Eleonora regresó al jardín, no con miedo, sino con una
determinación tranquila. Se sentó junto al rosal pálido, pero esta vez no se
dejó abrumar por los recuerdos. En lugar de eso, observa las flores con
curiosidad.
«¿Qué puedo aprender de esto?», se preguntó. «Estas flores
representan mis heridas, pero también mi capacidad para sanar».
Se levantó y caminó hacia el rosal rojo. Tomó una rosa y la acercó
a una flor pálida. Observó cómo los colores se mezclaban, creando un tono nuevo
y único.
«No tengo que elegir entre el amor y la vergüenza»,
se dio cuenta. «Puedo integrar ambas emociones y crear algo nuevo».
Eleonora comenzó a trabajar en el jardín. No
arrancó las flores pálidas, sino que las podó con cuidado. No intento ocultar
las espinas, sino que las usó para crear patrones intrincados.
Creó senderos que serpenteaban entre los dos
rosales, uniendo las diferentes áreas del jardín. Construyó un banco donde
podía sentarse y contemplar la belleza de la transformación.
El jardín ya no era un lugar de conflicto, sino un
espacio de crecimiento y aceptación. Eleonora había aprendido a cultivar sus
emociones, a transformarlas en algo hermoso.
Salió del jardín con una sensación de paz. No había borrado su pasado, pero había encontrado una forma de vivir con él. Había creado un jardín que reflejaba su propia complejidad, su capacidad para amar y sanar.
Guillermo. Ahora queda la ardua tarea de, quizás, qué flores regar (qué emociones fortalecer) y cuáles flores dejar a su suerte (qué emociones busca barrer bajo la alfombra). Un saludo.
ResponderBorrarEs imposible ocultar o siquiera disimular nuestras espinas, pero podemos aprender qué hacer con ellas.
ResponderBorrarSaludos,
J.