El reloj goteaba el minuto ochenta y siete. A esas alturas del partido, había pocos protagonistas y muchos espectadores. Mi equipo y la pelota no lograban entenderse. Nuestra estrella era, a esas instancias del partido, un caso de amor no correspondido con el balón. Sólo el horror cuidaba los detalles: un descarado delantero rival, se arqueó hacia atrás y en el aire le pegó a la pelota y la envió a lo más profundo de nuestros corazones. Nada fue tan glorioso como perder el título.
Pierre de Cubertain ( o como se escriba), estaría orgulloso de ti.
ResponderBorrarAbrazo Guillermo
Pues ya que lo nombras, leí acerca de este pedagogo que llevó sus nobles ideales de hermandad en el mundo por medio del deporte.
BorrarUna manera digna de perder, tras haber participado con ilusión.
ResponderBorrarUn saludo.
Coincides con Borges al decir que “La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”. Saludos y, desde ya, felicidades.
ResponderBorrarYa ves como Borges logró decir mucho con tan poco. Saludo amigo.
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