domingo, 11 de mayo de 2025

Sundigua

 


Hacía buen tiempo, la marea estaba baja. Algunos hombres y mujeres decidieron acercarse al lugar que llamarían Sundigua. Su lucha en altamar parecía haber terminado. Tenían la piel pelada por el sol y el agua salada; pronto el hambre y la sed estarían a punto de saciar. Con los días, se asentaron en un estrecho y le revelaron a la tierra de aquel remoto escollo sus semillas de maíz y yuca. Desde entonces, se sabe que aquel terrón es el desprendimiento de otro mundo en forma de isla.

Por un tiempo, la vida en Sundigua floreció en armonía con la tierra y el mar. Los días eran largos y serenos, y las noches se llenaban con el murmullo de las olas y los cantos de agradecimiento al cielo. Pero esa calma tenía un eco ominoso, como si el viento trajera consigo el susurro de un peligro aún distante.

Un día, mientras los pescadores recogían sus redes y los niños correteaban entre las plantas de yuca, las primeras señales de lo inevitable se asomaron en el horizonte: puntos negros que crecían y se deslizaban sobre el mar como sombras. Primero, fueron confundidos con aves; después, los sundiguas entendieron que eran hombres.

El viento de los acontecimientos cambió de rumbo cuando los extranjeros, encarnados entre las brechas de espuma, desembarcaron con pasos pesados y miradas ávidas. La espesura de sus mechones y la mugre en sus cuerpos no ocultaban la amenaza de sus armas relucientes. Eran Francisco Pizarro y sus hombres, en misión de conquistar el mar del Sur. Los sundiguas, desconcertados, intentaron comunicarse con ellos, pero sus palabras se perdieron en el silencio helado de la fiebre y el hambre que los había traído hasta allí.

Sin pensarlo, los conquistadores desenvainaron sus espadas y, con un movimiento seco, trazaron una línea oscura sobre la arena. Aquella línea dividió no solo el mundo, sino también el destino de los sundiguas. La violencia se desató como una tormenta inesperada, dejando cicatrices en la isla y en los pocos que lograron escapar.

Fue entonces cuando Yundingua, el más sabio de los isleños, convocó las fuerzas ancestrales de la tierra. Con la mirada encendida y una calma profunda, invocó el poder de las criaturas que habitaban los rincones más oscuros de Sundigua. Las serpientes, rápidas y letales, respondieron al llamado. Los conquistadores, confundidos por la fascinación hipnótica de los ojos de Yundingua, cayeron uno a uno, presas de las mordeduras y del miedo.

2 comentarios:

  1. Guillermo. A lo Quentin Tarantino, reinventando un hecho histórico para que el villano pague como debió haber pagado. Va un abrazo hasta allá.

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  2. Mi estimado amigo muchas gracias por tu seguimiento incondicional y comentarios oportunos. Otro abrazo para ti.

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