domingo, 30 de octubre de 2022
La siesta
domingo, 23 de octubre de 2022
La verdad
Un objeto volador no identificado,
real o aparente ante los ojos humanos, surcó el espacio geográfico de una ciudad cosmopolita. Por
lo sucedido no tardaron algunos expertos en declarar que toda las "afirmaciones
extraordinarias requieren de una evidencia extraordinaria". Mientras las
discusiones sobre el extraño caso se fueron haciendo interminables y la confusión
se generalizó sobre la forma en la que se movía el objeto con la forma del
objeto, en Magonia, Ávalon y otras geografías míticas, se comunicó el develamiento
de una verdad mediante un escueto comunicado interestelar: Los llamados seres humanos todavía bostezan
desde la lucidez de sus sombras.
sábado, 15 de octubre de 2022
Olvido
Reseña
El hombre de la muchedumbre
Edward J. Valencia
Fallidos Editores.
Medellín. 86 págs. 2022.
Las buenas novelas y
los buenos cuentos hacen loable todo lo que ocurre dentro de su territorio de
ficción, incluso si en el mundo real resulta inverosímil. Cuando Remedios la
Bella desaparece volando con una sábana, el lector de Cien años de soledad no
tiene ninguna duda para creerlo, porque en Macondo esas cosas suceden, son
normales. Sin embargo, en la Londres realista de Charles Dickens no son admisibles
escenas así. Esto se debe a que el tejido de las palabras da lugar a un automatismo
de significados que se conoce como "lógica narrativa".
La lógica
narrativa, la coherencia interna, es la piedra clave de toda obra de
ficción. Sin coherencia interna, cualquier historia se viene abajo. Plantear la
lógica interna de nuestras narraciones es el primer paso antes de empezar con
la escritura propiamente dicha.
Leyendo en la clase de Lengua castellana algunas de las historias contenidas en «El hombre de la muchedumbre» del
escritor Edward J. Valencia, esa lógica, en principio dejó algunas dudas porque
en la vida real una mujer no puede parir un conejo, ni mucho menos que ese parto se lleve a cabo por etapas. Sin embargo, lo no creíble, en medio del
desconcierto y la vacilación inicial de algunos estudiantes de sexto grado, no dejó de tener su gracia, porque el cuento tiene su propia lógica y sus reglas internas. Eso se conoce
como lo creíble, lo verosímil.
En otras palabras, si alguien se molesta porque ve que Superman vuela, el equivocado
es el otro. En ese mundo dicho personaje puede volar y es totalmente factible.
Por lo tanto, pedirle «lógica real» a una historia de ficción es un problema
que cometemos los adultos y que los chicos no comenten.
El error del adulto
es pretender ver el mundo como personas formadas. Primero porque creemos tener
la ventaja de ver todo asunto desde afuera. Segundo, porque olvidamos que también
tomamos las decisiones más absurdas en la vida real a cada rato.
Creemos que el propósito
de este joven autor es narrar de modo diferente a lo que en la vida real
acontece en relación al orden aristotélico. Es como si en «futuros estrenos», los
lectores tenemos que saber que Charlie Brown surgió de una familia disfuncional o que
Olivia sufrió muchos traumas psicológicos en su adolescencia y por eso le
gustan los brutos como Popeye y Brutus, todo gracias a la necesidad de
algunos cineastas de convertir iconos de la cultura popular, como héroes y heroínas de historietas, en «seres humanos» cinematográficos».
Por otra parte, Valencia reúnió algunas fábulas.
Bien sabido es que toda fábula es un cuento moral, donde
casi siempre los personajes son animales. Un pollito, un lobo, un grillo, entre
otros. Así mismo se suelen asociar las fábulas con el creador de este género,
Esopo. Pero al igual que sus primos el cuento, el mito y la leyenda, la palabra
fábula también se utiliza para describir una invención deliberada o ficción.
Eso hace Edward J. Valencia, en sus «Fábulas de la resistencia» contenidas en
su libro «El hombre de la muchedumbre». Con todo, el autor, desde las alturas
de la razón, recrea aquellas historias que nos acontecen y que son la suma de
muchos estallidos recientes y que, al fin y al cabo, son aptos para inventar
historias nuevas sin terminar contando las fábulas siempre.
En suma, en «El hombre de la muchedumbre» hay espacio para experiencias
propias y para lo ilógico, de lo contrario, sería inaceptable y tediosa la
lectura de sus cuentos.
sábado, 8 de octubre de 2022
Cierto día amaneció llena de palabras
Cuando
la bisabuela Adelina falleció, los parientes y los vecinos más allegados se
dispusieron ayudar con los preparativos del sepelio. Los parientes que vinieron
de Cauca durmieron esa noche en el aposento más grande y ventilado de la
casa materna. Séfora, la hija mayor de la fallecida, quien había sido repudiada
por la familia del hombre con quien se casó por estar loca, se encontraba
también entre los visitantes. Como en aquel tiempo se consideraba de mal agüero
dejar que se extinguiera el fuego que ardía en el fogón de leña, durante el
velorio, la abuela Sabina y su hija menor permanecieron levantadas para estar
pendientes del fuego y arrumar algunos trozos de leña para avivar el fogón. De
repente, escucharon el sonido de unas pisadas sobre el piso adoquinado que da
al patio. La abuela Sabina al mirar, se encontró con su mamá recién fallecida.
La reconoció por su blusa de mangas cortas bombachas y por la falda larga que
la centenaria morena casi siempre arrastraba gracias a su baja estatura. Ver a
su mamá era como poner los ojos en una muñequita de barro llevando siempre
sobre sus angostos hombros el inconfundible chal bordado en bolillo. Justo
antes de que la señora Sabina pudiera soltar un ¡Ah!, de sorpresa, la anciana probó
con una cuchara de madera el café recién colado y, luego, atizó en silencio el
fogón. La muerta, al rozar algunos maderos con su chal, hizo que las astillas
de leña se balancearon vacilantes de un lado al otro, como si alguien en
persona las hubiera tocado. La abuela Sabina, que era una persona muy
tranquila, siguió detrás de su mamá Adelina hasta cuando la difunta se detuvo
en el umbral de la puerta del aposento donde estaban durmiendo todos sus
parientes; fue entonces cuando se oyó la voz de Séfora, la desquiciada, clamando:
―¡Madre,
venga acuéstese aquí mi lado!