Durante aquellos años que se
enclaustró en su propia casa, por cuestiones prácticas lo único que le
importaba era su pasatiempo: hacer barcos en miniatura que metía dentro de
botellas de whisky.
Cuando construía uno nuevo, lo
levantaba en el aire haciéndolo mover a través de un océano imaginario. Era
como si esa obsesión por los barcos lo llevara a interpretar el papel de un
hombre abandonado en una isla desierta.
Beber tanto whisky conlleva sufrir alucinaciones obsesivas.
ResponderBorrarUn saludo.
Como libres de nuestros actos, pero no de sus consecuencias.
ResponderBorrarUn saludo le envío.
Y estaba en esa isla que se creó.
ResponderBorrarUn abrazo.
Aislarse es cruel hacia uno mismo y hacia los demás.
ResponderBorrarSaludos.
Alfred tiene razón. Si no hubieras especificado de qué eran las botellas, habría pasado por abstemio.
ResponderBorrarSaludos guillermo
Ya somos varios son Gabi.
ResponderBorrarSaludo amigo.
Somos islas, y cada vez más desiertas.
ResponderBorrarY esto a pesar de las redes asociales.
Saludos,
J.
Un desierto o una isla en nuestra mente pueden ser un lugar sin expectativas.
ResponderBorrarChao amigo.
En la soledad se pueden hacer tantas cosas, tan solo es cuestión de querer hacerlas, y dejarse guiar por la imaginación, aunque en este caso, fuera por el alcohol.
ResponderBorrarPor cierto me has recordado cuando de niña hacía barcos de papel, si tuviera que hacerlos ahora, ya ni me acuerdo.
Gracias por tu comentario en mi blog, Guillermo, un placer volver a visitarte.
Un abrazo.
A ti agradezco tu gentileza de siempre para conmigo.
ResponderBorrarUn abrazo.