Solo
coincidíamos en el bus antes de la aurora para ir a la universidad. Resaltaban
su figura los vestidos ajustados y las faldas atrevidas. Al abordar el
vehículo, en cuestión de minutos el cansancio y el trasnocho la vencían. Incapaz
de hacer lo mismo cuidaba de su sueño, y con suma complacencia, seguía el
movimiento de sus pechos a punto de desbordarse de su profundo escote. Igual me
ocurría cuando fijaba mis ojos en sus piernas cortas y bien torneadas en las continuas
rumbas a las que asistía en algún lugar y calle nocturnal. Pasaba saliva cuando
sus piernas se abrían permitiéndole el paso a mis dedos exploradores debajo de
su diminuta tanga. En su estado de desamparo la comencé a besar, le inundé con
mi lengua su boca mientras mis dedos sabían lo que hacían hasta hacerla
estremecer en su placentera agonía.
Fuimos los
mejores compañeros: donde estaba el uno, no podía faltar el otro; aunque nunca
hubo para mí una tocadita, me dijo al despedirse después de nuestra graduación.
¡Qué lástima!
ResponderBorrar¿Es un recuerdo imborrable lo que te lastima tanto? Saludo.
ResponderBorrarGracias por pasarte por mi blog. Te devuelvo la visita y te envío un gran abrazo. No veo cómo seguirte.
ResponderBorrarA ti por hacerme el honor de contar con una nueva lectora- Un gran abrazo desde Colombia.
ResponderBorrar