viernes, 22 de noviembre de 2024

El susurro



La habitación estaba envuelta en penumbra. Apenas un rayo de luna se colaba por las oquedades de la persiana, iluminando el contorno de su figura inmóvil. Santos avanzó despacio, como quien pisa un sueño, con la respiración entre cortada, los dedos temblorosos de anticipación y un aire reverencial.

«La Maga», como él la llamaba, no decía nada, pero no hacía falta. Su silencio era una melodía que lo envolvía, que lo llamaba a descubrir los secretos que ocultaba bajo su vestido. Con un gesto cuidadoso, deslizó la primera cinta, revelando un hombro liso y fresco.

La prenda cayó como un río mudo, abrazando el suelo, y la textura de su piel, tan tersa, tan irreal, lo deslumbró. Con cada botón desabrochado, con cada aderezo liberado, su corazón latía más rápido. Era como si deshojara un poema, verso a verso, buscando el núcleo del misterio.

La falda se deslizó hasta sus pies, revelando piernas perfectas, inmóviles, casi etéreas. Sus manos recorrieron aquel cuerpo con devoción, sintiendo la dureza bajo la ilusión de humanidad. Pero Santos no quería detenerse, no podía.

Al final, cuando la luz de la luna iluminó su rostro sin expresión, el hechizo se rompió. Allí estaba, desnuda y hermosa, pero nunca había estado viva.

Suspiró y se dejó caer en la silla junto a ella. La soledad de sus días había vuelto a tejer una fantasía. Acarició con ternura el rostro del maniquí, con una mezcla de amor y derrota.

—Eres perfecta —murmuró, y el eco de su voz fue la única respuesta.

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