Regresé a Buga
y mientras esperaba un taxi descubrí un objeto raro y solitario en el área de
llegadas de la terminal de transporte. Impulsado por mi curiosidad, me aproximé
a explorar mejor porque no lo podía creer: había un teléfono monedero, gris
metálico igual a los de su tiempo. Con especial agitación levanté el auricular para
probar si tenía alguna señal de vida.
Y sí, tenía
tono. Pero aquella indicación me hizo dudar que el teléfono fuera de la época
donde era casi imposible llamar a alguien: El país en aquel entonces, y lo fue
por muchos años más, un país plagado de teléfonos públicos que no funcionaban
casi nunca, y la angustia de acercarse a alguno de ellos en una urgencia la
volvía todavía más grave y acuciosa, porque lo más probable es que uno tuviera
que salir corriendo a pedir colaboración.
Eran tiempos
paradójicos, de guerra contra el narcotráfico y de gran ingenuidad también. Uno
terminaba en alguna parte pidiendo el teléfono prestado, porque era más fácil
que hablar desde uno público. Esa cultura abierta y generosa se acabó cuando en
algunos sectores de la ciudad se instalaron teléfonos monederos. Lo mismo que en
mi niñez, cuando había que pagar a quien tuviera televisión para ver la serie
de Tarzán, el rey de la selva.
En los
teléfonos públicos el ritual consistía en introducir el dedo de la ambición para
verificar si algún usuario había olvidado recoger su moneda de cien o de
doscientos pesos; cuando eso pasaba era algo parecido a ganarse la lotería, pues
llamar gratis casi nunca ocurría. Cierto día, una de las hablantinosas hermanas
Collantes, zampó uno de sus toscos dedos y la mordió un ratón que solo era
orejas y cola.
Recuerdo que
cuando uno levantaba el auricular y no daba tono, tenía que colgar y descolgar
varias veces, cada vez con más fuerza, incluso con violencia, como si eso
ayudara y le hiciera entender al teléfono la gravedad del asunto; otro método consistía
en volver a colgar y descolgar, pero muy suave y muy despacio. Y si uno podía
por fin llamar ocurría un milagro, porque se sabía de memoria el número que fuera
y lo marcaba. No como hoy que a duras penas uno recuerda el número de su propio
teléfono celular.
Eso me
ocurrió ese día frente a ese teléfono monedero de la terminal de transportes:
metí un dedo para ver si había monedas, pero solo estaba lleno de vacío.
Levanté el auricular para verificar que daba tono, y dio, increíble. Se me vinieron
entonces, un torrente de números fijos que sabía de memoria y que marqué
durante años sin encresparme: 2368501 de mi casa, 5890318 el de la oficina, el 5847184
de mi novia … Fueron muchos los números que aparecieron relucientes en mi mente
como si se tratara de los fantasmas de un cuento fantástico cuando el marcador giraba
o cuando se oprimía el teclado y producía aquellos pulsos que interrumpían el
flujo del circuito telefónico para determinar el número deseado. Lo
sorprendente de todo esto era que estando allí en la terminal, podía marcar
cualquier número de mi pasado y la persona a la que llamaba me respondía al
otro lado del hilo telefónico de aquella época. Viajaba en el tiempo desde aquel
teléfono gris metálico. A través de él ascendían recuerdos indistintos, sombras
balbucientes que hacían empezar o terminar mis viajes al pasado.
Ponerse una cita
para hablar por teléfono, esperar el consabido timbre sonara en la casa y que alguien tuviera que
contestar o que tuviera que llamar a quien más extrañaba y no siempre estaba
ahí, era terrible. Hoy en día, hablar de este asunto, sobre cómo hacíamos y
cómo podíamos vivir así es inconcebible e inexplicable.
Después de
un largo rato de espera, alguien tocó mi hombro, era la señal de que alguien
quería usar el teléfono con suma urgencia. Fue en ese momento cuando me llené
de terror al ver que quien estaba detrás de mí, una vez introdujo su dedo
índice en donde caen las monedas, lanzó un fuerte grito de dolor causado por un
ratón de comportamiento reprogramado y de vigilante instinto.
Muy bueno. Da para ver qué llamadas del pasado son posibles, qué vivencias quedaron sin acabar...es muy interesante tu texto. El final con ratón malcarado, está muy chulo
ResponderBorrarUn abrazo grande, amigo
Mi estimada amiga, para reminiscencias solo hay que ir y volver del pasado.
ResponderBorrarUn abrazo también para ti.
Se han ahorrado millones las compañías telefónicas a imponer la moda del teléfono móvil y dejar de sostener el sistema de teléfonos públicos. Ya no tiene que pagar el mantenimiento de esos teléfonos, solamente nos venden un aparato nuevos.
ResponderBorrarY nosotros, felices, los comparamos.
Siempre compramos.
Saludos,
J.
De acuerdo contigo José. Es incuestionable cuanto dices mi caro lector compulsivo.
ResponderBorrarSaludos te envío.
Me encantaría encontrar un teléfono que me permitiera llamar al pasado. ¿Podríamos llamarnos a nosotros mismos? Me gustaría advertirme de un par de cositas...
ResponderBorrarInteresante relato
Un abrazo
Alís, no sé quien lo dijo, pero lo dijo; Todos tenemos nuestra máquina del tiempo. Las que nos llevan hacia atrás, son los recuerdos; las que nos llevan hacia adelante, son sueños.
BorrarSaludos
aquí la Compañia telefonica donó el último teléfono público al ayuntamiento, para convertirlo en un intercamiador de libros (que no sé si se harà). yo me dedico a reparar ese tipo de líneas y aun saludamos entre los compañeros con la expresión del título. pero no me he encontrado aún ninguno que se hable con el pasado. sería un gran invento.
ResponderBorrarssludos
Mi estimado amigo, tu misión es avisarnos a todos sobre ese hallazgo. ja, ja, ja
BorrarSaludos.
Lo que propones es tentados, pero también asusta un poco.
ResponderBorrarSaludos.
No debes asustarte si eso es lo que esperas y necesitas.
ResponderBorrarUn saludo Alfred.