Allí estaba, tenía un sujetador de escote
alto ajustado. Era alta, flaca para mi gusto, mantenía un celular entre sus
huesudos dedos, pero sin perder de vista el ajetreo de la calle. Cada vez que
escribía con sus dedos pulgares, mirada maliciosa a lado y lado de la acera. Yo
la miraba con lujuria. Algo le dijo que la observada. Fue cuando al separar sus
largas piernas se le marcaron aún más los labios mayores en sus pantalones
cortos ajustados.
Me hizo una señal de aproximación.
¿Vamos?, preguntó. Sin darme
tiempo a contestar, me tomó del brazo y subimos las estrechas gradas que
conducían al segundo piso.
¿Y tú cómo te llamas?, le inquirí.
Me llamo… Ya ni sé.
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