sábado, 12 de febrero de 2022

Reflejos


 

Ya está anocheciendo, las luminarias se han encendido, lo mismo que las vitrinas de los almacenes de la calle siete. En los andenes la muchedumbre lleva su propio afán. Voy en un bus articulado abriéndose paso de norte a sur. Entre la gran ciudad y yo está el vidrio de la gran ventana que devuelve mi imagen confundida entre la masa de pasajeros que se movilizan al mismo ritmo del tráfico. El ruido triunfa, más que donde es oído, donde no deja oír. De pronto, apareció una calle desolada, la semioscuridad de las edificaciones le permitía al patético mundo interior reflejarse con todo su esplendor. No hay paisaje urbano sobrepuesto al reflejo. Solo estamos nosotros, los displicentes viajeros que esperamos llegar pronto a algún lugar. Yo, en cambio, vuelvo a casa a soñar con vos.

El articulado acelera su rodar y la ciudad va desapareciendo, se va quedando atrás. No recuerdo quien dijo que simular es el engaño de lo real con los signos de lo real. Y es cierto, no hay nada real, tan solo la ventanilla donde cada uno se refleja. Los pasajeros, suplantamos la realidad, somos parte de ese oculto paisaje. ¿O somos signos de lo existente? Con todo, somos fantasmas, como si vieras tu espíritu y no sabes a ciencia cierta si estás viendo el otro lado de la ventana o el reflejo de tu lado, todo se confunde y llegas a verlo todo de otra manera, como otra realidad.

Un semáforo nos detiene en una esquina. Otro bus se acerca lento hasta quedar paralelo al nuestro. Ante mí pasan otras ventanillas con otros pasajeros, igual de apáticos. Veo a dos hombres en el primer asiento. Serán amigos, quizás compañeros de trabajo. Pero no hablan entre ellos. Se mueve la gente de las otras ventanas, mezclan su imagen real con nuestro reflejo. Me veo sentada en la quinta ventanilla del articulado que aguarda el cambio a verde junto al de nosotros. Es mi reflejo, intuyo; pero no es un reflejo: soy yo misma sentada en el otro bus articulado. Con temor y asombro, ella y yo cruzamos una mirada cómplice, creo que nos sonreímos más allá del cansancio con que viajamos juntas. Los dos vehículos arrancan en medio de una nube oscura. Escucho mi aterrador grito, nada más.

12 comentarios:

  1. El tiempo de desdobla y el articulado de mañana, o el de ayer, se mezcla con el de hoy.
    Suele pasar, más seguido de lo que en efecto notamos.

    Saludos,
    J.

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  2. A propósito maestro de lo que usted dice, Jean Pierre Garnier dice que: En cada instante presente tengo tiempo imperceptible en el cual fabrico un futuro potencial, lo memorizo, y en mi tiempo real lo realizo.
    Por ahí vamos, o venimos o iremos.
    Saludos.

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  3. A mi me sugiere una version pendiente de mejorar, del trasbordo del futuro, čon desgarradoras consecuencias en su fase de experimentacion. Como el trasportador decstar trek cuando falla.
    Saludoss Guillermo

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    1. Por supuesto don Gabi, si no esperamos lo inesperado no lo reconoceremos cuando llegue.
      Saludo amigo.

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  4. Estupendo relato, veo tu cara de satisfacción de lo que lograste y tu gusto al ver nuestras caras al leerlo.
    Saludos.
    ¿Si eres tú el que está aquí viéndome mientras te leo, no?

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  5. Ja, ja, ja Sara qué ocurrencia la tuya. Claro que soy yo quien se imagina el rostro de todos ustedes con signos de aprobación sobre lo que escribo. Gracias por hacerlo.
    Saludos.

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  6. Por lo conocido, conjetura lo desconocido.

    Saludos.

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  7. Es aterrador, porque hay quí dos mujeres, en una sola por supuesto.

    Disociación tal vez ¿?. Buen texto, amigo. Un abrazo

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  8. Una simultaneidad de miradas que se encuentran y se cuestionan a más no poder.
    Abrazo grande.

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  9. Buen relato, Guillermo.

    Parece que escucho ese grito.

    Un abrazo.

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  10. Gracias María. Hay gritos que se hacen para no escucharse.
    Un abrazo.

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