Todos los escritores, consagrados o no, necesitan un corrector, aunque ninguno se atreva a reconocerlo, puntualizó el afamado tallerista.
Los presentes se miraron desconcertados y guardaron absoluto silencio. Solo uno, decidido a todo, dijo no estar de acuerdo porque quien se llama escritor es porque sabe escribir.
El tallerista llenó de ira, ante aquella imperfección escuchada, le borró la voz al asistente y nadie lo volvió a reconocer en todo lo que escribía.
Cuento de muerte súbita. Te quedó genial.
ResponderBorrarUn abrazo.
Qué bueno que te haya gustado.
ResponderBorrarUn abrazo.
Como corresponde. ¿A qué viene tan innecesaria contradicción?
ResponderBorrarSaludos,
J.
Pobre de ese que se atrevió a alzar la voz.... Un gusto leerte. Saludos amigo.
ResponderBorrarMiradas y voces siempre se escuchan juntas.
BorrarGracias, Sandra.
Así es! Y quedó condenado al silencio infame.
ResponderBorrarMuy bueno!
Sí, Alfred, un silencio sin adornos.
BorrarSaludos.
a que ni la contradicción es indicio de falsedad, ni la falta de contradicción es indicio de verdad.
ResponderBorrarSaludos, José.
También hay un punto de tiranía sobre nuestros personajes ¿o no?
ResponderBorrarUn abrazo
Indudablemente porque el autor es quien decide, salvo que esos personajes tengan criterio propio.
ResponderBorrarUn abrazo, Alís.