sábado, 25 de mayo de 2024

Jazzeando

 



Joyce empezó el concierto muy arriba. Sin temor, como un buen trapecista. Muchos se preguntaron cómo iba a mantener esa intensidad sonora. Pregunta innecesaria. Tantos años de carrera y una veintena vinilos no se hacen así de buenas a primera. Si lo has inventado todo, o casi todo, si has transitado por todos los géneros para regresar a la furia original aguantas arriba lo que haga falta. Esa facilidad suya hacía que aquellas melodías y armonías intrigantes fueran como su vida.

Lo fueron a ver, lo escucharon sin necesidad de tener el conocimiento profundo del instrumento, les resultaba igual como el que aprecia una pintura sin ser pintor, sin conocer a fondo la escuela que distingue una pintura de otra o, como aquel que disfruta a fondo un texto en prosa poética, aunque nunca haya escrito nada parecido en su vida.

En todo caso, sabían que la melodía no giraba en torno a la armonía, sino que era la propia melodía la que generaba progresivamente las distintas armonías. Joyce era el epicentro de aquella estructura armónica. Ellos solo disfrutaban, eso era lo esencial, tanto como es la curiosidad y la exigencia de la concurrencia.

Joyce terminó por darse cuenta que esa multitud era un espectro que no debía perder de vista en ese claroscuro donde surgen ciertos monstruos.

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