Sentado en la silla de hoja avanzaba sin saber adónde lo llevarían aquellas páginas violentas, rencorosas y zozobrantes.
Las leía porque la literatura lo hacía sentirse en el mundo sin mayor culpabilidad. Por momentos sentía que no tenía a la vista un punto final. Otras veces le parecía haberlo leído o escuchado a través de sus actos más comunes. Cada palabra era un monolito en medio de un territorio inhóspito.
Lo sabía todo. Tenía la prueba irrefutable no sólo de que el destino existe, sino que se cumpliría su voluntad al cerrar el libro sin prisa, al saborear el metal del arma y colocar el dedo en el gatillo y el silenciador contra sí mismo.
Una buena forma literaria de acabar con todo.
ResponderBorrarUn abrazo.
Como puede verse, las armas requieren espíritu como las letras.
ResponderBorrarFeliz año nuevo, Alfred. Gracias por tu puntual asomo a esta ventanita microficcional.
El infinito mundo de la lectura. Creer, a ratos, que se sabe todo, pero la realidad es que no, ni está todo escrito tampoco.
ResponderBorrarUn abrazo desde esta orilla
Así es mi estimada Maripau; todo parecer escrito sobre la arena.
ResponderBorrarDesde mi orilla o desde el cañaveral pacífico te dejo mi abrazo.
Paso a desearte un Feliz Año, que sea mejor que este. Pásala bien amigo. Saludos a la distancia.
ResponderBorrarDesde la distancia para ti mis mejores deseos porque el nuevo año sea pletórico para ti y todos los tuyos.
ResponderBorrarCon todo, somos sobreviviented. Eso hay que celebrarlo porque es mucho cuento.
ResponderBorrarSaludos.