Todos en Guacarí sabían que él estaba enfermo. Incluso, todos estaban enterados que se iba a caer. Pero sólo empezaron a llorar la tarde de aquel domingo, cuando el tronco crujió y se empezó a partir en dos. El samán se erigía al cielo con sus ramas robustas cargadas de hojas de diferentes tonalidades verdes, ramas sobre ramas que bordaban un follaje que cubría todo el derredor del parque. El árbol fue amarrado con lianas de acero, pero cada golpe del minutero fracturaba más la abertura. Fue cuando empezó el pánico y cayó pesado sobre la tierra que del sol protegió. Tan solo se declaró su muerte como cosas de la vida. Tras exhaustivas investigaciones, se dijo que la raíz del gigante ocasionó aquella tragedia cuando se cruzó con el ineludible progreso apadrinado por los políticos que abundan como polillas alrededor de una lámpara.