NO COPIES, SÉ AUTÉNTICO

sábado, 29 de noviembre de 2025

Liturgia

 


—¿Entendiste, La Torre? —susurró Britto—.

Todos crecimos bajo la misma sombra: una pistola.

Asentí. Era una conclusión que duele.

—Nos educaron a confundir poder con gatillo —dije.

—Y a creer que llorar es traición —añadió ella.

Pensé en Borrero. No se disparó: lo educaron para hacerlo.

Mientras caminábamos, lo supe: en alguna casa, un niño acariciaba una pistola como quien reza.

No lo llamarán violencia. Lo llamarán liturgia.

domingo, 23 de noviembre de 2025

Protocolo

 


Nos vigilan a todos. El sistema tiene ojos en todas partes: en el parpadeo de las cámaras, en el pulso de los semáforos, en el murmullo enfermo de Internet. Tienes que actuar siempre como si alguien te observara, ordena la ideología arrogante, mientras nos entrena para la docilidad.

Ya no caminamos: nos desplazamos con culpa. Ya no hablamos: emitimos permisos. Incluso los sueños pasan por filtros.

Pero anoche ocurrió un error.

En todas las pantallas apareció un rostro que no estaba registrado. No tenía código, historial ni antecedentes. Sonreía, y su mirada no vigilaba: veía. Durante treinta segundos, el sistema quedó en silencio, como un animal desconcertado ante lo incomprensible.

Luego las alarmas rugieron, las luces se volvieron blancas, los protocolos gritaron obediencia.

Y cuando todo volvió a la normalidad, supe lo más inquietante: no recordaba su rostro… pero sentía que era el mío.

viernes, 14 de noviembre de 2025

Tres versiones

 


1.
La mujer bonita se cansó de ser Mamita, Bonita o Bombón.
Gritó su nombre: ¡María!
Y el eco, avergonzado, se tapó los oídos.

2.
Nadie recordaba su nombre; todos la llamaban como si fuera postre.
Un día gritó: ¡Soy María!
Y el santo del pueblo pidió cambio de identidad.

3.
Era tan bonita que su nombre se volvió innecesario.
Cuando dijo María, el aire respondió: “No insista, ya la conocemos de vista.”

sábado, 8 de noviembre de 2025

Constelación de los cansados

 


Dos y veinticinco de la madrugada. La anciana no duerme. Su mirada se mueve en varias direcciones, como si siguiera algo que nadie más percibe.

—Sí, ya voy —susurra. Luego levanta una mano y señala el techo, con la expresión de quien se maravilla ante una constelación.

Afuera, una enfermera de rasgos indígenas empuja el carro de los medicamentos. El sonido metálico se mezcla con el zumbido de las máquinas.

Yo, sentado a su lado, siento el peso del sueño. En la sala, una mujer ronca, otra respira con calma, y una más joven parece dormir sobre su enfermedad.

Un llamado de auxilio se repite sin que nadie responda.

La anciana abre los ojos y me mira.

—Han venido por los cansados —dice, antes de cerrar los párpados.

El monitor se vuelve una línea recta.

Levanto la vista: una de las luces del techo titila tres veces antes de apagarse.

Desde entonces, cada noche, a la misma hora, esa lámpara vuelve a parpadear.

Anoche también lo hizo. Solo que esta vez —cuando abrí los ojos—, la cama vacía era la mía.

lunes, 3 de noviembre de 2025

El puño cerrado

 


—Usted sí lo avergüenza a una.
—¿Por qué vergüenza?

Porque me dio, delante de todos, un caramelo y una moneda de doscientos pesos. Como si la necesidad se endulzara.

El bus frenó. Un hombre se desplomó. Yo sabía que lo dulce podía ayudarlo. Pero me quedé quieta, con el puño cerrado.

La vergüenza no fue lo que usted hizo. Fue lo que yo no hice.