NO COPIES, SÉ AUTÉNTICO

domingo, 31 de agosto de 2025

El texto narrativo

Un  texto narrativo es aquel que representa una sucesión de acciones en el tiempo. En esta sucesión temporal se produce un cambio o transformación desde una situación de partida a un estado final nuevo. Desde un punto de vista pragmático, la narración requiere contener un elemento de intriga que estructura y da sentido a las acciones y acontecimientos que se suceden en el tiempo. 

En 1969 T. Todorov propone el término  narratología  para designar «la ciencia del relato». Los trabajos en los que se inspiran se encuentran muy desigualmente repartidos en el tiempo y sin conexión entre ellos, al menos hasta una época reciente. Las teorías narratológicas abordan el estudio de los textos narrativos desde distintas perspectivas: destacando los estudios estructurales de relatos literarios iniciados con los formalistas rusos (V. Propp 1928) y seguidos por la escuela francesa (AJ Greimas 1966, G. Genette 1983), el análisis del relato conversacional llevado a cabo por W. Labov (1972) o los trabajos que desde la psicolingüística conciben la narración como un tipo de estructura mental y un mecanismo de procesamiento (W. Kintsch y TA Van Dijk 1978, M. Fayol 1985). En el  análisis del discurso  y la  lingüística del texto , el texto narrativo ha sido estudiado a partir de la identificación de las categorías o partes funcionales que aparecen regularmente en las narraciones cotidianas (TA Van Dijk 1978, JM Adam 1994).

Como T. Todorov (1969) ya sugirió, la  secuencia  narrativa prototípica está constituida por cinco  proposiciones  de base:

  1. una  situación inicial,  que presenta un espacio y un tiempo determinados, los personajes y los antecedentes de los que surgen la acción;
  2. un  nudo  o  complicación,  que consiste en una progresión ascendente de incidentes y episodios que complican la acción y mantienen la intriga del relato;
  3. las  reacciones  o  evaluación,  en que los sucesos pueden ser valorados por el narrador o por otros personajes;
  4. el  desenlace,  que introduce el cambio de situación y la resolución del conflicto; y
  5. la  situación final,  que muestra el nuevo estado que resulta de las acciones sucedidas.

Este esquema narrativo puede ilustrarse con el siguiente relato periodístico:  [Los vecinos de un edificio de siete pisos tuvieron que ser desalojados ayer  [1],  después de que se produjo un escape de agua en el solar colindante  [2],  donde estaban trabajando unos obreros  [3].  Al romperse la tubería el agua se extendió y afectó a los cimientos del inmueble  [4].  Un total de veintiséis de los vecinos afectados pasaron la noche en diversos hoteles, que financiarán los servicios sociales. [5] ] . En el ejemplo, la proposición [1] expresa el  desenlace  del relato; las proposiciones [2] y [4] constituirían el  nudo complicación;  la proposición [3] presenta la  situación inicial;  Finalmente, la proposición [5] expresa la  situación final.  Como se observa en el ejemplo, las partes de un texto narrativo no necesariamente siguen un orden canónico (un relato puede empezar, como en este caso, con el  diseño  de la narración) y algunas categorías, como la  evaluación,  pueden quedar implícitas.

Los  géneros discursivos  que presentan como secuencia dominante la narración constituyen formas narrativas muy diversas desde un punto de vista semiótico y lingüístico: son narrativos textos como los cuentos, las películas, los chistes, las novelas, las tiras cómicas, las fábulas, las noticias periodísticas, etc. Todas estas formas textuales tienen en común el hecho de que organizan la información siguiendo una cronología y utilizan un conjunto de recursos lingüísticos propios de la narración, como las oraciones. temporales, los adverbios y conjunciones de tiempo, las formas verbales de pretérito o el uso histórico del presente.

En el aprendizaje de lenguas, los textos narrativos constituyen las secuencias textuales que se interpretan y producen en los primeros estadios del dominio de una lengua. Se trata de una forma de organizar el discurso que es, al mismo tiempo, un modo de organizar la experiencia y de hablar del futuro, una forma de imaginar mundos posibles o imposibles; quizás, junto con la conversación, es la forma más universal de expresión y comprensión del mundo, de los demás y de uno mismo. Las implicaciones cognitivas, sociales y estilísticas de este planteamiento son muy rentables didácticamente. Por ello, en la enseñanza-aprendizaje de una nueva lengua las prácticas centradas en el diálogo y en la conversión, con base narrativa, son muy significativas para los aprendices.

