El misterio
era que las velas colocadas al pie de los querubines parpadeaban y temblaban
como si corrieran ráfagas de viento, a pesar de no haber aberturas en la vasta
nave de la iglesia y de que las puertas estaban bien cerradas. Un angelito se
esmeraba en alargar sus rosados labios para que sus fieles devotos se sintieran
vivamente impresionados.