sábado, 1 de febrero de 2025

Advertencia

 


Cada noche, Petrosian se adentraba en un océano de imágenes fragmentadas. No era un científico convencional; su proyecto no tenía el respaldo de universidades ni corporaciones. Trabajaba en un sótano abarrotado de cables, tubos y placas de circuitos ensambladas a mano. Su interfaz cerebro-computadora, un injerto rudimentario de tecnología y obsesión, lo conectaba con un algoritmo diseñado para recrear rostros a partir de vestigios óseos.

No obstante, algo había salido mal, o quizás, inexplicablemente, bien. Desde la primera conexión, Petrosian comenzó a soñar con una joven de Tesalia. No eran sueños comunes: la joven lo llamaba por su nombre, lo llevaba a caminatas a través de paisajes insólitos, donde ruinas y civilizaciones convivían como si el tiempo hubiera colapsado. A menudo, hablaban un idioma que él nunca recordaba al despertar, pero que, en el sueño, fluía como agua entre ellos.

Un día, Petrosian notó algo extraño en los fragmentos oníricos: la joven parecía cada vez más consciente de su mundo real. Sus ojos lo seguían con una intensidad que no pertenecía a una reconstrucción ni a un sueño. Le señaló un objeto específico que aparecía repetido en las visiones: una piedra tallada con símbolos. Cuando despertó, lo encontró en su laboratorio, un artefacto que nunca antes había visto.

El objeto no obedecía a la física que él conocía. La piedra proyectaba figuras geométricas y destellos, como si fuera un mapa encriptado. En lugar de atraer la atención de las corporaciones, fue la piedra misma la que desencadenó eventos inquietantes: sombras sin dueño comenzaban a moverse en el laboratorio; máquinas funcionaban de formas inexplicables.

La advertencia de la joven no era sobre un poder corruptible, sino sobre la frontera entre los vivos y los que habían cruzado más allá. La piedra era una reliquia de aquellos que habían vencido la muerte, pero a un precio inconcebible. Y Petrosian había comenzado a abrir la puerta a ese reino.

Mientras las visiones de la joven se intensificaban, ella dejó de hablarle. En su lugar, sus ojos se llenaron de una tristeza que no podía descifrar. La última noche que se conectó, la joven no apareció. Solo una ciudad desierta que colapsaba bajo un cielo de fracturas luminosas, con la piedra flotando en su centro. Petrosian entendió entonces que no había sido advertencia, sino una súplica.