El pregón
no se hizo esperar como música de fondo de la calle: ¡Espejos, espejos,
espejos, diez mil mensuales! Raquel levantó la cabeza para que resonara en sus
oídos aquel eco repentino que la hacía sentir como si deambulara por el
interior de su cuarto. Recogió sus cabellos de humo y buscó sus ojos para volver a llorar. No tiene vida desde el día en que su alma quedó atrapada en los siete
pedazos de vidrio de lo que fuera su regalo de bodas. ¡El espejo no sabe
mentir, lo que le preguntan ha de decir!,
alentó el pregonero, ¡Ya me voy, compren, compren espejos porque no volveré a
pasar! Ella salió al balcón decidida a revivir los recuerdos disueltos
en las brumas del tiempo. El pregonero al verla en lo alto soltó un gracejo: No
es lo mismo llamar que ver. Y la mujer, sin perder tiempo le gritó: ¡El abismo también
mira dentro de ti!
Sentenciados quedan los dos.
ResponderBorrarSaludos.
Sentenciados por la misma experiencia como dijera don Quijano.
BorrarSaludos.
Nietzschieanos hasta la muerte.
ResponderBorrarSaludos,
J.
Indudablemente. Esa es la sentencia.
BorrarSaludos.
Ambos, en esa lid contra la muerte. Muy bueno.
ResponderBorrarUn abrazo, amigo
Una lucha contra sí mismos.
ResponderBorrarUna abrazo grande , amiga.
Pensé en dos espejos contrapuestos, reflejando sin fin un abismo que, en realidad, es el que nos habita.
ResponderBorrarUn abrazo grande
Sí señora: Los insondables abismos del ser.
Borrarabrazos y saludos.
Tal parece no tenemos escapatoria
ResponderBorrarAbrazo de mi parte.