El bus se detuvo en medio de la nube de polvo que produjo cuando, Manuel y su mujer cargando sus pertenencias, le hicieron eufóricas señales con las manos para que se detuviera. Como pudieron abordaron el bus y se sentaron entre sacudidas y tropezones a los que se sumaba burlona la estruendosa radio del bus.
—Oiga, don Manuel, ¿qué le pasó en la cara? ¿Acaso la doña se dio cuenta de la querida y le pasó la navaja por el cachete? —preguntó Vicente dejando escapar una carcajada burlona. La mujer lo miró con odio en sus ojos. Vicente, se puso serio al entender la furia contenida en aquella mujer con quien a duras penas cruzaba un par de palabras.
—No, hombre, bruto que es uno por el desespero causado por un maldito dolor de muelas —explicó el viejo con rostro de excitación. Sucedió que yo tenía un dolor de muela el hijoepucha que no me dejaba tener la tranquilidad. Así que cogí un pedazo de nailon para pescar y se lo ensarté a la muela podrida que tenía. Hombre, sepa usted, que con dolor y todo el mismo hilo lo amarré a un naranjo y arranqué en pura con la finalidad de arrancarme de una vez la cariada esa, pero que va, la bendita muela no quiso salir, más bien el nailon me arrancó parte del bigote, por eso me lo corté, pero mire usted, Vicente, fue ahí donde me vine a dar cuenta de la media cortadurita que me hizo, —rieron Vicente y el viejo, éste se secándose las lágrimas que se le escapaban de los ojos.
—¿Y entonces qué pasó con la muela? —preguntó intrigado Vicente.
—Pues yo le tengo miedo a los alicates esos que utilizan los doctores, por eso yo nunca he ido a donde doctor alguno, yo mismo me curo. Por eso no me dejé joder de la muela, me la saqué volviéndola a amarrar a la rama de un palo y al tirarme desde lo alto me la arranqué. Eso sí no me pregunté dónde está la muela porque no supe dónde cayó la hijuepuerca esa. ¿Cierto mija? —interrogó a su mujer, pero esta no dijo nada.
—¡No lo puedo creer! ¿No la encontraron? Eso es mucho cuento, don Manuel. Usted es una persona seria, a otro no se lo creería.
El bus siguió avanzando entre metálicos estertores y curvas vertiginosas, mientras el conductor a través del retrovisor sumaba y restaba. No perdía de vista a nadie, recontaba porque en todo negocio es bueno desconfiar.
:) pobre hombre. El bus da para mucha plática.
ResponderBorrarUn abrazo.
Pero ninguna se completa en el recorrido.
BorrarGracias por tu presencia.
Un abrazo.
El texto es muy bueno, de tiempos en los que Vicente o uno mismo odiaba los alicates de los dentistas. Ese conductor de autobús me ha dejado inquieta, no sé si recuenta los pasajeros, los billetes expedidos, los bultos, o las muelas de Vicente :-)
ResponderBorrarUn abrazo y por los tiempos de anestesia y de autobuses que tiene parada y para, en efecto, donde está marcado
Todo, nada parece poder escapar de sus vertiginosos ojos.
BorrarPor todo tu tiempo, muchas gracias.
Un abrazo macanudo.
ResponderBorrarUn conductor sospechoso hasta de las sombras.
Al menos la ruta es larga para anestesiar el momento.
Saludos mientras busco al muelero.
Brillante esa consideración suya.
BorrarNo lo busque, está en todas partes, según la urgencia.
Gracias, espero contar con sus notas.
Solo los desconfiados triunfan...
ResponderBorrarSaludos,
J.
Los dentistas siempre dan apuro de visitarlos. Pero dejar una muela perdida con un bigote afeitado...
ResponderBorrarUn abrazo.
Suena exagerado, pero el real mágico es así.
BorrarUn abrazo, Alfred.
Y los porfiados caen...
ResponderBorrarSaludos.
Las visitas al dentista me dan pánico. Divertida historia de la muela del pobre Don Manuel. Te dejo saludos amigo.
ResponderBorrarTodas son traumáticas. Por eso es mejor leerte.
ResponderBorrarDesde aquí te mando mi saludo.
Bonito y simpático relato, siempre han dado miedo los dentistas.
ResponderBorrarBesos.
Creo que a todos por igual, María. La tensión es única desde la cabeza a los pies.
ResponderBorrarBesositos.
Mal consejero es el miedo. Mejor le habría ido a Manuel someterse a esos alicates que usan los doctores, y lo digo desde mi pánico a los dentistas.
ResponderBorrarUn abrazo