viernes, 25 de abril de 2025

Los anacronismos

 


El último reloj se detuvo hace décadas. Las manecillas, oxidadas y quebradas, apuntaban a una hora inexistente. Afuera, la ciudad mutaba, rascacielos orgánicos se alzaban hacia un cielo de neón y drones zumbaban como insectos metálicos. Los raros, los que se distancian del tiempo, los que aún preferían el tacto del papel y el susurro de las hojas, los que se negaban a implantar chips y a sincronizar sus mentes con la red global, ellos permanecían. En sus bibliotecas clandestinas, iluminadas por velas, susurraban sobre mundos perdidos y futuros imposibles. La ciencia ficción ya no era un género literario; era el aire que respiraban, la distopía que habitaban. Y ellos, los anacrónicos, los guardianes de lo olvidado, sabían que la única forma de sobrevivir era aferrarse a los ecos del pasado, a las historias que aún contaban con finales abiertos.

2 comentarios:

  1. Las únicas historias que se seguirían contando...

    Saludos,
    J.

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  2. Me hizo acordar de un poema de Jorge Teillier, fallecido en 1995:

    CUANDO TODOS SE VAYAN

    Cuando todos se vayan a otros planetas
    yo quedaré en la ciudad abandonada
    bebiendo un último vaso de cerveza,
    y luego volveré al pueblo donde siempre
    . . . regreso
    como el borracho a la taberna
    y el niño a cabalgar
    en el balancín roto.

    Y en el pueblo no tendré nada qué hacer,
    sino echarme luciérnagas en los bolsillos
    o caminar a orillas de rieles oxidados
    o sentarme en el roído mostrador de un almacén
    para hablar con antiguos compañeros de escuela.

    Como una araña que recorre
    los mismos hilos de su red,
    caminaré sin prisa por las calles
    invadidas de malezas
    mirando los palomares
    que se vienen abajo,
    hasta llegar a mi casa
    donde me encerraré a escuchar
    discos de un cantante de 1930
    sin cuidarme jamás de mirar
    los caminos infinitos
    trazados por los cohetes en el espacio.

    Va otro saludo, Guillermo.

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