domingo, 19 de noviembre de 2023

Diatriba de un concurso literario.

      

              
      

    Ser segundo, ser tercero, o semifinalista casi nunca sirve de nada. Es como en la Vuelta a Colombia: sólo el primero se recuerda, por mucho que los subcampeones no hayan sudado menos ni —tal vez— merecido menos el triunfo que el ganador. Muchas veces las etapas y las vueltas, así como los concursos literarios, se ganan por el favor del nombre, como dice Cervantes, o también por azar.

     Aunque en la segunda parte, del capítulo XVIII, don Quijote aconseja que en los versos de justa literaria «procure vuesa merced llevar el segundo premio; que el primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la persona; el segundo se lo lleva la mera justicia; y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las universidades. Pero, con todo esto, gran personaje es el nombre de primero».

     Pero ¿vale o no la pena participar en los concursos literarios? Cuando se es un joven con ilusiones, sin reconocimiento alguno, los pequeños premios son una de las oportunidades de salir lleno de vanidad en los bolsillos. Sin embargo, para esos autores novatos, sus cuentos inéditos encuentran a veces un jurado atento, sin sesgos ni prejuicios, capaz de encontrar nuevos talentos. Cuando uno es mayor, y ha ganado y perdido suficientes concursos, el dilema es otro: ¿vale la pena seguir escribiendo y participando en un concurso literario?

     El oficio de jurado de concursos suele o debe ser ingrato. Sin embargo, por creer, quizá de manera ingenua, que también el mérito literario debe ser reconocido, quienes ofician de jurado se vuelven ciegos ante los procesos de escritura escolar y los inconvenientes que conllevan, a los absurdos, a los sinsabores y errores de que están llenos este tipo de actividades a las que, casi por obligación, debemos hacer presencia en nombre de la institución donde nos desempeñamos como maestros.

     Es irremediable, en todo premio hay muchísimos más participantes que ganadores, habrá siempre muchos más concursantes desilusionados que concursantes complacidos con el fallo. Eso acarrea celos profesionales, suspicacias entre los acompañantes de los niños concursantes. Genera, además, comentarios contradictorios: si el ganador resultó ser de un colegio privado o de una institución pública. La conclusión más común, sin embargo, es el desdén: los grandes escritores no necesitan premios, los que apenas empiezan a mostrar el don para narrar, sí. El gran cuento se impone por encima la inútil vanidad de los concursos. Estoy en parte de acuerdo con todas estas opiniones, pues yo mismo las he tenido, sobre todo como un método de consolación cuando no gano nada, o cuando los que ganan (qué raro es compartir la alegría de los ganadores) parece que carecen de los méritos suficientes. 

   Hay peligros todavía más personales, de conciencia podría también decirse: después del durísimo oficio de leer cientos de originales, el jurado nunca estará completamente seguro de haber sido del todo justo. Es poco común que entre las obras finalistas haya una que sea —de lejos— mucho mejor que las otras; todo en el arte tiende a la medianía y lo genial es escaso casi por definición. Así que siempre puede quedar  el posible temor de no haber sido totalmente ecuánime, de haberse dejado influir por el juicio de los demás, por la personalidad dominante de otro jurado, por una preferencia o antipatía personal por el tema o el tono, inclinaciones siempre demasiado subjetivas. Un jurado sensible también sufre con su imaginación: piensa en todos aquellos talentos destruidos porque no los escogieron entre los finalistas; se imagina las vocaciones truncadas, los llantos. Ser jurado es durísimo, a no ser que se tenga el corazón de piedra. Y todo por el dudoso prestigio de poder juzgar, o por recibir reconocimientos o palmaditas en el hombro, o por la ilusoria recompensa de imponer el propio gusto "por las lecturas personales" realizadas de algún jurado.

     La prudencia, el compromiso guían casi siempre el fallo final de un concurso por categorías. Pocas veces se corre el riesgo de premiar la obra más novedosa; se prefiere dar a ésta una mención y acogerse a alguna de mérito que genere menos polémica.

     Tomar la decisión de participar en un concurso literario tampoco es fácil, sobre todo a partir de ciertas edades a nivel escolar. Se corre el riesgo de perder si uno no está dispuesto a acoger con un ánimo muy por igual la derrota o el triunfo, lo mejor es no exponerse a los juicios de los demás. Si uno es muy joven, y dado a la vanagloria, un premio puede terminar con su posible talento. Igual si es muy joven y dado a la autocrítica, un desaire puede acabar con un talento real. Concursar es entender que el horizonte más probable es seguir escribiendo, como forma de afinar, de seguir aprendiendo en nosotros los mediadores en la escritura y lectura de cuentos y en los estudiantes siempre nuestra razón de ser.

6 comentarios:

  1. curiosa la teoría clasificadores de don quijote, y seguro que en más de una ocasion cierta. me sorprende que por aquel entonces ya hubiera justas literarias.
    Los concursos pra los niños están bien porque habrán notables diferencias.
    Los concursos psra mayores dependen mucho de l subjetividad, posiblemente premian la técnica, no sé premiará nunca la novedad porque no a todos gustará sunque a todos sorprenda, y tampoco la novedad tiene porque ser buena. u a vez me presente a uno y en la entrega de premios vi que todos los ganadores se conocian; me pareció un poco a los concursos culturales de la tele, en que los concursantes aparecen repetidamente en todos lo programas. son como concursantes profesionales.
    abrazoo

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  2. Mi estimado, muchas gracias por tu comentario. Salud-os.

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  3. No recordaba la calificación del Quijote. Participar o no al final cada quien decide, pero ser jurado ha de ser durísimo, la verdad.

    La savia de algunos noveles es apasionante, y me parece que hay niños que ya tienen madera de estrellas. Un abrazo, amigo

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  4. Muy oportuna la cita cervantina. He de reconocer que desconocida por mi humilde persona. Cuanto se aprende leyendo. Hay que perseverar y ya vendrá el reconocimiento ajeno.
    Un abrazo.

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    1. Mi estimado Alfred tiene usted toda la razón, seguiremos intentando y mediando por que sigan las historias pensadas en el salón de clases. Un saludo.

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  5. Quedó comprobado con la participación de mis cuatro finalistas. Otra cosa decidió el jurado de un solo miembro. Un abrazo desde esta orilla del mar.

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