Cada
noche, Petrosian se adentraba en un océano de imágenes fragmentadas. No era un
científico convencional; su proyecto no tenía el respaldo de universidades ni
corporaciones. Trabajaba en un sótano abarrotado de cables, tubos y placas de
circuitos ensambladas a mano. Su interfaz cerebro-computadora, un injerto
rudimentario de tecnología y obsesión, lo conectaba con un algoritmo diseñado
para recrear rostros a partir de vestigios óseos.
No
obstante, algo había salido mal, o quizás, inexplicablemente, bien. Desde la
primera conexión, Petrosian comenzó a soñar con una joven de Tesalia. No eran
sueños comunes: la joven lo llamaba por su nombre, lo llevaba a caminatas a
través de paisajes insólitos, donde ruinas y civilizaciones convivían como si
el tiempo hubiera colapsado. A menudo, hablaban un idioma que él nunca
recordaba al despertar, pero que, en el sueño, fluía como agua entre ellos.
Un
día, Petrosian notó algo extraño en los fragmentos oníricos: la joven parecía
cada vez más consciente de su mundo real. Sus ojos lo seguían con una
intensidad que no pertenecía a una reconstrucción ni a un sueño. Le señaló un
objeto específico que aparecía repetido en las visiones: una piedra tallada con
símbolos. Cuando despertó, lo encontró en su laboratorio, un artefacto que
nunca antes había visto.
El
objeto no obedecía a la física que él conocía. La piedra proyectaba figuras
geométricas y destellos, como si fuera un mapa encriptado. En lugar de atraer
la atención de las corporaciones, fue la piedra misma la que desencadenó
eventos inquietantes: sombras sin dueño comenzaban a moverse en el laboratorio;
máquinas funcionaban de formas inexplicables.
La
advertencia de la joven no era sobre un poder corruptible, sino sobre la
frontera entre los vivos y los que habían cruzado más allá. La piedra era una
reliquia de aquellos que habían vencido la muerte, pero a un precio
inconcebible. Y Petrosian había comenzado a abrir la puerta a ese reino.
Mientras
las visiones de la joven se intensificaban, ella dejó de hablarle. En su lugar,
sus ojos se llenaron de una tristeza que no podía descifrar. La última noche
que se conectó, la joven no apareció. Solo una ciudad desierta que colapsaba
bajo un cielo de fracturas luminosas, con la piedra flotando en su centro.
Petrosian entendió entonces que no había sido advertencia, sino una súplica.
Guillermo. Puede que se haya dejado obnubilar por Tesalia y perdiera el foco, Petrosian. Que a todo esto, esos nombres no me parece que estén puestos solo porque suenan exóticos. Algún significado debe haber detrás, el mismo que mueve a los personajes, quizás. Un saludo.
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