Ya está anocheciendo, las luminarias
se han encendido, lo mismo que las vitrinas de los almacenes de la calle siete.
En los andenes la muchedumbre lleva su propio afán. Voy en un bus articulado
abriéndose paso de norte a sur. Entre la gran ciudad y yo está el vidrio de la
gran ventana que devuelve mi imagen confundida entre la masa de pasajeros que
se movilizan al mismo ritmo del tráfico. El ruido triunfa, más que donde es
oído, donde no deja oír. De pronto, apareció una calle desolada, la
semioscuridad de las edificaciones le permitía al patético mundo interior
reflejarse con todo su esplendor. No hay paisaje urbano sobrepuesto al reflejo.
Solo estamos nosotros, los displicentes viajeros que esperamos llegar pronto a
algún lugar. Yo, en cambio, vuelvo a casa a soñar con vos.
El articulado acelera su rodar y la
ciudad va desapareciendo, se va quedando atrás. No recuerdo quien dijo que
simular es el engaño de lo real con los signos de lo real. Y es cierto, no hay
nada real, tan solo la ventanilla donde cada uno se refleja. Los pasajeros,
suplantamos la realidad, somos parte de ese oculto paisaje. ¿O somos signos de
lo existente? Con todo, somos fantasmas, como si vieras tu espíritu y no sabes
a ciencia cierta si estás viendo el otro lado de la ventana o el reflejo de tu
lado, todo se confunde y llegas a verlo todo de otra manera, como otra
realidad.
Un semáforo nos detiene en una
esquina. Otro bus se acerca lento hasta quedar paralelo al nuestro. Ante mí
pasan otras ventanillas con otros pasajeros, igual de apáticos. Veo a dos hombres
en el primer asiento. Serán amigos, quizás compañeros de trabajo. Pero no
hablan entre ellos. Se mueve la gente de las otras ventanas, mezclan su imagen
real con nuestro reflejo. Me veo sentada en la quinta ventanilla del articulado
que aguarda el cambio a verde junto al de nosotros. Es mi reflejo, intuyo; pero
no es un reflejo: soy yo misma sentada en el otro bus articulado. Con temor y
asombro, ella y yo cruzamos una mirada cómplice, creo que nos sonreímos más
allá del cansancio con que viajamos juntas. Los dos vehículos arrancan en medio
de una nube oscura. Escucho mi aterrador grito, nada más.
El tiempo de desdobla y el articulado de mañana, o el de ayer, se mezcla con el de hoy.
ResponderBorrarSuele pasar, más seguido de lo que en efecto notamos.
Saludos,
J.
A propósito maestro de lo que usted dice, Jean Pierre Garnier dice que: En cada instante presente tengo tiempo imperceptible en el cual fabrico un futuro potencial, lo memorizo, y en mi tiempo real lo realizo.
ResponderBorrarPor ahí vamos, o venimos o iremos.
Saludos.
O ya estamos en él.
BorrarSaludos,
J.
A mi me sugiere una version pendiente de mejorar, del trasbordo del futuro, čon desgarradoras consecuencias en su fase de experimentacion. Como el trasportador decstar trek cuando falla.
ResponderBorrarSaludoss Guillermo
Por supuesto don Gabi, si no esperamos lo inesperado no lo reconoceremos cuando llegue.
BorrarSaludo amigo.
Estupendo relato, veo tu cara de satisfacción de lo que lograste y tu gusto al ver nuestras caras al leerlo.
ResponderBorrarSaludos.
¿Si eres tú el que está aquí viéndome mientras te leo, no?
Ja, ja, ja Sara qué ocurrencia la tuya. Claro que soy yo quien se imagina el rostro de todos ustedes con signos de aprobación sobre lo que escribo. Gracias por hacerlo.
ResponderBorrarSaludos.
Por lo conocido, conjetura lo desconocido.
ResponderBorrarSaludos.
Es aterrador, porque hay quí dos mujeres, en una sola por supuesto.
ResponderBorrarDisociación tal vez ¿?. Buen texto, amigo. Un abrazo
Una simultaneidad de miradas que se encuentran y se cuestionan a más no poder.
ResponderBorrarAbrazo grande.
Buen relato, Guillermo.
ResponderBorrarParece que escucho ese grito.
Un abrazo.
Gracias María. Hay gritos que se hacen para no escucharse.
ResponderBorrarUn abrazo.