sábado, 5 de abril de 2025

El legado de la pulga

El viento aullaba como un lamento, mordiendo la piel con su frío implacable. Bajo un cielo gris plomizo, la pequeña figura de Lumière yacía inerte dentro de una caja de madera. El gato, compañero silencioso de tantas tardes, había sucumbido ante el raticida.

Con manos temblorosas, cavaron una fosa en el patio trasero, la tierra sobrecogida cedía a duras penas. Las manos temblorosas de Lorraine depositaron la caja con suavidad, como si aún pudieran despertar al felino de su sueño eterno que se mezclaba con el aliento helado del invierno.

Las pulgas, diminutos puntos negros, saltaron del lecho de tierra. Buscando refugio se encontraron con un enemigo más poderoso que el fuego: el frío. Sus cuerpos diminutos se congelaron, cayendo como granos de arena sobre la nevisca.

Pero no todas las pulgas murieron. Una, más astuta y resistente, se refugió en el pelaje del gato, aferrándose con sus diminutas patas. El calor residual del cuerpo del animal, aunque débil, le proporcionó el sustento necesario para sobrevivir. Cuando el sol, tímidamente, comenzó a asomarse entre las nubes, la pulga saltó del cadáver y se adentró en la casa, buscando un nuevo huésped, un nuevo hogar, un nuevo ciclo de vida en el que el frío no la podría alcanzar.