A
las cinco y cuarenta y cinco, la sombra de Louis se recortó tensa contra la
pared mientras se abotonaba la camisa raída. Abajo, el bocinazo insistente del
taxi taladraba la quietud como un presagio. Sus dedos huesudos acariciaron la
funda gastada de la guitarra apoyada en la silla. Años de sueños apretados allí
dentro.
La
ciudad era un laberinto de luces crueles y motores hambrientos. Louis conducía
con la mandíbula apretada, los Beatles ahogando a medias el rugido exterior.
Cada semáforo en rojo era una tortura, la visión fugaz de un público entregado
contrastaba dolorosamente con la realidad del asfalto. Louis,
imaginaba que gritaban, un eco hueco en el habitáculo.
Sobre
sus hombros, el peso silencioso de un hogar. Rostros amados que dependían de
cada kilómetro recorrido, de cada moneda ganada. Pero la melodía rebelde seguía
latiendo en su pecho, un desafío sordo al pragmatismo.
Una
mañana, el espejo devolvió una imagen despiadada. El rostro ajado, los ojos
velados por una tristeza antigua. El tiempo, ladrón implacable, le había robado
juventud y frescura. Pero no las ganas. Esa obstinación era su única arma
contra el olvido.
Esa
noche, el tugurio apestaba a cerveza barata y desesperanza. Louis subió al
escenario improvisado, la guitarra como un escudo. La luz mortecina revelaba
las grietas en las paredes, los rostros indiferentes del público. Dudó por un
instante, la sombra del fracaso helándole la sangre. Pero entonces, cerró los
ojos y dejó que la primera nota rasgara el silencio. Su voz, áspera y dolida,
se elevó con una fuerza inesperada, un grito ahogado de un alma que se negaba a
morir. Al final de la canción, el silencio fue aún más opresivo. Y entonces,
una carcajada burlona resonó desde una mesa. "¡Louis! ¿Todavía con esas reliquias sonoras?". La
realidad, cruda y despiadada, lo había alcanzado, pero no se dio por vencido.
Con una determinación sombría, Louis ajustó el micrófono. Esa noche, no
cantaría para ellos. Cantaría contra
ellos.
Guillermo. Me gusta la crudeza del relato, sin florituras para una vida dura y que, sobre el escenario, se recrudece todavía más, pero por el bien de fortalecerse ¿O vengarse? ¿O enaltecerse? Y ciertamente tengo que escuchar, algún día, a este músico, que un poeta chileno, que leo mucho, Claudio Bertoni, le encanta. Y si acaso nos referimos al mismo Louis. Va un abrazo.
ResponderBorrarJulio David muchas gracias por tu saludable comentario. ¿Qué me recomiendas leer de Bertoni? No lo tengo en mi radar. Saludos van.
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