Y había una para mí
cuando iba en otro sueño más.
Charly García.
En este pueblo
de unas cuantas calles casi todos nos conocemos. Sea porque somos vecinos,
vamos a estudiar, trabajamos juntos o porque nos cruzamos en una esquina del
barrio. Incluso, nos reconocemos cuando alguien muere por el peso de los años o
porque perdió la vida por causas desconocidas como presumen en los diarios.
Con
decirle que de tanto encontrarnos no hay máscara que pueda por mucho tiempo
fingir lo que no existe. —me explica después de hacer una pausa—.
No se quede así mirándome con cara de interrogación. Escuche lo que me sucedió:
Yendo en
procura de quien pudiera reparar un electrodoméstico de mi casa, identifiqué en
la calle a una muchacha. Miento, advertí la presencia de ella porque reconocí
al marido por la calvicie frontal que lo caracteriza. En todo caso, yo seguí
como si nada ante la presencia de los dos hasta cuando decidí devolverme sin
tener muy claro por qué habría de seguirlos. Eso lo vine a saber después cuando
caminaba impulsado por mi propio interés de hacerme notar de ella y para que se
diera cuenta de lo que desaprovechó al convertirse en mujer de otro.
Después
de mucha indecisión, los vi entrar a un reconocido almacén donde la ropa no es
más que una alegoría
de caballeros, damas, rufianes, soldados, doctores, sacerdotes, abogados,
filósofos y subordinados. Con disimulo observé, los vi hablar y convenir algo
que él iría a equis lugar y que luego regresaría por ella. Cuando salió el
hombre del lugar, fue cuando entré en escena. ¿Quién pensaría que esas ramas
reverdecerían y florecerían? Con el pretexto de irme a medir una bermuda, fui en la misma dirección por donde iba la muchacha, dejando a quien
me atendía sin entender por qué escogí hacer un largo rodeo en lugar de ir
directo a los vestidores.
Como el destino mezcla
las cartas y nosotros las aventuramos, me pareció que ella me había visto en el
preciso momento que escogía algunas prendas íntimas. Se detuvo, y le puedo
jurar a usted, que deploraba no tener mi opinión, como antes, sobre el diseño
de esas prendas. Siguió en su búsqueda; daba unos pasos cortos y luego, se
detenía. Intuí que me esperaba, pues eso también solía hacer en el sitio que
acordábamos cuando yo llegaba minutos después de lo acordado. Me está
esperando, me lo dije con la misma seguridad del amante que fui cuando iba en
pos de nuestras más ardientes pasiones antecedidas siempre de reserva.
Me
acerqué a ella, fue cuando me vio. Allí comprendí que la casualidad no existe,
porque cuando se nos presenta, se llama causalidad al surgir de nuestras más
profundas convicciones. Se lo digo porque hace unos días me interrogaba sobre
ella, y ahora, la tenía frente a mí. ¿Pero, sabe? —ahondó, todavía más—, en esa
lucha por verla, mis impulsos solo me alcanzaron para saludarla de mano,
preguntarle cómo estaba dejándola con su acostumbrado saludo de ¡Hola! a medias
y con cara de agradable sorpresa por mi aparición en ese lugar. ¿Pero para qué
propicié ese encuentro, sino me importó dejarla, así como le digo? Pues si
seguí de largo, fue porque todo estaba dicho entre nosotros desde mucho tiempo
atrás y ella lo sabía.
Algo si
llamó mi atención, cuando me dio su mano para reencontrarse con la mía, su
mirada no tenía ese brillo que me atraía; además, su blanca palidez
desarmonizaba con su nueva forma de vestir, nada tenía que ver con la mujer de
buen gusto que conocí. Por discreción no le dije en absoluto nada, más bien
consideré que una cosa es creer y otra dejar de ser. —sentenció, sin más
explicación—. Estoy cansado…, pero déjeme decirle, y espero esté de acuerdo
conmigo, que la fe se lleva en el corazón y no en las rodillas. Ella ahora
oculta su belleza física sin saber que oculta su verdadera esencia por su
actual militancia religiosa. Esa mujer dejó fluir su porte y su belleza en un
lienzo pálido y desvencijado para irse al otro extremo de este pueblo, donde no
tenemos cabida los dos. La saludé de paso porque recordar el pasado es correr
tras el viento de un instante.
Hay que dejar pasar el viento que todo lo borra.
ResponderBorrarUn abrazo.
Cambiar de aspecto, tomar hábitos, es una decisión que deja rota tanta espera y tanto anhelo, que sepa usted que, como no hay casualidades que valgan, encontrará a otra mujer con mirada idéntica a la que ahora se tornó neutra.
ResponderBorrarUn abrazo. Muy bien llevado. Unas felices navidades, Guillermo.
Todo cambio, implica una transformación interior. Por supuesto, una mirada de cristal.
BorrarMi reiterado abrazo y agradecimiento por comulgar con la palabra.
Al otro extremo del pueblo. Donde no cabemos todos... aún.
ResponderBorrarExcelente relato.
Un abrazo.
Al otro lado, no sé donde y todavía hay esperanza.
BorrarUn cariñoso abrazo.
Nunca supe cómo dejar de correr...
ResponderBorrarSaludos,
J.
Nunca sabré deducirlo, pero habrá que intentarlo.
BorrarSaludos.
Sí, mi amigo, todo lo borra y también, todo lo edifica.
ResponderBorrarRecibe un abrazo con mi gratitud.