iban dejando atrás a la luna, eso da fe de su gran misterio.
Mi hermana una vez me contó que nuestra
mamá la asesinó. Mi mamá me juró que no tenía dos hijas. Podría volver a
dormirme si mi hermana dejara de llorar y de gritar en mitad de la noche.