  1. En: https://cvc.cervantes.es/Ensenanza/biblioteca_ele/diccio_ele/diccionario/txtnarrativo.htm

viernes, 22 de agosto de 2025

El eco del silencio

 


La joven mujer llegó, sus pasos inciertos resonando en los pasillos asépticos de la clínica, como si cada baldosín frío pudiera delatar la confusión que sentía. En sus manos, las arrugadas órdenes médicas pesaban más que el papel mismo, eran un misterio que no lograba descifrar del todo. Buscaba dónde presentarlas, y cada letrero en aquella laberíntica institución solo aumentaba su desorientación. Caminó indecisa hacia un mostrador. "Urología". La palabra se grabó a fuego en su mente, extraña, ajena a su propia realidad. Se detuvo abruptamente, un escalofrío recorriendo su espalda, y giró sobre sí misma. Una señal vaga a la figura de Fernando, indicando que era allí. Un suspiro casi inaudible escapó de sus labios. Empezó a caminar de nuevo, sus pies se arrastraban, pesados como si llevaran siglos de cansancio acumulado.

Un joven alto, de piel ébano y con esas gafas de intelectual que prometían un mundo de lógica y certezas, se acercó a ella. Ella extendió los documentos sin apenas mirarlo, su mente ya en otra parte, casi deseando que todo aquello terminara.

—¿Por qué te devuelves? Es aquí donde debo confirmar la cita —aseguró Fernando, su voz sonó a un eco distante.

Ella solo pudo alzar los hombros, fue un gesto vacío de resignación. Se dejó caer en el asiento, una pieza fría y anónima en aquella sala impersonal, y lo dejó a él, como siempre, que se encargara de todo. Era más fácil así, no tener que pensar, no tener que decidir.

Después, Fernando se sentó junto a ella. El destello de su celular, un portal brillante a otro universo, capturó su atención. Ella se inclinó hacia él, buscando un consuelo tácito, un anclaje en esa realidad que se le escapaba. El beso fue suave, casi un ruego silencioso. Sus dedos se enredaron en el cabello ensortijado de Fernando, peinándolo con ternura, un gesto familiar, casi automático. Ambos se sumergieron en sus pantallas, ajenos al murmullo de la sala de espera, a las vidas que transitaban a su alrededor. Ella, mientras sus ojos vagaban por la suya, le acariciaba la nuca, un vaivén hipnótico, sus labios moviéndose en un soliloquio ininteligible, murmurando fragmentos de sueños y esperanzas que él no escuchaba. Él, absorto en su propio mundo digital, permanecía impasible ante aquellas caricias y susurros que eran para ella un último intento de conexión.

Un silencio pesado se cernió entre ellos, roto solo por el tecleo de los pulgares. La mujer se callaba por momentos, sus ojos aún más clavados en el móvil, la boca se abría inconscientemente, dejando escapar un hilo viscoso, un reflejo de la vacuidad que sentía. De repente, un video apareció ante sus ojos y, por un instante fugaz, una sonrisa compartida iluminó sus rostros. Un espejismo de complicidad en medio del abismo.

La voz de la recepcionista rompió el encanto. “¡Fernando García!”, anunció, con una autoridad que resonó en el silencio. Él se levantó, firmó unos documentos y regresó a sentarse con su semblante inalterado, como si nada hubiera pasado, como si nada cambiara. Ella continuaba en su trance digital, la boca siempre abierta, a punto de dejar caer la espesa hebra de saliva. Los ojos de los presentes se posaron sobre su apariencia desaliñada: la cara lavada, el largo cabello apenas sostenido por una moña, un vestido rosa arrugado, una zapatilla rota y ni un ápice de maquillaje. Él, en cambio, impecable de ropas, la barba recién afeitada, el contraste de sus mundos era evidente para todos.

La joven volvió a besarlo, un nuevo susurro al oído, una súplica silente que solo ella podía escuchar. Él no respondió, su mirada perdida en la pantalla. Ella le hurgó la cabeza, buscando una reacción, una chispa de reconocimiento, un eco de la vida que una vez compartieron. Colocó su cabeza en el hombro del joven, su boca de nuevo abierta, un bostezo silencioso dejó escapar. Un bostezo de alma, más que de cansancio.

Otra vez el llamado. “¡Fernando García!”, esta vez fue una enfermera. Ella lo miró, una chispa de esperanza se encendió en sus ojos, minúscula pero persistente. Esperaba escuchar una despedida, un "Hasta luego" de él, un simple gesto que le asegurara que volvería. Pero solo encontró el silencio. Suspiró, guardó el celular. La sala de espera se sintió como un vacío, tan inmenso como el vacío que sentía en su propio interior. Los minutos pasaron, lentos, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Ella pasó sus manos por el cabello sin ningún indicio de haber pasado una peineta, sacó el celular, buscó un nuevo reel, pero desistió de ello. Ya ni siquiera la distracción digital podía aliviar el peso. Bostezó, cerró los ojos; fue entonces cuando él, con una voz desprovista de emoción, dijo: "¡Vamos!".

