Cuando el bombo de una batería me recordó los latidos
de un corazón, ascendía por el estrecho pasillo un hombre que señalaba y hablaba
de las relucientes estrellas del blues en blanco y negro colgadas de la pared.
Para algunos, tal vez sus favoritos, tuvo palabras de admiración, menos al de
rostro tallado en piedra, cuya foto estropeada, aparecía pegada junto a los
demás cuadros por un pedazo de cinta azul. Tenía escrito un nombre: Hugh Lorry.
Después entró a
la gran sala y se transformó rápidamente en un sensible tecladista y vocalista de jazz en la canción «Unchain my heart», su lirismo era más evidente que la historia
misma que solfeaba. Pese a que la concurrencia permanecía en silencio, la escuchaba
más con los pies que con la cabeza, por
causa de la interacción de aquella voz y los instrumentos acompañantes en
términos de progresión de acordes. Lejos estábamos de la cruda realidad de un
amor perdido, de la crueldad policial en las calles o de la opresión generalizada
en estos tiempos escabrosos.
Sin importarle nada,
se abrió paso, una especie de genio
médico, de tono irónico, satírico y poco convencional escoltado por un grupo
médico listo a resolver todo lo misterioso, tras seguir una serie de
pistas dejadas por todo tipo de enfermedades como un crimen en la sala de
urgencias de aquella ficción médica. Era el doctor House con su carácter extravagante, su rebeldía y su falta de tacto con los
pacientes y su unidad convertido en un ser notable, siempre tratando de evitar
la relación con los pacientes, porque lo que le interesa por encima de todo,
son aquellas enfermedades dignas de pinchar su intriga e interés. Valga decir
aquí que es adicto tanto a los calmantes, como a decir lo que piensa de la
manera más brusca y sincera posible.
Las partes instrumentales de la canción, marcadas con el bombo de la batería, retornaron como el latido en aumento de un corazón para anunciar que los médicos también se mueren o se internan en un psiquiátrico por causa de un extraño spoiler.
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