Esa soleada mañana, después de repasar el sin sentido de su vida, Felipe De Brigard se colocó la pistola en el hueso parietal, no obstante, una pregunta lo hizo desistir.
—¿Pagué la factura del
teléfono? Con la intención de dejar todo al día fue a verificar si la obligación tenía sello de
«Cancelado».
Una vez regresó, tomó el arma en su
temblorosa mano y cerró los ojos, apuntó a su cabeza, mas una pregunta se interpuso en su nueva intención.
—¿Le puse la comida a los turpiales? Fustigado por una voz maternal
que resonó en su mente, subió a la terraza y confirmó el deber cumplido.
Regresó a su aposento, y
después de tomarse el último trago de güisqui, puso el arma en su parietal derecho,
pero el frío del arma lo estremeció hasta los pies, tanto como un nuevo
interrogante.
—¿Cargué la pistola? Buscó la respuesta entre los retratos de sus extintos
parientes, sin embargo, ante lo adusto de sus rostros, sus ojos se posaron en
la semiautomática buscando una afirmación.
Felipe De Brigard, en
pijama de seda y pantuflas forradas con peluche, sintió que un escalofrío
se apoderó de él, aun así, cerró los ojos y tiró del gatillo.
—Clic, clic.
Loco de felicidad, salió corriendo de casa, atravesó la congestionada avenida de Los Cauchos. Besó a su exsuegra, abrazó al cura que siempre lo sermoneó por exceso de pesimismo. Le dio en la frente un sonoro beso al usurero de Ramón. Gesticuló, quiso articular algo porque, al fin y al cabo, ese tampoco no era el día para morir.
Nunca sabes cual será el día y es mejor no querer adelantarlo.
ResponderBorrarSaludos.
La incertidumbre puede resultar fatal. Saludos.
BorrarSin la duda permanente, no somos nada. A ber mañana con qué duda amanece.
ResponderBorrarSaludoss
Las dudas se pueden echar a dormir, pero de seguro, se tendrá un sueño intranquilo.
BorrarParece que buscaba un pretexto para no matarse. Y los encontró.
ResponderBorrarPor lo menos, vivirá un día más.
Saludos.
En cierto sentido, las disculpas, empequeñecen las culpas.
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