Hengist acude al desierto y lo recibe un silencio parecido a una venia en el aire. El firmamento es el punto focal de aquel agreste paisaje, es una sombra elevada en el horizonte cuajado de estrellas. El bárbaro busca fundar un imperio digno de su grandeza. Va armado de espada, broqueles y conjuros porque no le basta ser brutal para acudir a esos confines filosos de arena. Hengist sabe que así deba arrastrarse, aquel imperio como liana florecerá. Quiere de ese enclave lo extraño, lo flamante. Camina sobre la arena, a su paso deja huellas; prefiere que se queden allí, antes que el rumor del mar venga y borre la arquitectura de sus sueños.