La joven entró muy de prisa al dispensario
leonista del barrio que a esa hora abría su puerta. Como pudo, se dirigió a la enfermera
voluntaria de turno y le explicó que su hermana embarazada no se sentía bien,
razón por la cual, necesitaba ser atendida con urgencia por el médico Caicedo.
La enfermera, no solo habituada a esas lides de lo que llaman los eventuales
enfermos «una urgencia» sino que, como conocedora de ojo de ciertas
sintomatologías, le respondió que era preciso que le tomara los signos vitales
antes de acceder al médico.
—Pero es que usted señora no entiende, estoy
muy mal. —le habló la muchacha con evidente disgusto—Esto es una urgencia,
dónde está el doctor.
—Señorita, ya le dije que el médico está
por llegar. —Por favor tome asiento, porque apenas está saliendo de su
consultorio particular.
Sin más remedio, la joven se sentó y cruzó
las piernas dando la impresión de sentarse en una nalga. De vez en cuando
consultaba su reloj digital, y por momentos, hojeaba una revista, de esas que
llegan por suscripción a nombre de las señoras de casa, y semanas después,
terminan en los consultorios de sus maridos.
Pasaban los minutos, la muchacha
soñolienta dejó escapar un leve quejido al tratar de acomodarse en el largo
sofá. Abría los ojos y volvía a mirar su reloj y a su indispuesta hermana . La enfermera en silencio la
observó por encima de sus lentes. Luego marcó un número de teléfono y habló en
voz baja con alguien.
—El doctor ya está encamino —le anunció.
La muchacha tan solo suspiró. Comprendía
que esperar consistía en hacer un esfuerzo sostenido para permanecer enfocada
en la confianza de que todo tiene solución. Entonces comenzó a pasar la vista
por las fotografías que decoraban la pared posterior del amplio dispensario. Eran las fotos de ilustres
hombres que se dedicaron en vida a servir con vocación y pasión leonista a la
población. Sus ojos fueron recorriendo cada una de aquellos austeros rostros de
mirada limpia y hasta distante capturada por el infalible lente de don Atanasio
Aguirre, el único fotógrafo profesional de la localidad. En cada una de esas
fotos, la muchacha notó que las miradas de aquellos hombres eran penetrantes,
sus narices más grandes, más toscas y más rudas. Sus bocas más alargadas, pero de
labios mucho menos gruesos que los de una mujer, aunque variaban entre aquellos
rostros austeros.
Fijó de nuevo los ojos en la revista y
leyó de Hipócrates: «La
fiebre de la enfermedad la provoca el cuerpo propio. La del amor, el cuerpo del
otro».
—Siga por favor —alcanzó a escuchar la muchacha enferma. El doctor la esperaba en la puerta del consultorio con el
fonendoscopio en una mano.
—A ver, cuénteme, ¿Qué la trae por aquí?
—Doctor, siento una opresión aquí, arriba
del ombligo, —le explicó la joven mientras desplaza su mano con movimientos
circulares por su vientre. Creo que es la cabeza del niño la causa.
—Ya veo, —respondió el médico disimulando
una risita. Pues si el culo es la cabeza del niño, tenemos problemas en su
noveno mes de gravidez —agregó, el médico—. Lo que usted señala son las
nalguitas del niño, aquí en este extremo suyo. En este otro, están las manitos,
y aquí abajo, en su pelvis se encuentra la cabecita. Eso significa que la
criatura ya está en posición adecuada. ¿Qué espera tener? —Le preguntó el
médico.
—Pues, una niña.
—No, se trata de un niño. Si es una niña
se la mantengo hasta que se case o se muera. Usted va a tener un niño. Así que,
por ahora, coma galletas integrales para que se le quite la maluquera. Un placer
atenderla.
Minutos después, entró la enfermera y rápidamente
se situó detrás de su escritorio y volvió a llamar por teléfono, después
colgó.
—Me permito informarle que en la farmacia
de este dispensario leonista, ustedes pueden contar con el servicio de
laboratorio, inyectología y despacho de fórmulas a muy bajo costo.
—¡Qué bueno! —repuso la muchacha buscando
congraciarse con la enfermera, cuando se disponía a buscar la salida. Eso me
dijo el doctor.
—¿El doctor? ¿Cuál doctor? —replicó la
enfermera con tono de extrañeza.
—El doctor Caicedo.
—¿Pero, ¿qué dice usted? —preguntó la
enfermera levantándose con inusitada rapidez de su asiento—. Acepto que esté indispuesta,
pero usted… Eso no puede ser…
—¿Qué es lo que no puede ser, señora?
—Lo que está afirmando. El doctor no puede
estar en consulta.
—Aquí quien está confundida es usted, pues
el doctor Caicedo ya me atendió.
—Le digo que eso no es posible…
—Ese tipo de bromas no le quedan bien a
usted enfermera. El doctor ya me atendió. La enfermera, contrariada abrió la
puerta invitando a la muchacha a que verificara lo que le decía. Era cierto, el
consultorio estaba vacío. La muchacha, sólo acertó en acercarse a una de las
fotos y con su dedo índice señaló al más apuesto entre aquellos leonistas. La
enfermera, que no salía de su asombro le contestó:
—Ese que usted señala, hace seis meses
falleció.
Eso es ser galeno hasta después de la muerte. Esa joven embarazada, lo explicas muy bien, qué de temores tenía, pero la decoración de la sala de espera era para filmarlo :-)
ResponderBorrarUn abrazo, desde acá
Un suceso auténtico, un lugar distinto y una anécdota familiar bastaron para esta historia.
ResponderBorrarGracias por tu comentario. Saludos.
Un médico fiel a su profesión y a su paciente, a pesar de...
ResponderBorrarUn saludo.
ResponderBorrarAjá, algo así como el juramento hipocrático.
Un saludo amigo.
Se dejó tantas deudas que ni muerto puede dejar de trabajar.
ResponderBorrarSaludos,
J.
El acusado está en todas partes; el acusador no está en ninguna.
ResponderBorrarSaludos, amigo.
Estas cosas pasan, las creen quienes las han vivido. Sí, estas y muchas más.
ResponderBorrarSAludos.
Sí, en algunos casos es verídico aquello de "Ver para creer".
BorrarSalud-os y gracias.
Boa tarde Guillermo, o médico experiente com toda certeza.
ResponderBorrarEn efecto, de mucha experiencia, incluso después de la muerte.
BorrarSaludos te dejo Luiz.
Un buen médico, a pesar del inconveniente de haber muerto.
ResponderBorrarSaludos.
Hola, cordial bienvenida a este espacio microtextual. te espero de vuelta por aquí.
ResponderBorrarno se puede decir que la chica se lo imaginaria, porque lleva lección de anatomía fetal incluida. como sea niño, a ver quien se lo mantiene
ResponderBorrarSaludos guillermo
Ja, ja, ja perfectamente podrías ser el padrino del bebé.
ResponderBorrarSaludos