Nunca se vieron, tampoco hubo un cruce de miradas silenciosas ni lisonjas entre ellos. Allí estaban luciendo sus coronas hechas de flores y de pequeñas ramas simbolizando los sacrificios que les esperaban como marido y mujer.
La tradición, pese a todo, sabe imponer el velo blanco de encajes para cubrir el rostro y el cuerpo de la novia que, en ese momento, emana santidad, pureza y protección contra los espíritus malignos.
Terminadas las palabras sacerdotales, el novio levantó los ojos, necesitó ver con más claridad. Miró directo a los ojos de ella, tan sólo vio mariposas distraídas cuando el desengaño comenzó a caminar sonriendo detrás del poco entusiasmo.
La foto te inspiró un relato tierno, pero agridulce. Esos ojos de ella tal vez no cambien. Y seguramente sea bella así, con mariposa viajera.
ResponderBorrarUn abrazo, amigo
En efecto, los aspectos agridulces de la realidad y el saber gozar de sus lados más felices y fructíferos son un desafío constante.
BorrarUn abrazo para ti, apreciada amiga.
Mal futuro les espera con tan poco entusiasmo.
ResponderBorrarUn saludo.
Son preferibles los errores del entusiasmo que la indiferencia a la sabiduría.
ResponderBorrarMi saludo dejo estimado Alfred.
Mal inicio. Me aferro al optimismo para pensar que según se vayan conociendo encontrarán razones para quererse. Al menos ya coinciden en la primera impresión.
ResponderBorrarUn abrazo
Sí, Alis, la felicidad no es algo hecho. Proviene de tus propias acciones.
ResponderBorrarSaludo y abrazo.
No hay caso, los casamientos ya no son lo que eran.
ResponderBorrarSaludos,
J.
¿Será porque hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno?
ResponderBorrarSaludos.