Yo no soy
el tipo de persona que se mete en los asuntos ajenos, eso para empezar. Siempre
he sido discreto. En el hotel donde trabajo, el Hotel Mirador, la discreción es
parte del servicio. Los huéspedes vienen y van, algunos con caras nuevas, otros
con las mismas historias de siempre. Pero lo que ocurrió en el cuarto 330… eso
no fue normal.
Lo diré sin rodeos: la señora del 330 desapareció. Una mujer joven, elegante, de esas que parecen salidas de una película en blanco y negro. Llegó sola, con una maleta roja. La vi entrar, la saludé como siempre. No habló mucho, solo pidió que no la molestaran.
Dicen que fue vista por última vez mirando por la ventana de su habitación. Dicen que nadie la vio salir. Pero yo sé que eso no es cierto. Yo la vi salir. Caminaba deprisa, con la maleta roja en la mano, los ojos ocultos por unas gafas oscuras. Pasó por recepción y me dirigió una mirada fugaz. No dijo una palabra, pero supe que no quería que la detuviera.
Cuando la policía vino a hacer preguntas, no mencioné nada. ¿Para qué? No me gusta meterme en líos. Además, no había señales de violencia en la habitación, y su maleta ya no estaba. Lo único extraño era que la ventana estaba abierta de par en par, y en el alféizar había marcas de dedos… como si alguien hubiera estado a punto de saltar.
Pero yo sé que no saltó. Yo la vi salir. Aunque… ahora que lo pienso, puede que no llevara una maleta. ¿Era ella? Estoy casi seguro. Bueno, bastante seguro.
Además, ¿por qué habría de inventar algo así? No soy de los que se dejan llevar por chismes ni supersticiones. La mujer del 330 no desapareció. Se fue por su cuenta. Eso es lo que le dije a la policía y eso es lo que le estoy diciendo a usted. ¿Entendido?
No tiene
sentido seguir hablando de esto. A veces, la gente simplemente desaparece. Eso
es todo.
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