domingo, 25 de octubre de 2020

El apostador (Antitrama del cortometraje 036)

 


Una joven madre soltera llega a un banco para solicitar un crédito hipotecario para compra de vivienda. Espera como es debido para ser atendida varios minutos. Por el sistema interno se produce el anuncio del turno número K-23. Con la vista recorre el módulo de «Atención al cliente» hasta ubicar al asesor de proyectos financieros que la espera. Ante el empleado bancario se sienta y procede a sacar toda la documentación de rigor. El funcionario sin pronunciar palabra alguna, se toma su tiempo para sustraerse los restos de comida quedados en los dientes. Cuando termina, huele el palillo de madera antes de arrojarlo al piso. La mujer al advertir que el hombre la mira con más detenimiento del debido, le pasa los documentos exigidos, pero el empleado la detiene con un cortante «¡Espere!» tengo derecho a tomarme su café.

Al terminar el humeante café, hace un ademán para recibirle los documentos, pero decide levantarse de su escritorio, va hasta el fondo del módulo y le sale al paso a un compañero para reclamarle el dinero de la apuesta por el cuarto gol de Falcao con la selección. Cuando regresa, y antes de que la muchacha intente decirle algo, le pregunta si ha traído el formulario 036 de autorización para consulta de datos personales en bases de datos o archivos susceptibles de tratamiento por entidades de naturaleza pública o privada, las correspondientes copias autenticadas por la notaría 1, foliadas y legajadas. La muchacha con cara de satisfacción le confirma tener todo en regla. 

El hombre, observa los documentos con más detenimiento. Mira a la joven y una sonrisa socarrona se dibuja en su cara grasosa y cicatrizada por el acné.  Hace una pausa en la revisión y con un dedo se saca el último residuo de comida y se lo come. Sigue con el análisis exhaustivo de la documentación. Más seguro que nunca de su decisión, lanzar la documentación sobre el escritorio y comienza de forma airada a increpar a la desconcertada mujer por haberle hecho perder tiempo a pesar de haberle dado las instrucciones precisas. El empleado comenzó a reír mientras se alejaba. Parecía feliz de verse avanzando hacia la salida. Un sudor frío recorrió su cuerpo al verse encañonado por un desconocido. Eran las 12:00 del día, era justo la hora que marcaba su reloj tatuado en el cuello.

2 comentarios:

  1. El vídeo era un poema, pero la expresarlo, te luces. Tatuado en el cuello. Esa mentalidad de funcionario, a pesar de ser en un banco, es un desastre para todo país que lo provoca, o entidad :-)

    Un abrazo, amigo.

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  2. Mary, aunque cualquier persona bajo cualquier tipo de piel puede tener un pasado interesante, a mí me espanta la idea de auto lastimarme. Sin embargo, en nuestras sociedades los tatuajes dan tanto para la especulación como para tener cierto estatus. Y, sobre lo que dices, es impresionante ver en todos los gremios, enfermeros-as, empleados bancarios, profesores, deportistas, artista ... se impone la moda que, hace milenios existe, pero que en mi poca conciencia del mundo de cuando era niño, solo la relacionaba con los marineros.
    Gracias por tu comentario. Queda abierto el debate. ¿Debatimos?

    Te correspondo siempre con un gran abrazo.

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