Al escuchar la voz de su marido, la mujer abrió los ojos con una claridad que no había mostrado en toda la mañana, una lucidez cruel y repentina. Su boca se cerró con un chasquido casi imperceptible, el hilo de saliva desaparecido. Se irguió en la silla con una ligereza que desmentía su aparente cansancio. Su mirada cayó en el asiento que él acababa de dejar. Allí, discretamente doblada, había una hoja con el logo de la clínica. Ella la recogió, mientras él ya caminaba hacia la salida, ajeno, con los hombros relajados, como quien se deshace de una carga ligera. Desdobló el papel. No era su cita, ni un documento cualquiera. Era una orden que decía: "Alternativas para la Vasectomía: Tu Decisión, Tu Futuro". Una mueca amarga torció los labios de la mujer, y sus ojos, por un instante, se posaron en la impecable espalda de su marido. La mujer, inmóvil, observó el papel, las palabras grabándose en su retina con la misma frialdad de la tinta. La saliva que hasta hace poco había pendido de su labio inferior ahora era una línea seca que se tensaba con la esquina de su boca. Los ojos, antes perdidos en el vacío, se fijaron en la puerta por la que Fernando desaparecía. Un leve temblor recorrió sus manos, pero no soltó el documento. No. Con una lentitud casi ceremonial, lo dobló y lo guardó en el bolsillo de su vestido. El misterio de su pareja se reveló en el gesto apenas perceptible de su disgusto. Se levantó y lo siguió, su paso ahora firme. Afuera, el sol de la tarde le pareció tan indiferente como siempre. Después de todo, las telenovelas y los reels de maternidad feliz siempre ofrecían un mejor guion.

domingo, 17 de agosto de 2025

La copa del vacío

Eran las once y media. La copa grácil, boca abierta al techo, era un pozo sin fondo que lo esperaba, como un espejo de su alma. En la botella, un vino barato que disfrazaba el fracaso adherido a la casa. Los sulfitos, una tregua efímera. Él sabía que el corcho, frágil, era su última esperanza.

Con un suspiro, vertió el líquido. Un rito vacío para llenar el tiempo infinito. La copa, insatisfecha, reflejaba su propia falta de propósito. Afuera, la calle silenciosa. Pero él solo veía oscuridad y ojos de pantera en lugar de estrellas. Se hundió en la silla. El solipsismo, un muro invisible. El silencio, un océano ruidoso que ahogaba el motor de su vida. Solo quedaba el vaso, el vino y el susurro de sus miedos.

sábado, 9 de agosto de 2025

Un pensamiento a la fuga

 


¡Mierda, qué calor hace en este barrio! Son las cinco, ¿no? La puta tapia es más alta de lo que parecía. ¡Uf! Adentro. La adrenalina me zumba en los oídos, la cerradura, ¡vamos, marica, no seas tan pendejo! ¡Listo! Silencio. Demasiado silencio. Me sudan las manos. ¿Qué busco? ¿Plata? ¿Joyas? Todo lo que brilla. Unas tarjetas, ¡chévere! Dos relojes. ¡Ajá! Y unos billetes arrugados, como si los hubieran tirado al piso.

Pero la camisa... ¡esa camisa a rayas! La vi doblada y me llamó la atención. Y esos pantalones de hilo... ¡perfectos para el calor! Me los pongo. Me quito esta camiseta apestosa, y los tenis, ¡qué asco! Los dejo ahí, total, no voy a volver por ellos. Me siento... ¡Uy! ¡Casi una estrella en el Paseo de la Fama! Debería ponerme esto para ir al Vergel, allá justo al lado del río. Ja, ja, ja, yo aquí en la gozadera total, mientras esos maricas están presentando las Pruebas de Estado.

El estudio. ¿Qué habrá aquí? La curiosidad me mata. Una computadora. Apagada. ¿Y si reviso mi Face? A ver si alguien le dio «Me gusta» a la foto que subí ayer. ¡Mierda! ¡La sesión está abierta! ¡Es el Face de la nena! Ja, ja, ja, qué pendeja. ¿Pendeja? Buena es que está. A esa preciosura soy capaz de asaltarle la cuna. Cierro esa vaina. Abro la mía. ¡Ahí está! Un montón de comentarios, ¡Qué chimba!

Un momento... ¿Esas son sirenas? ¡Catrehijueputa! ¡La policía! Me cago en todo. ¿Tan rápido? ¿Fue por mí? ¡Corre, marica, corre! Salgo con lo mío, la camisa a rayas y los pantalones de hilo. Se me olvidó algo. ¿Qué fue? No importa, hay que salir de aquí. Las sirenas se acercan. Espero que no hayan visto mi Face abierto. Sería el colmo.

sábado, 2 de agosto de 2025

El no-tiempo

 


El hombre, una maraña de inexplicable adversidad psíquica, tropezó. No con una piedra, sino con una de esas raras fisuras del tiempo, esa una falla abierta en la superficie misma de la realidad. Se deslizó, no entre segundos, sino entre dos instantes de su propia existencia. Un parpadeo, nada más que un abrir y cerrar de ojos, fue la señal ineludible: había dejado de existir en un arte que siempre creyó que requería de tiempo y paciencia para aprender. La esencia, ahora lo sabía, estaba en el no-tiempo.