El paciente echado y laso en el
diván comunica al psicoanalista todas las ideas que llegan a su mente. Lo hace en
el orden en que aparecen. Entre tanto, el investigador interpreta el vínculo
oculto que yace tras ese abigarrado fluir de ocurrencias y sentimientos sin
estar proscripta la censura. Las palabras fluyen libres, están más allá del
bien y del mal, de la lógica, del dolor, del asco, de la angustia o la
vergüenza. Todas las palabras son bienvenidas. Menos aquella con que termina
aquella bochornosa soflama: ¡Basta!
Había que ponerle fin.
ResponderBorrarUn saludo desde el Mediterráneo.
Gracias y saludos de vuelta don Alfred.
ResponderBorrarVeo difícil lo de interpretar el vínculo oculto...
ResponderBorrarNo sabía que existía "proscripto", pero sí.
Saludoss
Hola. Aprovecho para pedir una explicación: Desde qué momento me declaraste 'persona.non grata' en tu blog?
Borrarjajaja, hay muchos que van con su soflama en bandolera :-)
ResponderBorrarUn abrazo, amigo
Sí.son demasiados los "dotores" a los que le permitimos sus peroratas
ResponderBorrarUn abrazo grande.
Algunos sólo dicen vasta porque ya es la hora, y no porque hayan encontrado un límite válido para ponerle fin a nada.
ResponderBorrarSaludos,
J.
No basta con hablar, hay que tener tacto para saber escuchar hasta cierto punto.
ResponderBorrarSaludos.
Había que ponerle un alto. :)
ResponderBorrarSaludos.
Y en letras de molde.
ResponderBorrarSaludos.
Y mayúsculas.
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