domingo, 30 de octubre de 2022

La siesta



Cuando el reloj de péndulo había marcado las tres lo despertó un trueno que retumbó dentro de la casa. El viento como loco suelto, entró dando portazos a diestra y siniestra. Al apresurarse a abrir puertas y ventanas, en el destello de otro relámpago, tuvo la sensación de que la Tierra giraba. Fue cuando interpuso toda su ofuscación para que no se le notara el miedo de su eterna soledad. 

domingo, 23 de octubre de 2022

La verdad

 


Un objeto volador no identificado, real o aparente ante los ojos humanos, surcó el espacio geográfico de una ciudad cosmopolita. Por lo sucedido no tardaron algunos expertos en declarar que toda las "afirmaciones extraordinarias requieren de una evidencia extraordinaria". Mientras las discusiones sobre el extraño caso se fueron haciendo interminables y la confusión se generalizó sobre la forma en la que se movía el objeto con la forma del objeto, en Magonia, Ávalon y otras geografías míticas, se comunicó el develamiento de una verdad mediante un escueto comunicado interestelar: Los llamados seres humanos todavía bostezan desde la lucidez de sus sombras.

sábado, 15 de octubre de 2022

Olvido


Conmovido Ptolomeo lee un mapa de estrellas imperceptibles. Un jugador de cartas lee los gestos de sus rivales antes de elegir la carta ganadora. La centenaria tejedora revisa el intrincado diseño de un tapiz. El adivino chino escudriña los lotos azules del jardín de la Ciudad Prohibida. Los amantes leen la geografía carnal de su desnudes apenas iluminadas; un corsario ávido de riquezas escruta el horizonte; mi lápiz, en cambio, esboza una palabra, mientras tú, ves gotas de lluvia en su caída titubeante sin alcanzar la quietud perfecta.

Reseña

 


El hombre de la muchedumbre

Edward J. Valencia

Fallidos Editores. Medellín. 86 págs. 2022.

 

Las buenas novelas y los buenos cuentos hacen loable todo lo que ocurre dentro de su territorio de ficción, incluso si en el mundo real resulta inverosímil. Cuando Remedios la Bella desaparece volando con una sábana, el lector de Cien años de soledad no tiene ninguna duda para creerlo, porque en Macondo esas cosas suceden, son normales. Sin embargo, en la Londres realista de Charles Dickens no son admisibles escenas así. Esto se debe a que el tejido de las palabras da lugar a un automatismo de significados que se conoce como "lógica narrativa".

La lógica narrativa, la coherencia interna, es la piedra clave de toda obra de ficción. Sin coherencia interna, cualquier historia se viene abajo. Plantear la lógica interna de nuestras narraciones es el primer paso antes de empezar con la escritura propiamente dicha.

Leyendo en la clase de Lengua castellana algunas de las historias contenidas en «El hombre de la muchedumbre» del escritor Edward J. Valencia, esa lógica, en principio dejó algunas dudas porque en la vida real una mujer no puede parir un conejo, ni mucho menos que ese parto se lleve a cabo por etapas. Sin embargo, lo no creíble, en medio del desconcierto y la vacilación inicial de algunos estudiantes de sexto grado, no dejó de tener su gracia, porque el cuento tiene su propia lógica y sus reglas internas. Eso se conoce como lo creíble, lo verosímil.

En otras palabras, si alguien se molesta porque ve que Superman vuela, el equivocado es el otro. En ese mundo dicho personaje puede volar y es totalmente factible. Por lo tanto, pedirle «lógica real» a una historia de ficción es un problema que cometemos los adultos y que los chicos no comenten.

El error del adulto es pretender ver el mundo como personas formadas. Primero porque creemos tener la ventaja de ver todo asunto desde afuera. Segundo, porque olvidamos que también tomamos las decisiones más absurdas en la vida real a cada rato.

Creemos que el propósito de este joven autor es narrar de modo diferente a lo que en la vida real acontece en relación al orden aristotélico. Es como si en «futuros estrenos», los lectores tenemos que saber que Charlie Brown surgió de una familia disfuncional o que Olivia sufrió muchos traumas psicológicos en su adolescencia y por eso le gustan los brutos como Popeye y Brutus, todo gracias a la necesidad de algunos cineastas de convertir iconos de la cultura popular, como héroes y heroínas de historietas, en «seres humanos» cinematográficos».

Por otra parte, Valencia reúnió algunas fábulas. Bien sabido es que toda fábula es un cuento moral, donde casi siempre los personajes son animales. Un pollito, un lobo, un grillo, entre otros. Así mismo se suelen asociar las fábulas con el creador de este género, Esopo. Pero al igual que sus primos el cuento, el mito y la leyenda, la palabra fábula también se utiliza para describir una invención deliberada o ficción. Eso hace Edward J. Valencia, en sus «Fábulas de la resistencia» contenidas en su libro «El hombre de la muchedumbre». Con todo, el autor, desde las alturas de la razón, recrea aquellas historias que nos acontecen y que son la suma de muchos estallidos recientes y que, al fin y al cabo, son aptos para inventar historias nuevas sin terminar contando las fábulas siempre.

En suma, en «El hombre de la muchedumbre» hay espacio para experiencias propias y para lo ilógico, de lo contrario, sería inaceptable y tediosa la lectura de sus cuentos.

sábado, 8 de octubre de 2022

Cierto día amaneció llena de palabras

 



Cuando la bisabuela Adelina falleció, los parientes y los vecinos más allegados se dispusieron ayudar con los preparativos del sepelio. Los parientes que vinieron de Cauca durmieron esa noche en el aposento más grande y ventilado de la casa materna. Séfora, la hija mayor de la fallecida, quien había sido repudiada por la familia del hombre con quien se casó por estar loca, se encontraba también entre los visitantes. Como en aquel tiempo se consideraba de mal agüero dejar que se extinguiera el fuego que ardía en el fogón de leña, durante el velorio, la abuela Sabina y su hija menor permanecieron levantadas para estar pendientes del fuego y arrumar algunos trozos de leña para avivar el fogón. De repente, escucharon el sonido de unas pisadas sobre el piso adoquinado que da al patio. La abuela Sabina al mirar, se encontró con su mamá recién fallecida. La reconoció por su blusa de mangas cortas bombachas y por la falda larga que la centenaria morena casi siempre arrastraba gracias a su baja estatura. Ver a su mamá era como poner los ojos en una muñequita de barro llevando siempre sobre sus angostos hombros el inconfundible chal bordado en bolillo. Justo antes de que la señora Sabina pudiera soltar un ¡Ah!, de sorpresa, la anciana probó con una cuchara de madera el café recién colado y, luego, atizó en silencio el fogón. La muerta, al rozar algunos maderos con su chal, hizo que las astillas de leña se balancearon vacilantes de un lado al otro, como si alguien en persona las hubiera tocado. La abuela Sabina, que era una persona muy tranquila, siguió detrás de su mamá Adelina hasta cuando la difunta se detuvo en el umbral de la puerta del aposento donde estaban durmiendo todos sus parientes; fue entonces cuando se oyó la voz de Séfora, la desquiciada, clamando:

―¡Madre, venga acuéstese aquí mi lado!