El
hombre, una maraña de inexplicable adversidad psíquica, tropezó. No con una
piedra, sino con una de esas raras fisuras del tiempo, esa una falla abierta en
la superficie misma de la realidad. Se deslizó, no entre segundos, sino entre
dos instantes de su propia existencia. Un parpadeo, nada más que un abrir y
cerrar de ojos, fue la señal ineludible: había dejado de existir en un arte que
siempre creyó que requería de tiempo y paciencia para aprender. La esencia,
ahora lo sabía, estaba en el no-tiempo.
No sé si habrá no- tiempo. Lo que seguro que mo hay es espacio. Me faltan dedos de la mano para contsbilizar la cantidad de gente que debe haber ahí, metiendo gente desde el principio de los tiempos.
ResponderBorrarAbrazooo
Lo peor, cuanta más población, más minorías. Saludos.
BorrarLa vida es nunca dejar de aprender. Y luego nos morimos, ¿para seguir aprendiendo?
ResponderBorrarSaludos,
J.
Lo dicho: "En ocasiones no puedes ver lo que estás aprendiendo hasta que llegas al otro lado del camino.” Saludos.
ResponderBorrarGuillermo. A propósito del no-tiempo: a saber si los escritores canalizan historias atemporales desde ese estado del universo o de la consciencia... Va un abrazo ajeno al envejecimiento.
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